Economía

El poder de los incentivos

(%=Image(3493451,»L»)%)Chicago (AIPE)- Cuando me invitaron a escribir esta columna mensual en 1985, pensé que lo haría por un par de años. No quería quitarle tiempo a mi trabajo de investigación, pero pronto me di cuenta que disfrutaba inmensamente la oportunidad de utilizar el razonamiento económico para tratar asuntos importantes del momento. Han pasado 19 años y creo que es suficiente. Esta será mi última columna.

Comencé a escribir la columna poco después de la reelección de Ronald Reagan. En ese tiempo, casi todos los economistas que escribían en los medios se concentraban en pronosticar el crecimiento de la economía, la inflación y demás temas macroeconómicos. Son temas importantes, pero había un vacío en la discusión de políticas públicas y de los sucesos que afectan los incentivos de individuos, familias, empresas y gobiernos. Como he dedicado mi carrera a enseñar e investigar cómo los incentivos afectan el comportamiento, me pareció lógico tratar de llenar ese vacío.

Mis colegas me dijeron que sería fácil escribir las primeras columnas, pero que luego se me acabarían los temas. Lo cierto es que ocurrió todo lo contrario. Las primeras columnas fueron las más difíciles de escribir. No es fácil expresar pensamientos económicos complicados en un lenguaje sencillo que esté al alcance de no-economistas inteligentes. En ello me ayudó mi esposa que tenía experiencia en periodismo.

Encontrar temas ha sido fácil porque siguen apareciendo temas económicos o viejos temas con diferente envoltura que mueven los incentivos hacia direcciones diferentes. Por ejemplo, el fin de la Guerra Fría y el retroceso del comunismo no fue solamente el principal acontecimiento de la segunda mitad del siglo XX, sino que aportó la oportunidad de poner a prueba si nuestras recomendaciones y análisis sobre la importancia de los incentivos hacen realmente la diferencia. La problemática pero exitosa transición rusa, de gran parte de Europa oriental y especialmente de China del socialismo a economías de mercado demuestran que dar más responsabilidad a los individuos produce grandes ventajas económicas.

He sido crítico de los efectos debilitantes de onerosas regulaciones a la inversión, al empleo y a los precios. Esas críticas fueron corroboradas por los sucesos en la India, luego de las reformas iniciadas en 1991 por el excelente economista Manmohan Singh, recientemente nombrado primer ministro. Al reducir los masivos controles sobre la inversión privada, aranceles y demás regulaciones, la India dejó de ser un caso perdido que continuamente buscaba y recibía ayuda extranjera para convertirse en una economía dinámica con un crecimiento económico anual por encima de 6%. Hay mucho por hacer en la India para sostener ese rápido crecimiento económico, pero ha sido una transición feliz.

Francia, Alemania, Italia y otras naciones de Europa occidental podrían emerger de su estancamiento de toda una década si aprenden la misma lección y liberalizan su mercado laboral, bajan los impuestos y aplican otras reformas económicas.

En Estados Unidos, mis predicciones sobre el dañino efecto de la asistencia social sobre el incentivo al trabajo fue confirmado con creces cuando la ley de 1996 sobre responsabilidad personal incentivó el trabajo y se redujeron drásticamente las listas de receptores de asistencia social.

Lo mismo que muchos de mi generación, yo era socialista cuando comencé mis estudios universitarios. Pero mis primeros cursos de economía me enseñaron el poder de la competencia, del mercado, de los incentivos y pronto me convertí en un clásico liberal. Eso describe a quien cree en el poder de la responsabilidad individual, la economía de mercado y un papel limitado –aunque crucial– del gobierno.

No he dudado en manifestar este punto de vista al evaluar las políticas de los gobiernos republicanos y demócratas. Es un error excusar políticas equivocadas por tenerle simpatía al algún partido político o a alguna persona en el gobierno.

He disfrutado mucho escribir estas columnas, especialmente el intercambio con lectores a través de cartas, correo electrónico y contactos personales. Algunos de ellos me han dicho que les he abierto los ojos sobre las consecuencias de ciertas políticas, mientras que otros han expresado su desacuerdo conmigo. Pero siempre se mantuvo un diálogo, lo cual considero es lo más satisfactorio para un escritor.

(*): Premio Nobel 1992, profesor de economía de la Universidad de Chicago y académico de Hoover Institution.

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