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A. J. Fernández, "El hombre del anillo": la magnífica y atroz bizarría del imaginario trujillano

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Entre polvo y herrumbre la calle busca el infinito en medio de las arboledas,
el calor y la luz del sol de los araguatos. La casa de paredes desconchadas,
puerta de aldaba grande y tranca de algarrobo, pinta de sepia mi memoria.

Un "Ritorna vincitor" —a todo volumen— castigado por una aguja sucia que se
arrastra sobre el acetato, impide al único habitante de la casa escuchar mi
llamado; cuando por fin lo hace, tengo ante mí a "El Hombre del Anillo".

Desnudo de la cintura para arriba, cara de rasgos faunescos y con el enorme
anillo de piedra en el anular de la mano derecha, Antonio José Fernández (1), "El
Hombre del Anillo", me preguntó con recelo:

—¿Quién es y qué es lo que desea?

—Buenas tardes, señor Fernández. Soy Josefa Zambrano, he visto su obra y
quise venir a conocerlo—, le respondí sin demostrar el temor que me
inspiraba.

Respuesta que a lo mejor le gustó porque, mientras limpiaba una silla para
ofrecerme asiento, comenzó a contarme: "No me gustan los intrusos ni los
averiguadores, ¿sabe? En días pasados vino una periodista de Caracas y tuvo la
falta de respeto de preguntarme en qué gastaba los cobres. No le respondí sino
que agarré aquel machete, lo rastrillé en el suelo y le dije que no teníamos más
nada de qué hablar. Se fue enseguida. Igualmente, todos aquí me tiran piedras en
el techo porque me gusta escuchar la opera, Verdi. Usted lo conoce, ¿no? ¡Ah!,
pero yo sí tengo que escuchar a juro sus radios y vulgaridades".

Los cuadros terminados están sobre la mesa, mientras los recién pintados se
secan alineados en el piso. En el patio enormes formas de cemento esperan por
las palabras, las manos y la pintura del demiurgo para transformarse en
policromos seres. Bajo un árbol de mamón los gatos reposan, se lamen, juegan,
mueven sus colas y lanzan zarpazos; además, son tantos como las gallinas que se
ven al fondo tras la malla de alambre.

Mis ojos recorren con avidez todo lo que me va mostrando: "Esas dos
esculturas tamaño natural me las encargó doña Anita (2), la dueña de la "Sala Ocre"
de Caracas, y a estos cuadros los mandará a buscar doña Sofía (3), la del museo.

«¿Usted las conoce? No me gustan las culebras, por eso tengo los gaticos y las
gallinas. Ese que ve allá es muy bonito, pero nació sin cola". Trato de
seguirlo, mas sin querer mis ojos se detienen sobre las hojas y cartulinas
escritas que tapizan las paredes de la sala.

—Perdone, señor Fernández. ¿Podría leer algunos de los escritos pegados en
la pared?

Fue esta pregunta la que en una tarde de 1977 me permitió descubrir los
poemas, reflexiones, cuentos y fábulas originales de Antonio José Fernández.

Constatar que él, como ya lo había dicho Juan Calzadilla, "es un caso
excepcional no sólo por ser el primer escultor ingenuo, sino también por el
dominio con que sabe expresarse en diferentes medios: la madera, el cemento, los
colores, la piedra"; materiales a los cuales, a partir de ese momento, podían
añadirse el lápiz y el papel.

"En efecto —escribe el crítico Francisco Da Antonio en el prólogo A. J. Fernández, El Hombre del Anillo. Poesía, Reflexiones, Cuentos (4), cubriendo los muros de su casa en Carvajal, allá en Valera, ‘los papeles’ de
Fernández permanecieron semiolvidados en la penumbra de las viejas paredes, sin
que ninguna mano se atreviera a develar el secreto de aquellos signos
milagrosamente preservados a lo largo del tiempo que media entre 1970 y nuestros
días. Serían la devoción y la persistencia de Josefa Zambrano Espinosa, joven
abogada trujillana, quien no sólo se dedicó a transcribir amorosamente el
testimonio del pensamiento escrito del artista, sino quien con idéntica pasión,
diseñó y puso en marcha el proyecto que ahora culmina con la edición de este
trabajo".

