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Abel Naím, Anabelle Laughlin y Rafael Salvatore exponen en el Ateneo

En sus orígenes el autorretrato fotográfico tuvo el mismo propósito que el retrato: inmortalizar la imagen del modelo. Sin embargo, hoy la mayoría de los fotógrafos contemporáneos están interesados, más que en perpetuar su imagen, en explorar el mundo interior que se esconde tras su rostro y descubrir en él algunos de los rasgos que definen su personalidad.

La exposición “Yo, el otro” que presenta la Galería de Arte Nacional junto al Ateneo de Caracas reúne un grupo de autorretratos de tres fotógrafos: Abel Naím, Anabelle Laughlin y Rafael Salvatore. Cada uno de ellos aborda su obra de diferente manera, tocando temas como la otredad, la identidad y la imagen que se tiene de sí mismo.

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Abel Naím, en su serie Bizarro mundo, ofrece un conjunto de autorretratos simbólicos en los que el fotógrafo alude a su mundo interior. En cada foto, Naím aparece acompañado por objetos que están relacionados con su vida cotidiana, con su trabajo o con las ideas que lo rondan como ser humano: la muerte, representada por uno de sus símbolos más tradicionales como es la calavera, el destino al cual parecen aludir las barajas del Tarot o el sulfito que nos recuerda su oficio de fotógrafo. Todos estos elementos pierden parte de su sentido real en la foto y se convierten en escenografía del universo interior del fotógrafo. El tema de la otredad también está presente en esta serie. La imagen duplicada del fotógrafo que aparece en la obra Doble autorretrato (1997) nos sugiere un yo dividido que, según comenta el autor, representa al yo y al anti-yo, y que, al igual que el yin y el yan, son dos caras de la misma realidad. No hay duda de que Naím busca fotografiar, no su apariencia, sino lo que está detrás, la vida que habita tras ese cuerpo y ese rostro.

En su serie Contrapares Anabelle Laughlin ofrece un “enfoque” distinto de sí misma. Para ella no cuenta el rostro, lo importante es el cuerpo en su totalidad, ese cuerpo que nos remite a las sensaciones, a las emociones y a la imaginación de la fotógrafa. El título de la serie es bastante elocuente ya que describe muy bien las “acciones” de Laughlin, quien se retrata siempre contra una pared. Pero además, el título también sugiere un gesto más íntimo que cabalga entre la confrontación consigo misma y la confesión, esto último sugerido por el desnudo.

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Anabelle Laughlin, además de fotógrafa, es arquitecto, y la impronta de este oficio se ve reflejada en la forma como ella aborda su trabajo, utilizando su cuerpo desnudo, fotografiado en distintas posiciones, para luego construir una imagen imposible de sí misma uniendo dos partes distintas de su cuerpo. Una nueva morfología humana que nos es familiar, pues reconocemos las partes del cuerpo que están involucradas, es decir, la espalda, las piernas, los senos, y sin embargo, al ser arbitrariamente unidas, crean un cuerpo “contranatura”. Las poses que la fotógrafa adopta al momento de retratarse también son importantes: ellas se comportan como signos capaces de revelar en sus tensiones y relajaciones los estados de ánimo de Laughlin. Las fotos son intervenidas digitalmente, lo cual les da mayor fuerza expresiva, además de contribuir a crear y hacer veraz este cuerpo irreal nacido de lo real.

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Rafael Salvatore ha trabajado muchas veces el tema del autorretrato. Sin embargo, en la serie Empaques corporativos el fotógrafo no parece interesado en retratarse y mostrar una imagen de sí mismo. Esta vez, Salvatore aparece “disfrazado”, representando el papel de otros personajes. El autor se introduce en la foto para, a través de seres reales, hacer un comentario crítico a la sociedad en la que vive y tratar, con humor e ironía, el tema de la identidad. Parodia a sus personajes representándolos como estereotipos. En sus imágenes se ven, entre otros, al ciclista, al futbolista, al obrero de una compañía de agua, al activista político, al médico.

Todos vestidos con una indumentaria que nos permite reconocerlos y “clasificarlos”. En algunos casos el autor ridiculiza al personaje, como ocurre por ejemplo con el ciclista con su bicicleta de juguete. En otras ocasiones, el personaje es tratado con un humor ácido, como es el caso del autorretrato en el que aparece Salvatore usando una camisa que patrocina un famoso canal de televisión por cable y comiendo una ristra de salchichas. La imagen es elocuente y nos habla de los canales de televisión que ofrecen una programación uniforme para todo el planeta. Pero la mayoría de estos personajes tienen en común el hecho de que en sus ropas se patrocinan marcas de empresas transnacionales que se dedican a vender bebidas, ropa, zapatos, computadoras, programas de televisión, y que, esparcidas por el mundo entero, tienden a homogenizar al hombre moderno, haciendo que todos vistamos igual, comamos igual, vivamos igual. Esto nos ha llevado a vivir en un mundo en el que las personas se preocupan, al igual que las grandes corporaciones, en proyectar una imagen sin importarles su identidad, es decir, quiénes son en el fondo.

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