Economía

Socialismo on the rocks

Nada de lo que está ocurriendo en el país, con el festín de estatizaciones y el avance inexorable del Estado en todos los ámbitos e intersticios de la sociedad, debe sorprendernos. Todo forma parte de los designios absolutos de quienes detentan el poder hoy en Venezuela, conducidos por el Jefe del Estado. Yo estatizo, tu estatizas, el estatiza, nosotros expropiamos, vosotros quebraís, todos pierden.

Las teorizaciones sesudas, las disquisiciones académicas o los intentos por elaborar sofisticados razonamientos que terminen por descifrar el fulano “socialismo del siglo XXI” son innecesarias, y una simple pérdida de tiempo.

Las acciones e inacciones cotidianas del gobierno y de quienes le siguen, son la mejor manera de definir tamaño enigma. Para la Historia y la Economía no hay mayores complicaciones. Con los matices del caso, el Capitalismo supone el funcionamiento de una economía de mercado, garantías para la propiedad privada, estímulo de la libre iniciativa, y sobre todo, respeto al papel del individuo en la vida social. El socialismo plantea la propiedad estatal de todos los medios de producción, la hegemonía del Estado sobre toda la sociedad, la supresión de peculiaridades individuales, y, sin ambages, la eliminación de la propiedad privada. Punto.

La receta, en el caso venezolano, redactada bajo un pretendido deseo de redención social para sectores excluidos, tiene en realidad como ingredientes sustanciales la destrucción de la institucionalidad jurídica, la militarización de la política, la segregación ideológica y laboral, y el control del Estado de todos los procesos económicos, sazonado este brebaje con la personalización del poder, anhelado y asumido como perpetuo.

Persisten algunos rituales y formalidades electorales, para guardar las apariencias democráticas, pero la alternabilidad, que en cualquier lugar del mundo se erige como posibilidad del cambio institucional y civilizado de gobernantes y el ascenso de grupos críticos o de oposición, aquí luciría, en el caso del Poder Ejecutivo, como mera ilusión.

La desconexión y el desconocimiento de la idiosincracia y aspiraciones populares por parte de la “revolución” son cada día más evidentes. Un estudio de opinión reciente de Datanalisis demostraba que una amplia mayoría de los venezolanos, (más del 80%) independientemente de su posición política, consideran fundamental la existencia y el respeto a la propiedad privada, sea cual sea el sistema económico, y entre los propios adeptos del Presidente, un 60% manifiestan su deseo de poseer su propio negocio, es decir, de ser empresarios. “Socialistas C.A.”

La exaltación del trueque, del modelo cooperativo, de las empresas de producción social, o de la colectivización de la propiedad y de las ideas, son hermosos y exquisitos devaneos de un folclorismo político, que chocan como arcaicos caprichos o delirios presidenciales, con los legítimos y verdaderos deseos y aspiraciones de la población, y su quehacer práctico, histórico y socio-cultural.

Un sindicato socialista de General Motors exige, en la discusión del contrato colectivo, que le entreguen 152 carros al año. La lucha y el sacrificio endógenamente socialista rinde mejores frutos en un carrito ultimo modelo y con aire acondicionado. Descuartizan al capitalismo salvaje y a la competencia, uno de sus pilares axiológicos. Nadan en la grandilocuencia de la delegación de atletas olímpicos a Beijing 2008, pero se ahogan en la cruda realidad de los resultados concretos en medallas. Satanizan al “Imperio” norteamericano, omnipresente causa de todos los males presentes y futuros del país, pero ejercen, sin pena, un novisimo imperialismo petrolero, repartiendo chequecillos y dólares en naciones hermanadas por un lambuceo no tan soterrado.

La comodidad de viviendas, posesiones y vehículos de muchos funcionarios del gobierno, salpicados con añejos escocés y atuendos de última y exclusiva moda, constituyen una peculiar forma de socialismo, un socialismo por fuera pero con capitalismo por dentro, un socialismo de etiqueta, retórico, demagógicamente desechable, pero como muchas cosas del proceso, virtuales, intangibles, inexistentes, irreales. El sueño socialista de muchos, terminó antes de empezar.

Para los izquierdosos de corazón, y los de conveniente último momento, o para aquellos que creen que son la punta de lanza del progresismo al caletrearse tal o cual discurso o folletito didáctico del partido, con alguna terminología básica “socialista”, el socialismo es muchas cosas, pero primeramente comodidad. Revuélcate en tu tumba, estimado Vladimir Ilich Lenin.

Convertir la Carta Magna en una suerte de papel sanitario, a propósito del contrabando de las 26 leyes, es algo usual y acostumbrado en el gobierno. Algunas alarmas suenan en la oposición, pero sólo los grillos en la otra acera, y en el resto del país. La ignorancia ilustrada genera, ciertamente, una tranquilidad macabra, pero tranquilidad al fin, que acompaña un conformismo abundante como la neo-bonanza petrolera.

Al final, algunos revolucionarios, seguidores, o filósofos del proceso, en alguna mesa, o en una barra, en cualquier ardua reunión de trabajo, liberan el estrés de las últimas encuestas regionales, nada alentadoras, dilucidando cargos y comisiones, edificando proyectos fabulosos pero inútiles, construyendo el socialismo del siglo XXI. Más hielo camarada. La lucha de clases exige hidratración. Que le pongan la etiqueta que quieran, capitalismo, comunismo, maoísmo, o cualquier otra cosa que termine en “ismo”. Camaradas o no, trabajadores y otros no tanto, venezolanos al fin: todos aspiran a mejorar, a progresar, a tener su casita, su carrito, su negocito, sus ahorritos, sus viajecitos, su celularcito, su dvdcito, su neverita llenita, su ropita, y si, su botellita de escocés mayor de edad para esos momentos especiales, faltaba más. He allí la piedra filosofal que faltaba. Heinz Dieterich, retírate. Ese es el verdadero socialismo Un Socialismo on the Rocks.

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