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Voluntarismo, burocracia y dame para el café, por Ramón Hernández

A mí me gustan los debates del oficialismo; mejor dicho, las intervenciones de los diputados del Bloque de la Patria –PSUV, PCV, PPT y Tupamaros– en las sesiones plenarias de la Asamblea Nacional. Recuerdo con agrado también tanto las películas de Pedro Infante y Tony Aguilar como las de indios y vaqueros. En unos y otras los conflictos se resuelven sin sobresaltos: en los filmes, con una canción o un tiroteo en que siempre ganan los buenos; en el Hemiciclo, con aclamaciones al comandante intergaláctico o una andanada de insultos, procacidades e impudores inguinales.

En ninguno hay sorpresas ni alarmas. Nadie puede esperar que en el mejor momento de la canción, sea a dúo o en solitario, se le vaya un gallo a Pedro Infante y que la damisela cortejada deje escapar una sonrisa de burla o desdén. Tampoco ningún usuario de VTV en su sano juicio, que los hay, puede imaginar que de la boca de Darío Vivas, Diosdado Cabello, Pedro Carreño y los demás, incluido el fanfarrón de Ricardo Molina con sus zapatos de 172 dólares, pueda articularse una reflexión descarnada y sincera sobre el proyecto político revolucionario que defienden, una crítica a la pesada burocracia, un cuestionamiento del populismo exacerbado que practican y que admitan el fracaso estruendoso del voluntarismo como modelo de crecimiento sustentable.

La reflexión es tan desconocida para el oficialismo como la autocrítica. En 17 años de gobierno, 14 de ellos de espectacular bonanza debido a los altísimos precios del petróleo y al irracional y gigantesco endeudamiento externo e interno, el aporte teórico endógeno –criollo, nacional, propio– se limita a una que otra foto de un miembro de la camarilla privilegiada paseando o de compras con el tunante de Juan Carlos Monedero en Nueva York, pero sobre todo a la reverencia e idolatría a Hugo Chávez o Fidel Castro. El culto a Bolívar se redujo a la foto que inventó el photochoper francés, no a la lectura del discurso de Angostura o el decreto de guerra a muerte, mucho menos a los retrocesos democráticos presentes en la constitución que redactó para Bolivia. ¿Por qué  ponerle su nombre al país que fundó? Obviamente en Venezuela se implantó un socialismo llave en mano.

Aunque se compró como una marca pomposamente nueva –socialismo del siglo XXI–, ni siquiera le reforzaron las costuras y a leguas se distingue que es el mismo falso hilván que puso a sudar con escasez y colas interminables a Nikita Kruschev, Leonid Ilich Brézhnev, Yuri Andropov, Konstantin Chernenko y Mijaíl Gorbachov, y que tiene viviendo en las catacumbas del atraso al pueblo cubano desde 1960, cuando Fidel Castro se declaró marxista, como Hugo Chávez lo hizo después, sin haber leído a Marx y conociendo de oídas algunas nociones del autoritarismo leninista tomadas de El imperialismo fase superior del capitalismo. Hasta ahí.

Se han contentado con aplicar los esquemas soviéticos de represión y de dominio a través del terror, pero ninguno ni en La Habana ni aquí, se ha detenido a pensar por qué cada día es más evidente que Cuba, ahora, como Venezuela, después de estas experiencias genocidas y la aplicación salvaje de la reingeniería social, se enfila a regresar al capitalismo, aunque todos los alcaldes le prohíban la entrada a Barack Obama. Está a la vista y no necesita demostración que este socialismo caribeño fue un simple saqueo a pueblos ilusos, a masas esperanzadas, una necedad; una vulgar e innecesaria transición de un capitalismo atrasado, mercantilista, a otro más atrasado y premercantilista, de trueque, caza y pesca, y sobre todo efímero.

El aporte teórico del chavismo al socialismo –pese a los esfuerzos del grupo de Monedero y sus brindis en el Country Club y el hotel Alba, del vestuario de  Miguel Ángel Pérez Pirela, las lágrimas de Jorge Giordani en cadena nacional, la boca sucia y la ropa de marca de Pedro Carreño y el mazo pitecantrópico de Diosdado Cabello– es nulo de toda nulidad. Nada. Cero. Tan grande es la indefensión teórica que cagatintas y lamemocos sin envergadura literaria ni doctrina han pretendido, al igual que dos humoristas tarifados, glorificar a Ludovico Silva, de quien no han leído ni sus poemas, que sí valen la pena, como la gran eminencia del pensamiento marxista en Venezuela, que no lo fue.

El chasco que se llevó Nicolás Maduro y su gabinete en pleno con las primeras declaraciones de su recién designado vicepresidente de Economía, el sociólogo Luis Salas, que juró por su madre que la inflación no existía, no es indicativo de improvisación ni de desconocimiento de asuntos tan serios como las tareas de gobierno, sino de la praxis usual del socialismo llave en mano: aplicar creencias populares, leyendas urbanas y dichos de la abuela al arte de gobernar.

Basta que alguien sea leal y se diga comprometido con la revolución y el legado del comandante para que se le asigne un puesto de responsabilidad, un buen sueldo y jugosas prebendas, como si el cargo habilitara o fueran neuronas la medallitas de botella de ponche crema que los militares se cuelgan en los actos oficiales. También habilita ser sobrino, prima, amante o ex escolta para recibir un nombramiento, un ascenso o cuando menos la administración de un complejo de la Misión Vivienda, y les lleven a casa las cajas de Pdval con harina PAN, Mazeite, un par de langostas, cuatro lomitos y algo que tomar.

Llave en mano, las contradicciones en el seno del pueblo no desaparecen, pero se está mejor apertrechado para afrontar la guerra económica y cualquier otra desviación burguesa contraria al reparto equitativo de la riqueza, entre ellos. Vendo colección de grabaciones del consejo de ministros, ideales para pruebas de vacío.

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