"No hubiese sido completo —continúa Da Antonio—, empero, si en mérito de tan
importante hallazgo, hubiésemos pasado por alto la significación plástica de
Fernández en el ámbito de la expresión ingenua de nuestro país y, en particular,
las secuencias que enmarcan su incorporación definitiva a esa historia en cuyo
punto de arranque situamos la entrevista que realizara en 1965, entre el
bullicio del mercado valerano, el Dr. Carlos Contramaestre a quien debemos no
sólo la presencia actuante del Hombre del Anillo, sino también la promoción y
consolidación de su firma".

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Efectivamente, en 1964 Carlos Contramaestre, su descubridor, lo encuentra en
aquel puesto de vendedor de frutas y verduras, y, en medio del alboroto del
mercado de Valera y la atención que le dispensaba a los clientes, realiza la
famosa entrevista a que se refiere Da Antonio, la cual infelizmente no pudo ser
reproducida en el vernissage de su primera exposición en la galería "El
Techo de la Ballena" de Caracas, el 14 de noviembre de 1965. En ella Fernández,
aunque manifiesta no recordar en ese momento ninguna de sus obras en prosa,
reafirma su inclinación por la poesía: "No soy lo que llaman un declamador. Sí,
he escrito unos versos que llevan por título ‘El pensamiento humano’, o sea, el
pensamiento que me viene a la memoria, muchas veces en la noche y en el día. No
tengo hora para la inspiración".

Y a la pregunta de Contramaestre: "¿Tienes impedimento en recitarme uno de
tus versos, aunque sean tres cositas para el público que hoy llena esta galería,
este gran mercado que podría ser "El Techo de la Ballena?". Respondió: "Voy a
recitar unos cortos versos que doy por título (no sé si estoy equivocado)
‘Llanto y lamento’: Los llantos y lamentos no despiertan a los muertos/ de su
eterno y profundo sueño, / porque todo en este mundo/ no es más que la fantasía
y el engaño/ en que vivimos los seres humanos".

Mucho antes, el 25 de julio de 1958, el diario "El Nacional" de Caracas,
publicó: "Un escultor ingenuo, autodidacta e intuitivo descubren en Valera. Es
vendedor ambulante, aplica inyecciones, escribe poesías y ahora se le ocurrió
modelar estatuas en cemento". En esa crónica se decía que, según Antonio José
Fernández, sus esculturas y poemas eran "obras del capricho" porque se había
inspirado "en una ocurrencia que vino a su mente una tarde crepuscular".

Ha pasado mucho tiempo desde que se editó parte del "importante hallazgo" de
que habla Da Antonio. Sin embargo, aún en 1998 Juan Calzadilla en su ensayo
Biografía en breve de un artista verdadero
(5), hace referencia a los "extensos
poemas que mantiene inéditos" en su casa de Carvajal, estado Trujillo, este
artista galardonado en 1997 con el Premio Nacional de Arte Popular "Aquiles
Nazoa", y cuya obra, además de haber sido expuesta en las más importantes
galerías y museos de Caracas, ha sido objeto de puja en la "Sala Mendoza" —la
pionera de las subastas venezolanas— y de gancho en la de la galería de arte "Odalys".

Pero mayor cantidad de años ha transcurrido desde el aciago día en que estuvo
a punto de ser entregado a la policía por haber realizado su primera escultura:
"Mi primera escultura —cuenta El Hombre del Anillo— fue un muñeco de barro que
hice a los quince años. El muñeco tenía una cara larguirucha como la mía. Un
señor que era hacendado en Juan Díaz, llamado don Salomón, me quiso llevar a la
policía porque, según la gente, había quedado muy parecido a él. Quizá no lo
hizo por consideración a mi padre que trabajaba en su hacienda como albañil".

Del infausto momento cuando, acorralado y enloquecido por las rechiflas de
sus vecinos vendedores del mercado valerano, destruyó a martillazos toda su obra
plástica para no continuar viéndola convertida en el hazmerreír de sus paisanos.

