Cultura

Chamanismo y Arte en Venezuela, por Eduardo Planchart Licea

 Chamán es un término genérico que   define a un  personaje que cumple   roles fundamentales en  las sociedades aborígenes,  como son el ser vínculo viviente entre lo  sagrado y lo   profano, conocedor de los orígenes, creador y recreador de estas  visiones del mundo, dador del cómo y el porqué de la realidad   cósmica, natural y  cultural a través de sueños e  inspirados cantos, y de experiencias inducidas que van desde abstenciones -sexuales, alimentarias, conductuales-, y danzas hasta el consumo de alucinógenos. Es guardián y dador de la palabra,  por ella  modela y determina los rasgos sociales,  y estéticos  de  nuestras etnias; al  adentrarse en los océanos interiores de la humanidad para recoger, como dirían los chamanes   Yekuana, las aguas vivas del Akehuna para recubrir de nueva vida el hueso y la carne putrefacta de la muerte. Por eso, uno de sus rasgos fundamentales sería, para decirlo con Mircea Eliade, el ser técnico del éxtasis, pues gracias a esa acción se desprende de sí, al adentrarse en la dimensión de lo sobrenatural,   transformando la historia sagrada en acción ritual.

 

Chamanismo y Arte en Venezuela
Fotografía: Bárbara Bradli

El   chamanismo es  un fenómeno que posee sus peculiaridades en cada contexto socio-cultural. Así, sus  rasgos varían de una a otra cultura, a pesar de mantener un substrato que permite cierto grado de generalización, como por ejemplo, los que vemos entre la etnia Warao. Existen en ella  varios tipos de chamanes, cada uno con nombres y funciones diferentes: los que tienen la capacidad para curar, y proteger a la comunidad de fuerzas espirituales, el ser conocedor y narrador de la mitología. Y en cada uno de estos  casos tienen su propia parafernalia ritual, sus rasgos estéticos, su proceso de formación y de iniciación de acuerdo a las capacidades que deben desarrollar. Por tanto su personalidad, desde que son niños, posee rasgos que lo distinguen de los demás miembros de la comunidad, cómo son la  facilidad para entrar en estados de trance, poseer gusto por la soledad, la meditación, la ensoñación y ante todo, el don de la buena memoria.

Dentro de esta variedad tipológica, se pueden encontrar  rasgos comunes, como el ser  eje viviente de las sociedades dominadas por la oralidad;  por ser el núcleo viviente de la memoria colectiva de cada una de estas etnias.  De generación en  generación es responsable de guardar, enriquecer y transmitir los saberes acumulados por  milenios. Por tanto, gracias a este paradigmático ser, se han mantenido y  desarrollado los más diversos conocimientos y experiencias bajo el manto  sagrado que caracteriza al mito,   al ritualizarse esta concepción de la historia oral es vivida por cada miembro de la comunidad.

El chamán, no sólo atesora  y comunica claves esotéricas o cosmogónicas para relacionarse con  la realidad, sino también  es hacedor  de praxis: al saber  cuándo cultivar la yuca, cómo cortar un tronco de un árbol específico para hacer  un improvisado cobijo de caza, identificar el tronco de un árbol  del cual debe brotar el fuego, las palmas de cuyas fibras  hacen  sus múltiples tejedurias;    conocer de qué árbol extraer la corteza para luchar contra las altas fiebres o  de los que crea   los instrumentos que acompañan sus rituales curativos y exorcizadores. Este  hacer es   fundamental dentro de las sociedades tradicionales, pues las enfermedades y la muerte tienen un origen sobrenatural, provocados por hechizos y espíritus selváticos,  rasgo  compartido con el chamanismo andino, como gran parte de los elementos mencionados en estas líneas. Pocas ocasiones, ha tenido la etnografía venezolana la posibilidad de eternizar estos instantes curativos, tal como lo describe la serie fotográfica    tomada  por Bárbara Bradli,  en una de  ellas  un chamán Yanomami masajea para curar y  descontaminar a un indígena poseído probablemente por un espíritu selvático o hekura. Estos  masajes   buscan expulsar las energías destructoras de la vida, desde que  surgió la muerte.  Este exorcismo por  tacto, en ocasiones es usado sobre ellos mismos en danzas en las que   buscan  transformarse  en animal selvático o espíritu,  para poder liberar las almas robadas, o   adentrarse en los diversos planos de su cosmovisión, rasgos propios del chamanismo selvático y andino. A través de la identificación mística por la metamorfosis o mimesis  busca aprender la conducta de los  animales que habitan de en su entorno,  y su sabiduría, pues muchos de ellos eran antepasados míticos que por un accidente, azar o acción transgresora a la ética de la etnia  sufrieron esta  transformación. A través de este estado de arrobamiento  entran en contacto  con los dueños de los animales, árboles  para evitar represalias en la  caza o recolección de los frutos selváticos.

