Economía

Moneda latinoamericana: ¿euro o dólar?

Consideradas otrora como símbolo sagrado de soberanía y orgullo patrio, las monedas nacionales fueron abrumadoramente sometidas por la globalización, y al menor asomo de debilidad, convertidas en correas transportadoras del ahorro de las economías débiles hacia las poderosas, generando el más taimado y eficaz instrumento de dependencia.

El vil mecanismo indujo a varios países latinoamericanos a abandonar sus monedas y adoptar incondicionalmente el dólar, sincerando sin más la sumisión. En afán de sortear tan gravoso destino, presentamos una propuesta que – al modo europeo – permitiría revertir su signo y reconciliarnos con la globalización.

Mercado libre

El fin (1971) de los Acuerdos de Bretton Woods y su orden monetario internacional, liberó las fuerzas del mercado promulgando la ley de la selva, donde las monedas fuertes como el dólar y el marco se fortalecían en función de la debilidad del resto. Los países de monedas débiles debieron apelar a controles cambiarios y al alza de intereses para disuadir la fuga del ahorro, lo que debilitó su aparato productivo, desmejoró la competitividad y generó inflación, retroalimentando un proceso de descapitalización y empobrecimiento.

Los países europeos enfrentaron lúcidamente el trance creando su propia moneda, logrando neutralizar el efecto succionador del dólar y competir de igual a igual. El Tratado de Maastrich (1991)estableció las condiciones de acceso al euro: control de la inflación, déficit menor del 3% del Producto y endeudamiento inferior al 40% del mismo. Las economías más fuertes (Alemania y Francia) condujeron el proceso mediante la asistencia a las más débiles como España y Portugal, países que asumieron el reto solidariamente, fuera del juego político.

Destaca para nosotros el caso de España, que logró sobrepasar la meta comunitaria, cerrando su balance con superávit por primera vez en su historia.

Los europeos no sintieron menoscabada su soberanía al abandonar sus veneradas monedas. Por el contrario, transformaron la crisis en oportunidad de ascenso colectivo, retomando el control de su destino.

La sola adhesión al Tratado instauró el círculo virtuoso de la confianza: a mayor capitalización, menor tasa de interés y más crecimiento, incrementando la recaudación fiscal y la confianza, y así en más, alcanzando las metas sin exigir mayores sacrificios a la población. Por ello hay 10 países europeos en cola, haciendo la tarea para ingresar al euro, mientras el dólar espera pacientemente que sus potenciales súbditos se rindan sin condiciones, como hicieron Ecuador y El Salvador.

Cómo exigirnos disciplina

El descalabro de Argentina y Venezuela, con la consecuente degradación de su soberanía, subrayan la dificultad del ajuste discrecional o espontáneo, sin monitoreo externo, puesto que los incentivos de corto plazo de los políticos estimulan el gasto y el endeudamiento, aún burlando compromisos internos. Sólo el condicionamiento externo puede desencadenar el proceso de retroalimentación de la confianza y lograr el prestigio popular del programa, clave para orientar el incentivo de los políticos hacia la disciplina económica.

La opción monetaria estaría entre el euro y el dólar, con variantes locales de expresión similares al euro, con goce del señoraje por parte de cada país (o sea que pagará solo el costo de la emisión) y participación en su administración en proporción a las reservas aportadas a un Banco Central.

Ambas monedas se beneficiarían con nuevas adhesiones, razón que permite esperar que tanto la Unión Europea como Estados Unidos se interesen en competir por la conquista de este mercado. Propondrían sus propias condiciones de ingreso análogas a Maastrich, ofreciendo asistencia técnica, seguimiento y apoyo ante eventuales crisis, de modo que la confianza internacional quede absolutamente amparada.

La opción monetaria y el compromiso de disciplina fiscal que conlleva serían asumidos en referéndum popular para asegurar su blindaje, puesto que a más certidumbre política, mayor será la confianza generada y menor el sacrificio popular exigido.

Una vez estabilizadas y capitalizadas nuestras economías podremos decidir soberanamente respecto a la creación de una moneda común regional.

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