Del humillante rechazo que recibió de los profesores del liceo de Valera,
quienes, por ignorancia y falta de sensibilidad, no sólo se negaron a aceptar la
bondadosa donación de una de sus esculturas sino que se burlaron de él y su
obra, diciéndole: "¿Cómo se le ocurrió hacer una cosa así tan fea? Usted, está
loco si cree que vamos a exponer en el liceo ese adefesio". Palabras y risas que
le obligaron a tomar las decisiones de destruir nuevamente su obra, de no volver
a esculpir y de retomar su puesto de vendedor de frutas y verduras en el
mercado.

Afortunadamente para el arte, Fernández contó con el apoyo y el estímulo que
siempre le brindó Salvador Valero, el otro gran pintor trujillano.

Valero, el "Último Imaginero" según Contramaestre, le aconsejó que nunca
debía hacerle caso a los que despreciaban su obra; por el contrario, debía dejar
"que la bestia ruja" y, desde luego, esperar por su descubridor. De ahí que le
escribiera (6): " (…) Paso a decirle que me mueve hacerle esta carta con el fin
de recordarle lo que hace tiempo le dije sobre sus trabajos de pintura y
escultura que ud. en mala hora ha destruido y aun intenta destruir guiado
unicamente por el desaliento que ha cundido en su animo por causa del desprecio
que unos pocos espiritus ciegos han hecho de sus obras (…) Le aseguro que esos
con todo su barbarismo no pueden penetrar en lo hondo de nuestros espíritus para
arrancar lo poco que ellos contengan de eso que para nosotros es algo de divino
encantamiento que sale a la luz física como un mensaje de formas y colores
venido del más allá y de lo sutil".

"De modo que mi apreciado amigo Fernández la digo a ud. y le repito esta
misma sugerencia aprovechando la agradable noticia que he tenido o que me ha
llegado de que nuestro buen amigo el doctor Contramaestre en buena hora lo ha
descubierto a ud. al tener esta tan grata noticia he supuesto que su animo en su
apocamiento y desastroso decaimiento en que lo dejo postrado el desprecio que
hizo de sus obras un minúsculo numero de espiritu velado hoy debe estar
reaccionando. alentado y fortalecido ante la presencia de ese arqueologo
espiritual para su bien a desenterrado sus obras".

"En tiempos pasados le aconsejé yo para que no se dejara guiar por el
desanimo y desaliento que el dia llegaria en que sus obras serian apreciadas por
personas poseidas de sensibles y claros espíritus, de modo que mi amigo
Fernández hoy que piso ud ese primer escalón procure subir otro y otro. suba con
sus piedras. con sus tablas. con sus cartones y con sus lienzos y desde lo alto
no volverá a ver a quienes lo despreciaron en su obra".

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Ascenso que, como un reto, comenzó a partir de 1968, según lo testimonia
Contramaestre: "Inmediatamente de su exposición caraqueña aparecieron tres
letras rojas en su casa: AJF. Iniciales que significaban un reto abierto a la
mediocridad, una toma de conciencia en un medio hostil, la viva respiración de
un hombre que estaba medio muerto. Ahora A. J. F. era el Hombre del Anillo. No
era más el verdulero. Con la venta de frutas en el mercado de Valera se había
echado muchas cuentas encima, prefirió abandonar su antiguo oficio. Porque ya la
escultura era su camino definitivo, no era una forma más de emplear los ratos de
ocio, tampoco era una forma de provocar o incitar un diálogo inútil con el
público local; como cuando ensayó llevando al mercado local un trabajo suyo ‘un
trabajo fúnebre, un ángel’, para que lo vieran. Ahora se sentía valorado
plenamente, poco importaban las burlas, los desaires. Sabía que una batalla
había comenzado, le animaba un solo deseo: avanzar. Una nueva energía se había
apoderado de él".

Energía creadora, infatigable, que le ha permitido develar los arcanos de la
palabra, la madera, el cemento, el óleo industrial, la cabilla, al tiempo que
continúa, como también dijo Contramaestre, "cultivando las virtudes curativas de
la Flor de Paraíso, protegido por su descomunal talismán".

Dos años después, en 1970, comienza a escribir esos "pensamientos que le
vienen a la memoria" y a empapelar metódicamente con ellos las paredes de su
casa. Puede hacerlo gracias al éxito de sus dos primeras exposiciones, las
cuales le permitieron abandonar su puesto de vendedor en el mercado de Valera y
dedicarse exclusivamente a la escultura y la pintura; por lo tanto, ya no tiene
necesidad de usar "los papeles, aunque estuvieran escritos," para envolver las
verduras que llevarían los clientes a las cocinas de sus hogares.