La parafernalia chamánica,  los diseños y adornos corporales poseen un carácter simbólico, y sus formas estéticas se reiteran en diverso estilos tanto en las etnias contemporáneas como  en las piezas arqueológicas de cerámica provenientes de la región andina. Esto se puede observar tanto entre los Yekuana, los Yanomami, los Warao, los Panare, los  Piaroa y  en los Wayúu en donde se encuentra de manera  presente los adornos plumarios, por su vinculación al vuelo místico, y a la ascensión simbólica a los diversos planos de su cosmovisión. Esto se manifiesta visualmente en varias de estas  fotografías   tomadas por Bárbara son dos situaciones distintas, en una describe un grupo de Yanomami en el patio de un Shabono inhalando yopo para adentrarse en este universo, y las plumas   los adornan. En  la otra   fotografía a que hacemos referencia un chamán Yekuana  se sienta dignamente,  como lo hiciera Wanadi en un banco a pensar y crear, mientras es  ayudado para completar su parafernalia, y en su persona  se observan distintos adornos plumarios, como se evidencia  en sus brazos y una pieza que colgará en su espalda con un diseño   de murciélago en madera, del que cuelgan diversos   cuerpos de tucanes ave cercana por sus hábitos y la forma de su pico al pájaro carpintero, paradigma mítico del creador en esta cultura.

Estos  rasgos no agotan el fenómeno del chamanismo, ni el rol que desempeña en cada una de las etnias de Venezuela, sin embargo interesa destacar que es creador de la parafernalia sagrada relacionada a sus diversas funciones, por tanto puede ser considerado creador de un arte sacro como uno profano, relacionado a la cotidianidad, pues si  todas las  dimensiones de la cultura  son regidas por códigos míticos atesorados en la oralidad del canto chamánico, no todas las formas que asumen por su multifuncionalidad parecieran estar   vinculadas   a lo sacro, pero  estas dudas se desvanecen cuando  se esta familiarizado con estos complejos mitológicos, y se observa como  se materializan en el diario vivir. Esto   permite adentrarnos en lo que se podría considerar la visión del mundo o filosofía de estas sociedades. Así, acciones que parecieran de  poca trascendencia sacra para un extraño,  como  es el proceso de  elaboración del casabe y el mañoco entre sociedades selváticas como  los Yekuana,  del cual depende su diaria  subsistencia, son regidos sus pautas por  saberes chamánicos, aunque su proceder, con el tiempo, tome distancia de esta dimensión y se acerque a lo profano, como ocurre con  las escenas captadas  por la serie de fotografías relacionadas a este hacer de  Bárbara Bradli.  Estas miradas rescatan del olvido este hacer y se convierten en presente el proceso que  revela  el rallado del tubérculo, la extracción del   veneno   de  la harina de la yuca amarga en el sebucán hasta el momento de su cocción. Las raíces simbólicas de estos haceres se encuentran en los mitos de origen de la yuca, tal como lo evidencia la recopilación hecha por Marc de Civreux en su compendio de mitología Yekuana:

