Economía

OPEP, 27 de marzo: encrucijada existencial

Es difícil enfatizar o exagerar la importancia de la próxima Asamblea de la Organización de Países Exportadores de Petróleo. Basta sólo con revisar las recientes informaciones, titulares, reportes, declaraciones, entrevistas, rumores, campañas alarmistas, avisos, notas de prensa, columnas de palangre, etc., en las cuales se hace mención de las innumerables consultas previas, de los análisis de expertos y diletantes energéticos y petroleros sobre el impacto de las decisiones que tome la OPEP en dicho evento, así como de las recomendaciones, advertencias, presiones, amenazas, ruegos, elogios y descréditos con los cuales se bombardea a la Organización. Es obvio, pues, que se trata de un problema de suma importancia, en tanto que la importancia se mide por la magnitud de los intereses envueltos en el asunto.

En este sentido es paradigmática la visita que hiciera el Secretario de Energía y pre-candidato a la Vicepresidencia de los Estados Unidos a algunos productores del Golfo Pérsico, «para apretarles las tuercas»: los altos precios han comenzado a tener efectos indeseables en sectores de la economía norteamericana que disponen de un gran poder de convocatoria.

Venezuela, como exportadora neta de petróleo y miembro de la Organización que agrupa a once países que ostentan esa condición por encima de cualquier otra en el plano económico, tiene que definir claramente cuál es el sentido que debe dar a su voluntad política dentro de la composición mundial de fuerzas que pugnan en el mercado petrolero. Esa es una delicada tarea que debe ser resultado de un minucioso análisis, cuya orientación fundamental sea el mejor y más trascendente interés de la Nación venezolana.

En esta columna he expuesto varias veces mi percepción en esta materia, cuya discusión está nuevamente en el tapete. Ahora, a mi manera de ver, la situación es menos confusa que en otras oportunidades. La experiencia de los últimos dos años es aleccionadora en cuanto al rumbo que deben tomar nuestras decisiones en materia petrolera. El inobjetable éxito de la política de restricción de la producción para contener los efectos perversos del expansionismo irracional constituye un elemento de convicción definitivo. Una constatación de ello la acaba de aportar el Departamento de Energía de los Estados Unidos, a través de su «Energy Information Administration», la cual, en su último Reporte «OPEC Revenues Fact Sheet», del 8 de marzo del presente año, estima, dentro de sus pronósticos sobre los precios y producción mundial de crudo, que los países de la OPEP tendrán este año ingresos superiores a los 211 mil 500 millones de dólares, lo cual significa un 59% más de lo obtenido en 1999, año en el cual, a su vez, se registró un incremento de 34% respecto a 1998. De los ingresos obtenidos en este fatídico año de imperio de las teorías expansionistas, el reporte citado dice que fueron los más bajos en términos reales, es decir, ajustados por la inflación, desde 1972. De tal manera que, en sólo dos años, los países de la OPEP han más que duplicado sus ingresos y ahora éstos son los más altos, en términos reales, desde 1984, y, en términos nominales, desde 1981.

Dentro de esa torta general, la fuente estima que Venezuela recibirá ingresos por concepto de exportaciones petroleras del orden de los 21 mil 800 millones de dólares, 60% más que los 13 mil 600 millones de 1999 y cerca del doble de los obtenidos en 1988.

«Debido a este incremento de los ingresos petroleros, se espera que el PIB real de Venezuela crezca en 3,5%, comparado con la declinación de 5,7% experimentada en 1999»

Ahora bien, si esto demuestra cabalmente la efectividad de la política desarrollada por la OPEP hasta ahora, ello no es garantía de que un mantenimiento de los recortes en los niveles actuales extienda esos beneficios hacia los próximos años. Es aquí donde se encuentra el dilema, donde hay que hilar fino y establecer una política que maximice resultados en el mediano y largo plazo.

Aunque en términos reales el actual nivel de precios (30 dólares el barril para el crudo WTI) es apenas el equivalente de unos 23 dólares de 1980, es claro que se han generado movimientos en el seno de los países consumidores para tratar de bajar dicho nivel. Se ha llegado hasta discutir la utilización de la reserva estratégica de los Estados Unidos para lograr ese cometido. Pero, aparentemente, esa fue una mención más chantajista que otra cosa, en apoyo de las mencionadas gestiones del Secretario de Energía en el Medio Oriente, porque una medida de esa naturaleza podría provocar un colapso que dañaría en primer lugar a la industria petrolera doméstica del país que toma la medida, sin garantía de obtener resultados consistentes en el corto plazo. Lo cierto del caso, sin desestimar la eficacia de las armas con las cuales cuentan los más poderosos países consumidores para defender sus posiciones, es que éstos han comenzado a mover sus piezas y ello debe hacer que la OPEP esté en guardia. Pero se trata, textualmente, de mantenerse en guardia, no de salir corriendo o sucumbir a las presiones.