Son estos mismos "papeles" los que transcribí —guardando la ortografía y
sintaxis originales— y ordené, de acuerdo a su tema y forma de expresión
literaria, en poemas, reflexiones, fábulas y cuentos, de los cuales seleccioné e
incluyo aquí a título ilustrativo in extenso o en fragmentos.

POESÍA

La poesía está presente en todos y cada uno de sus actos, pues en Fernández
la soledad cotidiana compartida con sus gatos y gallinas se trasforma en la
soledad generadora de una obra, tanto plástica como literaria, que no es otra
cosa sino, como dice García Montero, "dos soledades juntas y una manera noble de
contarnos la vida".

Vida de la cual, con espontaneidad y belleza, trata de develar sus más
entrañables misterios; de aprehender todo el vigor que le es posible, para así,
imprimir al universo creado por él el soplo mágico, onírico, delirante de su
hacer y decir.

Signada por un estilo absolutamente ajeno a las academias, la creación de
Fernández es un pensar y un sentir que se imponen a las circunstancias y al
medio, pues, "forzosamente autodidacta —como lo expresa Calzadilla— crea por
impulso, y su gran memoria visual le permite suplir sus carencias técnicas con
una gran dosis de encanto y fantasía".

De ahí que su fuerza esté en su absoluta libertad de creación, en su visión
interior colmada de imágenes y colores, en la posibilidad de expresar sus
sentimientos y puntos de vista; pero sobre todo, en ese "no ponerse a salvo de
sufrir la inacabable persecución" de que habla María Zambrano.

Así, en un texto escrito el 5 de marzo de 1978 dice: "No temo a la
Hoscuridád porque de ella vengo y para ella buelbo; y nuestras ydeás probienen
de la Hoscuridád (…) Y el Motor de la vida está dentro de esa Hoscuridád por
eso Llo no la desprecio porque seria temer de si mismo".

¿Acaso no se está en presencia de t
o a
p
e i
r o n
de que habla Anaximandro? ¿Es que acaso no todo proviene y retorna al
innombrable ilimitado, origen y fin de todas las cosas? Fondo tenebroso que todo
lo contiene e iguala en lo más recóndito de su infinitud. Oscuridad que evoca a
las sombras abisales del caos, de la nada, pero que, gracias a su aliento de
hacedor, trasforma en luz e imagen, en verbo que nombra y crea, pues, en
definitiva, el apeiron de Anaximandro no es otra cosa que lo "sagrado a
revelar", como bien lo expresa, una vez más, María Zambrano.

En otro texto de fecha desconocida, íntimamente relacionado y titulado "La
Fuente Seca", escribe: "O de aquella fuente que un tiempo existió pero hoy de
esa fuente sólo queda tristeza y nostalgias al verla con esos profundos y
misteriosos pozos secos; como pareciendo más bien sepulturas, que al ser humano
causa amarguras(…) y ya esa fuente no puede dar agua al viajero ardiente, ya
no oimos su sonido; porque sólo olvidada ha quedado y asi la vemos seca
misteriosa como una fosa de un camposanto y hoy nos dá espanto de ver sus
profundos vacios".

Fernández logra asociar nuevamente a los contrarios: vida y muerte, alegría y
tristeza, ardor y frescura, humedad y sequía.

Para un hombre que "cultiva las propiedades curativas de la Flor de Paraíso"
y que ha hecho suyos los poderes apotropaicos de una piedra de río transformada
en anillo, no pueden ser extrañas las virtudes de la fuente que, junto al
Díctamo Real, nace y se esconde en las montañas, esperando por aquellos que
anhelan saciar en ella su humana y ardiente sed de juventud y sapiencia. Mas
para nuestro infortunio, la fuente de la vida, al igual que la planta, ha
perdido su mágico poder y se ha transformado en pozo Airón de donde nada fluye,
salvo silencio, vacío y muerte.