“-Conozco el camino del casabe. Iré a buscarlo otra vez/.Se llamaba Kuchi….Ahora ese hombre -Kuchi- fue al Cielo, trepando, trepando, se puso chiquito no lo vieron más. Llegó a casa de Iamánkave, en lo más alto de Kahuña, en la puerta vio la gran Kanawa llena de mañoco; en la huerta, cerca de la casa vio el árbol altísimo de la comida, rodeado por una cerca. Era la huerta de Yamánkave (dueña de la yuca). Ahora se escondía, para que Iamánkave no lo viera.Salió de la casa un muchacho llamado We´dama (Golondrina azul). Era hijo de Iamánkave. Ahora se escondía, para que no lo viera.

Kuchi lo llamó:-Vengo a buscar comida -dijo-/-Llegaste. Bueno. Vamos escondidos…

– Uno ha llegado; uno está robando la comida. Ahora, la dueña de la yuca sabía; venía corriendo a ver que pasaba. Llegó. La golondrina se escondió. El cuchicuchi corrió. Cuando corría escondió. bajo su uña un pedacito de aquel árbol.  (CIVRIEUX,  Marc, Watunna, mitología Makiritare, Monte Ávila Editores, Venezuela, 1970, pp.: 105-11)

     Destaca en esta selección de la serie Yekuana y Yanomami de Bradli,  varias narraciones visuales esenciales  a casi todas estas etnias  selváticas,  la acción de embellecer y proteger mágicamente los cuerpos con  diseños simbólicos de las pinturas corporales hechos con pintaderas, selváticos pinceles, los dedos, la masa del onoto o las piedras de caolín, que los niños llevan lúdicamente y ritualmente entre sus manos. Se han podido recopilar dos preciosos mitos que contextualizan este hacer, uno Yekuana, que explica este arquetipal proceder del ciclo con su origen y su funcionalidad mágica;

La doncella se acercó al chinchorro de Kumachi; traía una totuma con aceite, pintura de onoto, pincel de pelo, para pintar.

– Vamos a cazar lapas – le dijo- Ahora voy a pintarte. Empezó a pintar su cara, su pecho, sus brazos, sus piernas, con dibujos buenos para lapas.

-Píntame bonito – dijo Kumachi, se quedó quieto para que lo pintara…”  (CIVRIEUX,  Marc, Watunna, mitología Makiritare, Monte Ávila Editores, Venezuela, 1970, p.133)

Existe  otro mito Yanomami  que  revela   aspectos  diferentes   inspirados en los cantos nacidos de sus chamanes,  como es  la fuerza estética y seductora de estos diseños al narrar como llenan de anhelos amorosos a las mujeres que al ver los diseños de la mítica belleza de Yamonariwe, el Yanomami perfecto corporalmente, quedan seducidas por él:

“Yamonariwe volvía. Su cuerpo llevaba sinuosidades en ocre que, saliendo de las espaldas, bajaban hasta las piernas. Su piel era clara, alta era su estatura. Llegó a su fuego y se extendió en su hermosa hamaca deslizando el codo bajo la cabeza. Ya las mujeres sentían una preferencia por él… ¡Yamonariwe era verdaderamente bello! Llevaba en las orejas pendientes tallados en la piel de cotinga azul (heimi).”(LIZOT, Jacques. El Hombre de la pantorrilla preñada, Fundación la Salle, Venezuela, 1975,  versión 45 v 1,  p. 81)  

        El ser creador de cantos y trasmisor de este saber acumulado por generaciones,   no debe ser subestimado, pues se ha dado el caso entre los Piaroa de chamanes que fueron expulsados de su comunidad por narrar de manera equivocada las canciones mágicas, pues de ellas dependen la  salud física y espiritual, acompañados de los de rituales  de “descontaminación” de las energías mágicas, como son las que brotan  de los animales cazados,  de los hechizos de brujos enemigos,   otra de  sus funciones es ser guía de las almas de los muertos. Así, cada comunidad  posee una clara distinción entre lo que consideran el verdadero y falso chamán, tal como evidencia en el mito Yanomami Como Yoawe perdió su poder chamánico. ( LIZOT, Jacques. El Hombre de la pantorilla preñada, Fundación la Salle, Venezuela, 1975,  p.  39)

