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El cuerpo y el inválido

» El río del cuerpo brotó como un manantial en la mitad del cauce de mi vida. Me amargaba el hecho de que sólo mi espíritu, invisible, fuese capaz de crear visiones tangibles de belleza. ¿Por qué no podía convertirme a mí mismo en algo esencialmente hermoso que valiese la pena mirar? Para ello precisaba transformar mi cuerpo. »
Yukio Mishima

A pesar de su desbordante genialidad, de su narcisismo y acentuado individualismo, de su romántico impulso hacia la muerte y proteica locura, el escritor japonés YukTo Mishima, no pudo evitar ser la expresión de una faceta común del zei tgeist, la manifestación del espíritu de los tiempos marcado por un cambio en la imagen del cuerpo y su relación con el arquetipo del inválido.

La pasión de Mishima por el lenguaje de los músculos como síntesis de forma y fuerza, como desarrollo perfeccionado en el propio cuerpo de lo que debe ser una obra de arte y una verdadera estética, es tema de plena actualidad. La musculatura interesa y resulta en una relación de armonía con el cuerpo, el vigor y la salud. Lejos quedan, por supuesto, las carnosas y voluptuosas damas de los cuadros de Rubens, Giorgione e Ingres, o aquellas sensuales, sonrosadas y repletas ninfas pintadas por Francois Boucher.

No menos, los rollizos caballeros de la era victoriana quienes exponían orgullosos su prominencia abdominal mediante trajes de levita abiertos por delante como signo de prosperidad. Lejos están, también, los escuálidos caballeros y las tuberculosas damas de la época romántica, las estilizadas y frágiles bailarinas de Les Silfides, la plana y esquelética modelo Twiggi, o los famélicos y barbudos hippies y activistas revolucionarios de los años sesenta.

El entusiasmo, la moda y la efervescencia actual por la salud, los músculos y la belleza física, no pueden verse exclusivamente como una sencilla vuelta al ideal de armonía de mens sana in corpore sano o como la búsqueda estética de un cuerpo de perfección clásica. Con un telescopio de largo alcance y el deseo de querer econtrale un sentido ulterior a los hechos, podríamos entenderlos como un movimiento social hacia la recuperación del cuerpo psíquico. Tal vez, hasta podrían ser las expresiones simbólicas de las últimas etapas de un largo proceso de transformación de la consciencia colectiva que desde principios de siglo venía siendo impulsado por individuos como el psicoanalista alemán Otto Gross o el escritor inglés D.H. Lawrence. La aproximación casi religiosa al amor físico del autor de E1 Amante de Lady Chatterley, la polaridad entre sus personajes, Cliford y Mellors, el uno, un sofisticado inválido con una concepción abstracta, mecánica y restringida de la vida, el otro, un sencillo e instintivo impulso sexual, replanteaban uno de los temas fundamentales del siglo: la disociación entre la mente y el cuerpo.

Para la generación nacida en la entreguerra, portadora de la moral burguesa de las clases medias, el cuerpo se mantuvo relagado a segundo plano. La preocupación excesiva por el deporte, la musculatura y la forma corporal, era vista con cierto desdén, indicio de una inteligencia escasa o de un lamentable desinterés por las ocupaciones verdaderamente importantes, los valores espirituales, intelectuales, económicos o profesionales. Había todo un correlate estético al respecto. La erótica, al menos en cuanto al discurso público se refiere, no estaba ligada al cuerpo o a la belleza masculina. El triunfo del bulto estomacal bien desarrollado como «curva de la felicidad’ o la afirmación de que «el hombre es como el oso, mientras más feo más hermoso», reflejaban, además de una particular concepción estética, una interpretación valorativa de la posición del cuerpo frente a otros aspectos de la personalidad hacia los cuales el hombre debería canalizar su energía y desarrollo.

Junto a la molicie y al exceso de la sociedad de consumo, una nueva consciencia colectiva comenzó a fijar su atención en la dietética, la salud y el deporte. La vida sedentaria y cómoda del hombre moderno, sus vicios y alocada alimentación, habían mostrado su efectos perversos. El ejercicio regular popularizado se convirtió en necesidad, en mecanismo de regulación y compensación homeostático de una cultura volcada, paradójicamente, al mínimo esfuerzo corporal. Si, por un lado, gran parte del afán de progreso del siglo XX fue un esfuerzo titánico por ahorrar movimientos, y mucho del desarrollo económico y del avance tecnológico y científico, tuvo como meta el logro de mayor comodidad, por el otro, esa mismos seres humanos se vieron obligados a inventar toda una cultura de nuevas ocupaciones y actividades que les permitieran reactivar con su hemisferio cerebral izquierdo todos los movimientos que su capacidad de abstracción con tanto celo había ahorrado. Es difícil procesar el doble mensaje de una civilización esquizoide que primero nos envuelve y seduce con la magia de un sin fin de artefactos que reducen al mínimo la actividad corporal, ofreciéndonos un clima de sedentario y cómodo reposo, para luego obsesionarnos y obligarnos a consumir frenéticamente toda la energía que previamente habíamos economizado.