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Igualmente, en un largo poema también de fecha desconocida y titulado "Noche
De Tormento", Fernández se pregunta: ¿Es acaso esta noche tan tormentosa y
angustiosa, como acaso es la fosa hoscura?

Angustia existencial que recurrentemente le induce a asociar la oscuridad con
la muerte, pues la Noche, como él lo ha intuido, es hija del Caos y madre del
Cielo y la Tierra, y por lo tanto viene a ser la generadora y recipiente no solo
de sus incertidumbres sino también de sus delirios y dolores: "¡Oh ruidos
extraños, / no atormentes más mis vidas. / Oh, noche de tormento y lamento/ no
me perturbes más aunque esté despierto,/ dejadme ya mi cuerpo quieto/ no me
atormentes más mi herida/ dejad quieta ya mi vida,/ cesad ya tu cruel tempestad,
/ tened de mi piedad (…)"
; de sus ensoñaciones: "Ay, noche
tempestuosa,/ no seáis tan odiosa/ no agites tanto las olas del mar,/ déjame
mirar del jardín/ las bellas flores/ y contemplar de ellas sus colores. Dejad
que las lindas mariposas/ -tan hermosas- / se acerquen a mi lado, / aunque yo
solo sea un árbol talado (…)"
; de sus temores: "Dejad que mis ojos sean
de la tarde sus despojos, / ya no causes en mi tanta amargura/ no seas tan
hoscura. / Quitad de mí tu manto/ lleno de espanto, / y tan hoscuro, /Pareces el
muro fuerte del cataclismo/ que quiere convertir todo en lodo (…)";
y,
desde luego, de las traiciones de que ha sido víctima: "y luego despertar y
recordar con mi ilusión, /a aquella infiel
/ que para mí fue la hiel por
su traición"
.

Este poema es fundamental para descifrar la atormentada temática de su obra
plástica, vinculada reiteradamente con la figura de la mujer, los celajes y
sombras, el fuego, las mariposas y el bullicio.

La mujer, uno de sus temas favoritos, no siempre ha sido la imagen de alegre
colorido que aparece en el retablo "Luz en el camino" (1980) o en las humildes
campesinas vendedoras de flores, frutas y gallinas de sus esculturas de esa
misma época, sino que por el contrario, "el tema de la mujer, como expresa Da
Antonio, aparece como una constante, como el centro de gravedad de su creativa.

En Fernández deviene frecuentemente en obsesión prohibida (…)".

Otro tema estrechamente relacionado con el anterior es el de las mariposas.

Aunque objeto de sus ensoñaciones, para él las mariposas son el símbolo de la
veleidad; de la belleza y alegría fugaces que se consumen en la llama. Así, "en
el desarrollo del ‘Tríptico de las Mariposas’ (1969) —expresa Da Antonio—, el
proceso parece conducir de lo referencial en el ‘Jardín de las Mariposas’ y aún,
si se quiere, en ‘Mariposas de un Recuerdo’, a las tensiones de lo expresivo en
"Sombras de Tormenta". Este último panel podría insertarse en el ámbito de una
obra que Fernández ni tan siquiera conoce, la pintura de Willem de Kooning".

REFLEXIONES

Dentro de sus Reflexiones existe un texto titulado "Sombras del olvido", en
el cual expone y analiza la condición indeseable en que se encuentran muchos
ciudadanos tanto dentro de su comunidad como fuera de ella. Situación
inaceptable por ser Venezuela un país con una altísima renta petrolera, pero
agobiado por la ignorancia y la pobreza que, gracias a la incapacidad,
negligencia y corrupción de los gobernantes, padecen sus pobladores.

Fernández, el artista que ha soportado el desprecio y la
incomprensión de la comunidad donde le ha tocado vivir y crear, es el mismo
hombre que observa, analiza y con sensibilidad social, en fecha 15 de diciembre
de 1975 escribe: "Deambulan por las calles de nuestra patria muchos seres
humanos que andan a la voluntad del Señor, esperando que una mano generosa les
dé un mendrugo de pan o una limosna para saciar su necesidad.

Muchos de éstos seres están olvidados de sus familias, los
cuales a veces son pudientes pero por pretensiones se olvidan de ellos, que
nacieron con defectos físicos ó mentales.