Será necesario estudiar detenidamente los movimientos de la demanda para determinar si efectivamente está creciendo y avizorar con tiempo sus variaciones estacionales. Lo importante es, si se considera necesaria una elevación de los niveles de producción es que ello se haga de una manera coordinada, paulatina y con un seguimiento permanente de sus efectos sobre los precios. Todo ello dentro de una lógica cuyas líneas fundamentales deben ser definidas y asumidas unánimemente por los dirigentes políticos y petroleros del país.

Lo que si considero necesario descartar, de una buena vez, son los temores y condicionamientos que surgen de los postulados de la vieja y fracasada política petrolera. Me quiero referir, de manera particular, a los temores de «perder posiciones en el mercado», al «poder de captura» de unos socios que a su vez son competidores, a la prevención ante el hecho de que ingresen al mercado volúmenes nuevos procedentes de áreas de altos niveles de costos.

Debo decir que este discurso «competitivo» fue un espantapájaros, levantado hace cuarenta años por las concesionarias petroleras, para disuadir a Venezuela de participar en la fundación de la OPEP. De ello existen pruebas documentales, folletos corporativos y libros auspiciados y financiados por dichas compañías, los cuales datan, precisamente, de 1960. Ahora bien, desde hace dos décadas y hasta febrero de 1999 ese exorcismo ha sido insistentemente pregonado por Alberto Quirós Corradi, Andrés sosa Pietri, Ramón Espinasa, Luis Giusti, Humberto Calderón Berti, Erwin Arrieta y compañía. No me cansaré de mencionar a estos promotores y a los resultados catastróficos de su prédica, porque todavía hay mucha gente que cree en brujos y en magia negra.

Por el contrario, si estudiamos la historia y la morfología del mercado petrolero mundial, encontramos que una de las condiciones para la generación de la inmensa renta que genera el petróleo es, precisamente, la coexistencia en el mercado de productores de distinto nivel de productividad, de tal suerte que el precio sea determinado por la producción más costosa, permitiendo recabar inmensas rentas diferenciales en las áreas más eficientes. ¿Cuál es nivel de los costos en Louisiana, Texas, Canadá, Mar del Norte, costa afuera de Angola, Gabón y el Congo? Desde 10 hasta 15 dólares el barril. ¿Y cuáles son los costos en Arabia Saudita, Irán o Kuwait, por ejemplo? Menos de dos dólares el barril. ¿Y por qué, entonces, en nombre de la eficiencia y de las teorías de la libre competencia aplicadas al mercado más monopolizado del mundo, el precio del petróleo no se alinea por los costos de los productores más eficientes? Pregúntenle a los Rockefeller, Morgan, Mellon, Deterding y demás angelitos del Jardín del Edén, quienes diseñaron, en una fecha tan lejana como 1930, y disfrutaron por décadas, ese sistema de coexistencia de producciones de diversos niveles de costo y rentabilidad, para permitir que las «Siete Hermanas» maximizaran sus beneficios consolidados en el largo plazo.

Quiero insistir, finalmente, en que tratar de impedir que ingresen al mercado crudos más costosos es, hoy en día, y tomando en cuenta la oleada de adelantos tecnológicos que ha permitido franquear antiguas fronteras de profundidad de los yacimientos y calidad de los crudos, en tierra firme y costa afuera, además de innecesario e inconveniente, inútil. Hoy ya están incorporados a ese mercado crudos procedentes de Canadá y costa afuera de Louisiana con costos superiores a los 12 dólares el barril. Esos crudos costosos, amén de los del Mar del Norte y otras regiones fuera de la OPEP, se mantendrán en el mercado aún en el caso de un colapso de los precios, debido a la importancia estratégica y geopolítica de esas producciones domésticas para el autoabastecimiento de sus respectivos países, los principales consumidores mundiales.

Por lo demás, para Venezuela, la estrategia de «conquista y defensa de posiciones en el mercado» -cuyo pináculo fue el calamitoso 1998, ya suficientemente señalado como foso de los ingresos petroleros- implica, precisamente, la incorporación de áreas productivas más costosas, tal como sucedió en el transcursos de los últimos cinco años, durante los cuales los costos unitarios reales y globales de la industria petrolera bordearon los 9 dólares el barril. ¿Entonces? A mayor producción, mayores costos, menores precios, menores ingresos brutos y, sobre todo, menor participación fiscal, tal como lo reflejan las cifras y gráfico que he insertado ya varias veces en anteriores entregas de estos «Apuntes».

Veámoslo una vez más: (%=Link(3938810,»Vea el gráfico»)%)

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