Economía

Cinco cargas históricas sobre la economía

En primer lugar, la guerra de independencia y sus secuelas sobre el patrimonio económico de la nación -o campos y ganado- pero, también, sobre la fisonomía y perfil cultural que se había venido acumulando en una ciudad como Caracas que, según las narraciones de Francisco de Miranda había logrado adquirir un perfil semejante, en varios aspectos, a ciudades destacadas de los Estados Unidos. A esto se le sumó el efecto devastador de la guerra federal y de la secuencia de pequeñas guerras y alzamientos presentes en todo el siglo XIX y cuyos efectos no fueron totalmente compensadas por actitudes modernizantes como las de Guzman Blanco en sus polémicas gestiones administrativas de la nación.

En segundo lugar, el militarismo que se extendió desde Cipriano Castro hasta finales de la dictadura de Pérez Jiménez (con la relativa salvedad del período 45-48). La dictadura de Gómez dejo carreteras y un ejercito que eliminó los levantamientos pero que se erigió como el garante de primera y ultima instancia del orden establecido. Los gobiernos siguientes, incluso con la participación y anuencia de muchos civiles, jugaron en su mayoría a la idea de que el orden derivaba del ejército. Si bien en varios de ellos se formaron y crearon instituciones, la civilidad, el individuo y el perfil de las instituciones como reductoras de la incertidumbre, estuvo siempre matizado por la posibilidad militar en tanto salvadora y conductora del orden social.

En tercer lugar, la democracia de partidos desde inicios de los sesenta hasta finales de los ochenta. Los partidos tradicionales ya suficientemente conocidos se convirtieron en medio y destino de las realizaciones individuales. La creación de un orden colectivo, aun en los cánones de la economía de mercado y el capitalismo fue abandonada en aras de la corrupción y el beneficio directo del rentismo petrolero. El desarrollo, que se encamino relativamente bien en los sesenta y parte de los setenta, fue aniquilado por la Gran Venezuela en los años setenta y los partidos convertidos en el fin último de todas las cosas.

En cuarto lugar, el sentido de adaptación cómoda y automática a la onda de neoliberalismo extremo que se difundió en América Latina desde finales de los ochenta y comienzo de los noventa y que, hoy día, presenta a la región con prácticamente dos décadas perdidas. Tuvo esta posición sus adeptos y tecnócratas seguidores en Venezuela, que seguirán repitiendo que fue que no se dejo llevar el conjunto de reformas hasta sus últimas consecuencias. Esto, esconde la cruda realidad de que se trató de una simple adecuación a lo que se recomendaba en los ámbitos internacionales, aunque hubiese los excesos que hoy amablemente reconoce J. Williamson -a quien siempre se le ha identificado con el Consenso de Washington-.

En quinto lugar, la superposición política y nuevamente de militarismo que claramente se ha instaurado en la nación desde 1999. Este último año y 2002 han permitido observar una clara sobredeterminación de la política sobre las otras esferas de la sociedad. La trifulca, la componenda, el ansia de restaurar privilegios y dominios del poder ha permitido apreciar especimenes nuevos y muy nefastos y otros tradicionales que renacen con cara de inocencia y actitud de lobo. En cualquier caso, los deficientes y traumáticos resultados económicos y sociales son atribuibles, de manera fundamental, a los grupos políticos que administran la nación. Estos, venden ahora la idea de lo militar como área de rigor y de orden, cuando muchas otras esferas de la sociedad tienen mayor disciplina, rigor y orden. En un escenario de de depresión económica, agudo desempleo, miseria creciente y amenaza permanente a los derechos de propiedad son pocas las ideas novedosas para las frecuentes ofertas demagógicas de una administración que ha usado descaradamente la renta petrolera con fines políticos.

Militarismo inconveniente, instituciones frágiles y no estrictamente concatenadas con la búsqueda del desarrollo, democracia frágil -poco transparente y temerosa de las potencialidades del individuo-, son parte de los episodios político-económicos del siglo XX. Aun con todos los logros y avances en urbanización, educación o atención social, según los resultados de algunos periodos como el de finales de los 50 hasta comienzo de los setenta, ha existido una gran ausencia en la elaboración de una estrategia perdurable de desarrollo, basada en el consenso y la fijación de objetivos.

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