Otros es porque son gente de pocos recursos económicos y no
pueden ver de ese ser que deambula por la calle solicitando una limosna.

Otros porque no tienen trabajo, no consiguen dónde ganarse el
sustento del día y por último, los que por ciertas circunstancias o por
sinvergüenzas se tiran al abandono por decepciones recibidas y se entregan al
vicio, y hoy en día ya están alcohólicos.

Muchos seres que deambulan por las calles de nuestra patria,
presentan malos espectáculos ante el público, sus carnes, sus úlceras, su
miseria física y moral, así los vi yo en los alrededores del Mercado Municipal
de la Roma Trujillana, ya. que dicen que Valera es la Ciudad de las 7 Colinas,
así dicho Mercado parece más un Manicomio que un Mercado.

Estos seres no tienen la culpa y como ellos hay miles que
andan por las calles de nuestra Patria, esperando la ayuda asistencial, pero
para que esto suceda habrá que ofrecerle una promesa a la Virgen de los
Milagros, y eso que nuestro país es uno de esos en los cuales se habla a cada
rato a través de los medios de comunicación (por Radio, los periódicos), de los
millones de millones para asistencia social, miles de millones para educación.

Yo pregunto ¿qué se harán esos millones? pues muchas personas van al Hospital a
buscar asistencia y no los atienden y sí es nuestros niños, muchos no estudian
porque en las escuelas no hay cupo, porque sus padres están sin trabajo y no
tienen para saciarles el hambre, mucho menos para comprar los útiles escolares.

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Pero en nuestro país se gastan miles de millones en hacer
conferencias y en hacer agasajos y en paseos dizque a ir a estudiar las
tecnificaciones de otros países, pero todo parece más bien que sirve para llenar
las arcas de los Bancos Internacionales, por tanto mientras esto se hace, se
debería mejor ayudar a la nueva juventud, los niños de hoy, los hombres del
mañana, la nueva generación, creando bastantes centros de estudios, agricultura
y ganadería, enseñándoles de acuerdo a lo que cada niño aprender.

También los miles de alcohólicos y pordioseros debieran ser
atendidos

en centros asistenciales bien equipados porque para eso
nuestro petroleo produce muchos millones de barriles y ahora, que cada
venezolano tiene derecho a unos cuantos barriles de petróleo porque para eso fue
nacionalizado, mayor razón tendré yo y ojalá que todo lo dicho se cumpla y hay
que ir a ese te vez, ofrecerle una promesa a la Virgen de los Milagros".

Texto palpitante —explicativo por sí mismo— que en su lúcida vigencia expone
descarnadamente los infortunios de un pueblo cuyas esperanzas siempre fueron y
son victimadas por la violencia de la demagogia oficial.

MORALEJAS

En sus Moralejas se nota la influencia que ha sembrado en él la lectura de
las Sagradas Escrituras, en especial la del Libro de los Proverbios: "Dejad
que la tempestad venga y agite los árboles
,/ porque así morirán los malos
gorgojos./ No eches leña al fuego,/ no critiques la vida ajena, no combatas la
injusticia con la injusticia, no combatas la violencia con la violencia. Usa
siempre la fuerza intelectual y no uses es la fuerza bruta, porque es la fuerza
de los cobardes".

Fernández no se ha contentado con los consejos de Salvador Valero sino
que también ha hecho suyas las sentencias de Salomón. Ya no es el hombre
desesperado y humillado que destruye lo que él mismo ha creado; por el
contrario, ahora sabe que la intemperancia no es la mejor arma para combatir la
tempestuosa y "torpe crítica de los que nada saben de arte". Sabe que un
demiurgo —y él lo es— es el fundamento del universo que crea, por eso primero
pone orden en sí mismo y luego organiza el mundo circundante. Ha aprendido que
"Después del bullicio viene el hastío/ y después de las alegrías/
Vendrán las tristezas/ Y el arrepentimiento"
, de ahí que deba "ajar su
vanidad", situarse más allá de los contrarios y crear esa unidad que trasciende
el tiempo: la obra de arte.

FÁBULAS

Así como los imagineros del siglo XIII se inspiraban en las fabliaux
para esculpir los medallones y los relieves satíricos de las sillerías del coro
de las grandes catedrales europeas, sus fábulas recuerdan las antiguas
fabliellas que forman parte de la tradición oral del campesinado trujillano.

