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Fidel Castro y sus revoluciones cotidianas

Fidel Castro era el «padre» de todos los cubanos no solo en sentido figurado, ya que actuó como tal durante décadas, dando consejos sobre la importancia de tomar una planta llamada moringa por sus propiedades medicinales o repartiendo ollas arroceras dentro su «revolución energética».

Fueron pequeñas revoluciones cotidianas que transformaron hábitos alimenticios y cocinas.

En 2005, el fallecido expresidente, quien murió hace una semana a los 90 años, introdujo nuevos productos a precios subsidiados en la libreta de racionamiento, entre ellos el «cafetín» y el «chocolatín».

Castro se dedicó entonces a promover el consumo del «chocolatín» (leche con chocolate) en los hogares cubanos.

Incluso, durante una de las visitas a La Habana del entonces presidente de Venezuela, el fallecido Hugo Chávez, los dos pasearon por la capital cubana y, además de firmar acuerdos de cooperación bilateral, tuvieron tiempo de saborear el «chocolatín» venezolano antes de que se empezara a vender en la isla.

También.

En esa tarea de rebajar el consumo eléctrico se implicó de forma muy personal Fidel, ordenando el reparto de ollas arroceras a precios subvencionados y la sustitución de bombillas y lámparas incandescentes, cuya importación se suspendió, por otras ahorradoras.

«Una olla arrocera no necesita intermediario, los intermediarios son malos hasta en la cocina», explicaba Castro durante un discurso de más de cinco horas ante un millar de un mujeres en coincidencia con el Día Internacional de la Mujer.

El arroz es el cereal base de la dieta cubana y no falta a diario en las mesas de los isleños, ya sea solo o en «congrí», cocinado en el caldo de alubias negras.

Fidel Castro, fallecido el viernes, es recordado como un impulsor del deporte que logró colocar a los atletas de la isla entre los máximos exponentes de América

Unas semanas después Castro convertía el escenario del Palacio de Convenciones de La Habana en un gran escaparate de electrodomésticos de todo tipo, marca y modelo.

El líder de la Revolución demostró varias veces su experiencia adquirida en distinguir unas ollas de otras. «Las campeonas olímpicas son las chinas (…) vean las válvulas de seguridad, son muy herméticas», explicaba.

«Tenemos ollas colombianas, brasileñas y cubanas». Son ollas «modernas», en las que el arroz «no se pega, y si se pega, avisan (…) Hay que estudiarlo bien para aconsejar si al terminar lo dejan tapado o lo revuelven un poco (…) sé que existe el secreto para que no se pegue», proseguía.

A la «revolución» de la olla se sumó después, fundamentalmente desde 2007, la de los frigoríficos con la sustitución de los de origen estadounidense o ruso, algunos anteriores al triunfo de la Revolución, en 1959, por otros más modernos procedentes de China y que también se distribuyeron a la población a precios subvencionados.

Para Castro, los viejos frigoríficos eran «devoradores de energía», aunque los nuevos, muchos de la marca china Haier, encontraron cierta resistencia entre los cubanos, que se quejaron de que funcionaban mal.

Es innegable que Castro gobernó a pie de calle, una paradoja si se tienen en cuenta las medidas de seguridad extrema que le rodeaban: si había, por ejemplo, un retraso en una obra estatal, allí iba él para ver qué ocurría. Le gustaba hablar con la gente, tomarle el pulso a la calle, y aconsejar.

Apartado ya del poder, en los últimos años fue famosa la devoción, casi obsesión, de Castro por la moringa, un árbol originario de la India cuyo cultivo masivo con fines alimenticios propuso en algunas de sus «Reflexiones», la serie de artículos que comenzó a escribir durante su convalecencia.

De la moringa Fidel llegó a decir que «posee todos los tipos de aminoácidos» y que tiene «decenas de propiedades medicinales» aunque, advirtió, «no debe consumirse en exceso».

Al lamentar su fallecimiento, el presidente de Bolivia, Evo Morales, ha recordado que, en sus últimos encuentros con Castro en La Habana, el exmandatario le recomendó, en lo personal, consumir moringa.

En agosto Morales reveló que Fidel le mandaba «tabletitas de moringa» y encargó a los Ministerios de Desarrollo Productivo y de Salud bolivianos elaborar material escrito sobre los beneficios de esa planta.

La «revolución» de la moringa llegó hasta la República Dominicana, donde, a raíz de los artículos de Fidel, sus ramas comenzaron a venderse en las calles entre dulces y flores.

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