La dialéctica que domina el cantar mítico, se basa en un equilibrio entre la innovación y la tradición, pues alejarse mucho de sus estructuras y contenidos originales puede poner en peligro a la comunidad, al igual que el dar la espalda a los nuevos contextos históricos en que se insertan estas sociedades. En las sociedades tradicionales la reiteración ritual y la inmersión en el tiempo del origen equivale a recuperar esa fuerza energético-espiritual y el chamán  es el responsable de abrir esta dimensión. Por esto, cuando se da el nacimiento de un niño, se crea un cobijo, un bote, una maraca, un banco, un remo,  un arco,   o se hace brotar el fuego, se recitan los orígenes míticos, pues se busca recuperar el vigor y la fuerza de los orígenes

Es de destacar que nuestro chamanismo no es sólo una función exclusiva del sexo masculino, pues entre los Wayúu, este papel es desempeñado por la mujer, y son muy comunes los relatos de mujeres chamanes, aspecto que determina una concepción de estética particular; también en los Piaroa se encuentran relatos en los que se narran mitos de mujeres dedicadas a las canciones o a las  curaciones.

Cuando Mircea Eliade, a fines de los años cuarenta, publica la primera edición del libro El Chamanismo y las técnicas arcaicas del éxtasis, tenía conciencia de que quienes sacarían mejor provecho de la concepción de lo que es y hace el chamán serían los artistas, tal como lo evidencian sus reflexiones sobre este tema en su Diario:

“He terminado el capítulo sobre el simbolismo de traje de los chamanes. Creo haber demostrado que ese traje constituye no sólo una hierofanía (manifestación de lo sagrado), sino también un microcosmos. Cuando el chamán se pone su parafernalia, abandona el mundo profano, y cuando empieza a golpear el tambor está ya muy lejos, corre o vuela hacia el Centro del Mundo…Me gustaría mucho que este libro, Le Chamanismen et les técniques arcaicas de l´extase, fuese leído por los poetas, los dramaturgos, ¡los críticos literarios!, los pintores ¿Quién sabe si no sacarían más provecho de su lectura que los orientalistas y los historiadores de las religiones?”.

En cada una de nuestras etnias esa capacidad totalizadora está contenida en los objetos rituales que usa, como lo es el banco, símbolo de ascensión, pensamiento y  creación,  la maraca creadora de armonías musicales   exorcizadoras, entre casi todas las etnias de nuestra geografía,  a través de estos haceres la naturaleza es culturizada y sacralizada al traspasar las barreras del tiempo y espacio profano y encontrarse con los dioses y espíritus auxiliares. Pero también es significativo en este sentido sus comportamientos, como el de danzar para expulsar a los malos espíritus,   el chupar para extraer la enfermedad, el conocimiento etnobotánico para sanar, el soplar humo de tabaco o asperjarlo para limpiar el ser espiritual, remontarse por horcones que son símbolos de comunicación con los diversos planos de su cosmovisión   donde dialoga y  lucha para recuperar las almas robadas por las fuerzas sobrenaturales adversas, que provocan la enfermedad y la muerte. Este complejo de funciones, símbolos, comportamientos son percibidos dentro de estos marcos culturales como una totalidad, que determinan  la estructura de la sociedad  e inspira  las formas que consideramos artísticas, como lo evidencia, por ejemplo, la estructura  y diseño de las casas comunales  determinadas en sus respectivos complejos mitológicos,   como es el patio central donde los chamanes hacen su danza para proteger a la comunidad de los espíritus de la selva  que raptan a las almas y provocan  enfermedades, o los horcones centrales que cumplen la función de axis mundi, cuando se elevan a los diverso cielos o se  hunden en el inframundo.

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