En las zonas rurales trujillanas donde el analfabetismo alcanza cifras
alarmantes, la mayor parte de las consejas, leyendas, oraciones, ritos
agrícolas, costumbres familiares y locales se hacen a través de la tradición
oral. De ello se encargan los de mayor edad, con gracia para contar y memoria
para recordar, y como cultura e instrucción no son términos idénticos, estos
depositarios del saber oral, según dice Juan Goytisolo, pueden ser y a veces son
más cultos que algunos de sus paisanos que han tenido acceso a la educación
formal.

Fernández elabora sus fábulas con lo que ha visto, leído u oído. Como es
tradicional, sus personajes son animales, y basándose en hechos que han
acontecido en su medio o que ha conocido a través de la radio, los periódicos u
otras personas, desarrolla una historia de la cual se deduce una moraleja que
sirve de enseñanza.

Así Fernández, como Florián, narra con mucha gracia la historia del Gato y
los Ratones:

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"Una vez dos ratones hambrientos encontraron un pedazo de queso, uno de los
dos que era un poco "agalludo" y quería todo el queso le tocara para el solo.

Así entre ambos se formó una acalorada discusión y estando liados en la misma,
se apareció un gato, el cual también lleno de hambre se les abalanzó encima con
sus garras y los devoró.

Cuando el gato estaba terminando de Comerse los dos ratones, apareció un
ratoncito muy chiquito, quién lleno de orgullo y alegre porque se encontró el
queso que los otros habían dejado, piensa para sí:

— Que felicidad es la "Papa limpia", nadie sabe para quién trabaja, ojalá
sigan dejando queso. En fin los quesos no se acaban y el que diga que no deja
quesos es un tonto.

Ahora el gato que ya había terminado de Comerse los dos ratones se dice
también a si mismo:

— He debido comerme el queso, pero no hay que ser tan avariento, además, si
no hubiese dejado ese pedacito de queso, ese ratoncito no hubiese llegado y, esa
es una presa que tengo para más tarde y hay que dejar algo para el mañana y así
se colabora con todos los que le gusta dejar sus queso
s.

El ratoncito al oír esas palabras, dice:

— Ey gato tonto. No me comiste.

A lo que respondió el gato, estas palabras:

— Ratón tonto, no te alegres mucho porque lo que no te pasó hoy te puede
pasar mañana y no te alegres por lo que les pasa a los demás. No hay que echarle
basura a la fuente seca, ni el que se encuentra en las alturas se debe burlar de
los demás, porque a veces las tempestades llegan de un lado y a veces de otro".

Es decir, que nunca se debe menospreciar, subestimar al otro… ¿ Y quién
mejor para saberlo que El Hombre del Anillo?

CUENTOS

Como es bien conocido, Fernández durante el tiempo que prestó el servicio
militar trabajó como enfermero y ayudante de obstetras, de ahí sus "Cuentos de
Médicos" y la serie de obras que denominó "Los paritorios" acogida en el Museo
de Arte Contemporáneo de Caracas, y sobre la cual Juan Calzadilla expresa:
"Pensaba en los colores brillantes, el amarillo y el rojo gritaban en la tabla
el sufrimiento de las parturientas. Tanto como el pánico en el grito de Munch".

Aunque estos cuentos gozan de mucha popularidad entre los habitantes de la
zona montañosa trujillana, a tal punto que Oscar Sambrano Urdaneta en su libro
El Arcángel ha escrito magistralmente uno titulado "La dieta" (7), los de
Fernández recrean y satirizan con mucho humor la actividad de estos
profesionales que ha conocido muy cercanamente.

Con agudeza y mordacidad, Fernández narra la inhumana,
mecánica y despreciativa manera como los médicos tratan a sus humildes, pero
ingeniosos y vengativos pacientes. Así, entre otros, el 26 de diciembre de 1976,
cuenta:


"Una vez un Señor que sufría de puntadas reumáticas . y a la
vez había sufrido un accidente en el cual había perdido la pierna izquierda,
teniendo la necesidad de adaptarse una de caucho, llega a una Clínica y en el
consultorio sorprende al encontrar al Médico colocándose en medio de las
pestañas una enorme bola de cristal, pues este Señor también había sufrido un
accidente en el cual había perdido un ojo.