A pesar de todo, de ese doble mensaje surgió una nueva apreciación estética y otra forma de experimentar el cuerpo. Aunque para algunas personas el ejercicio no es más que una simple diversión o una agradable actividad destinada a llenar el ocio, mientras que otras lo toman como una tarea indispensable para mantener la forma y esculpirse un cuerpo hermoso de acuerdo al ideal de belleza imperante, la revalorización del esfuerzo físico puede también revivir una forma de consciencia olvidada por la historia de la cultura occidental. Es un reaparecer del cuerpo sutil, del cuerpo psíquico donde naturaleza y espíritu confluyen en el espacio intermedio del alma y donde, sensaeiones, emociones, imágenes y pensamientos se aglutinan como unidad orgánica capaz de ofrecer, por breves instantes, destellos de significado. A1 igual que las Ménades alcanzaban una fuerza extraordinaria en la danza y éxtasis místico que las caracterizaba, el reto, la potenciación del esfuerzo corporal hasta el límite de nuestras capacidades, el sudor copioso, la sensación de músculos poderosos y tensos que nos pertenecen, hacen irrumpir desde el interior una inefable sensación de volcánica totalidad existencial.

Hoy en día, el absurdo de mentes sin cuerpo que tanto obsesionó a D.H. Lawrence pareciera superado. Tal vez un resultado falaz de esa creencia es la menor incidencia de la histeria como trastorno clínico, hasta el punto de haber sido oficialmente eliminado su diagnóstico psiquiátrico. La problemática fundamental del paciente histérico es la mala relación con su cuerpo, con su sexualidad e instintos, con su propia naturaleza. Sin embargo, la bulimia y la anorexia son cada día más abundantes, y ello puede ayudarnos a pensar en la cara negativa del culturismo físico. La religiosa dedicación al ejercicio, la multitud de personas que se someten repetidamente a todo tipo de dietas, corren y suben el cerro varias veces al día, hacen aerobics, yoga, nadan y montan bicicleta, puede entenderse, a su vez, como una posesión par el cuerpo. A1 igual que los casos de histeria colectiva durante el medioevo, donde el cuerpo hacía una aparición forzosa a través de la dancing-mania, el baile de San Vito o el Tarantismo, la posesión de la Ménades, frenéticas seguidoras de Dioniso,reaparece en el incesante movimiento del body-bui ding.

En todos esos seguidores y adoradores de la Diosa Salud, en aquellos que asocian la totalidad de mente y cuerpo a la ausencia de enfermedad, actúa solapadamente un particular mecanismo de defensa: una represión del Arquetipo del Inválido. Esas enérgicas mentes y saludables cuerpos armoniosamente bronceados por el sol, que después de correr varios kilómetros desayunan en base a fibras y BircherMuessli, y salen para sus trabajos tan frescos como una lechuga, suelen olvidar que el arquetipo del invalido, los sentimientos, emociones y limitaciones que él genera pertenecen también a la naturaleza humana. Todos tenemos alguna deficiencia y debilidad mental o corporal. Todos tenemos algo dañado, algún defecto o impedimento, alguna malformación, algo permanentemente fuera de lugar. Ellos hacen posible una apreciación diferente y profunda del sentido de la vida. Las fantasías de salud desarman la capacidad para convertir en experiencias de significado nuestra propia debilidad, nuestros defectos innatos, los accidentes que sufrimos y el natural deterioro y decalmiento de nuestras capacidades físicas y mentales.

La falta de aceptación del arquetipo del inválido está en el núcleo del exhibicionismo de Yukio Mishima y de su suicido ritual. Como el mismo lo expresó al hablar de su atlética transformación: «pero el cuerpo está destinado a envejecer y deteriorarse… no aceptaré este destino. Esto significa que no me resigno a la marcha de 1a Naturaleza… sé gue he empujado a mi cuerpo por un sendero mortífero.» La consciencia del arquetipo del inválido como copartícipe de nuestro ser es psíquicamente indispensable. Implica una condescendencia con nosotros mismos y hace posible una reflexión nacida de la debilidad. Conlleva, igualmente, a la aceptación de nuestra dependencia de otros seres humanos, lo cual a su vez facilita y endulza las relaciones humanas compensando la exagerada fantasía del héroe fuerte e independiente que se basta a sí mismo. Como señala el Dr. Adolf Guggenbuhl-Craig, «el arquetipo del inválido para la persona que lo está viviendo puede también trabajar positivamente. Contrapesa la inflación psíquica, cultiva la modestia. Las debilidades humanas son aceptadas por estas personas, y así una especie de espiritualización se hace posible.» Una verdadera consciencia del cuerpo implica que junto a la salud y el vigor existen también las malformaciones y el deterioro. Ellos a su vez necesitan rituales.

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