— Buenos días, Doctor.

— Buenos dias. ¿En qué puedo servirle?

— Yo vengo aquí para que usted me recete un remedio para el reumatismo.

— Bien, usted lo que tiene que hacer es tomarse un depurativo y darse unas
unciones de "coneciervo" y ponerse paños de gasolina caliente en la pierna
izquierda.

— No sabe usted, Doctor, que ésta pierna es de caucho y si me pongo gasolina
caliente se me quema. Esto me lo recetó usted porque no me había examinado bien
¿Verdad? Bueno así lo haré, pero usted, Señor Doctor, se busca una mandarria y
se dá unos golpes en el ojo de vidrio.

Como ha podido apreciarse, la ingenua escritura de Fernández capta y
recrea el imaginario e idiosincrasia de un pueblo que ha sabido levantar de sus
miserias la grandeza; de ahí que su creación —tanto plástica como literaria—
trascienda el oficial etiquetamiento de arte popular, pues, como dice
George Sand, "encierra una bizarría que parece atroz, y que, por el contrario,
es magnífica".

NOTAS:
(1) Artista ingenuo natural del estado Trujillo, Venezuela, donde ha vivido desde su nacimiento en fecha 08 de septiembre de 1922, según se desprende de su partida de nacimiento que reza así:
PARTIDA DE NACIMIENTO DE ANTONIO JOSE FERNANDEZ
N° 203. -Francisco Ygnacio Viloria, Jefe Civil del Municipio Capital del Distrito Escuque. hago constar que hoy once de agosto de mil novecientos veintitrés, me ha sido presentado un niño por el ciudadano ROMAN FERNANDEZ, vecino. casado, de treinta y seis años de edad. agricultor: y manifestó: que el niño cuya presentación hace nació en esta ciudad el OCHO DE SEPTEMBRE DEL AÑO PROXIMO PASADO a la una a.m. y que lleva por nombre ANTONIO JOSE. -Que es hijo legitimo suyo y de ANA FRANCO. vecina. casada de veintitrés años de edad y de oficios de su sexo. -Fueron testigos del presente acto los ciudadanos: Luis Baptista y Trino Moreno, vecinos de este domicilio y mayores de edad. -Se les leyó esta acta fueron conformes y no firman por no saber.
FRANCISCO Y. VILORIA A. SANCHEZ ENRRIQUEZ
Secretario
Texto documental que incluyo para aclarar la confusión que sobre su fecha de nacimiento leí en El invierno revuelto en las costillas de Fracismar Ramírez Barreto, entrevista publicada el 26 de agosto de 2000 en el suplemento “Papel Literario” del diario “El Nacional” de Caracas.
(2) Ana Avalos de Rángel, exgalerista e importante coleccionista de obras de arte.
(3) Sofía Imber, fundadora y exdirectora del Museo de Arte Contemporáneo de Caracas.
(4) Fernández, A. J. El Hombre del Anillo. Poesía, Reflexiones, Cuentos. Imprenta Oficial del Estado Trujillo. Valera, Edo. Trujillo, Venezuela, 1977.
(5) Calzadilla, Juan. Biografía en breve de un artista verdadero. “Papel Literario” del diario “El Nacional”, Caracas, 09 de agosto de 1998.
(6) Carta sin fecha escrita por Salvador Valero a Antonio José Fernández, la cual guarda íntima relación con otra que escribe Valero al doctor Carlos Contramaeste el 19 de abril de 1965, donde le dice: “…Yo he lamentado mucho la destrucción que hizo de sus obras el joven de Escuque (Antonio José Fernández). pues él fue sordo ante mis súplicas y advertencias. Créame Doctor que a mi me preocupado eso; fue que él no tuvo valor para sobreponerse ante la torpe crítica de los que nada saben de arte (…)”. Ambas transcritas guardando la ortografía y sintaxis originales.
(7) Sambrano Urdaneta, Oscar. El Arcángel. Editorial Planeta Venezolana, S. A. Caracas, 1998. Pág. 115.

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