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Leonardo Padrón, el “imposible” de Los Imposibles

“Esta zona de la biblioteca está relativamente ordenada, porque, como ya viste, tengo libros por todos lados”.

No exagera. Su casa refleja lo apasionado que es por las 28 letras del alfabeto y todo lo que se puede hacer con ellas. Si está feliz, escribe; si está frustrado, escribe; si está molesto, escribe; si está enamorado, escribe. Él escribe, escribe y escribe. Fue diseñado para eso y no tiene la más mínima intención de cambiar su propósito. Un día decidió que quería hacer un programa de entrevistas a personalidades que fueran imposibles de olvidar, imposibles de no celebrar, imposibles de no querer entrevistar. ¿Qué mejor nombre para su segmento que no fuera “Los Imposibles”? Pero lo que él no sabía era que, a su vez, también se convertiría en un “imposible”. Para muestra está el sinnúmero de obras que tiene en su haber, entre poemarios, crónicas, ensayos, libros de literatura infantil y guiones para cine y telenovelas. Él es Leonardo Padrón y en esta oportunidad decidió salir de su papel de entrevistador para convertirse en entrevistado.

La habitación está repleta de libros de poesía y de literatura venezolana y latinoamericana. “Los de crónica, que es un género que me fascina, están en el cuarto”, comenta. En un rincón hay varias pelotas autografiadas por jugadores de beisbol y en el escritorio resalta una biografía de Édith Piaf. “Es que acabo de terminar un musical sobre su vida”.

Ese es uno de los proyectos en los que trabaja actualmente. También está el thriller psicológico de una serie que le pidió Venevisión, una columna semanal en Caraota Digital, otra quincenal en El Nacional, la sinopsis de un proyecto internacional “del que no puedo revelar muchos detalles”, la elaboración de un nuevo libro sobre literatura infantil y la presentación en los escenarios del espectáculo “Se busca un país”. Todas esas hornillas están prendidas “porque este país me obliga a hacer varias cosas simultáneamente para poder vivir relativamente bien”.

Paradójicamente, y a pesar de tantos proyectos encima de la mesa, su anhelo en este momento de la vida es hallar un poco de serenidad. “Eso es, quizás, lo que más me interesa”. Es que Padrón ha tenido a Venezuela tan metida en la piel, que buena parte de lo que ha generado en los últimos años tiene que ver con el país. Y está claro que en una nación como esta no hay tiempo para la tranquilidad. Pero eso sí, él permanece impávido ante las vicisitudes del día a día.

-¿Cuándo cree que encontrará esa serenidad?

-Yo creo que falta muy poco. Por ejemplo, lo que sucedió el 1° de septiembre en las calles de Caracas me pareció una conquista extraordinaria, una demostración palpable de la inmensa y demoledora mayoría de personas que repudian la actual manera de vivir, cosa que ha procreado el régimen. Estamos viviendo de una forma miserable, humillante, nos hemos disminuido, de una manera profunda, nuestra calidad de vida. La gente está absolutamente harta. Pero sé que estamos en el final de un proceso en la historia venezolana.

-Luego de eso, ¿qué vendrá?, ¿cómo proyecta al país en unos cinco años?

-Creo que, sin duda, hablaremos de los tiempos del chavismo como hablaban los demócratas de los años 60 sobre la dictadura de Pérez Jiménez: “¿Cuánto tiempo estuviste preso?” “¿Quién sufrió tortura?” “¿Quiénes se fueron al exilio?” Y así como en esa época muchos volvieron después del derrocamiento, estoy seguro de que vamos a tener una extraordinaria migración del retorno. Estaremos en una Venezuela de libertad económica, sin control de divisas, sin cadenas de televisión interminables… vamos a recuperar la normalidad, porque este país no es normal. Al contrario, está enfermo. En eso andamos millones: tratando de quitarle la enfermedad.

El comienzo de todo

Si Padrón es tan firme a la hora de hablar sobre el momento histórico que atraviesa Venezuela es porque recuerda “con nostalgia y dolor”, como él mismo dice, la Caracas del pasado: “Yo crecí en El Paraíso, una zona que honraba perfectamente su nombre, porque era una de las más hermosas de la ciudad. En esa época, mi juguete era la calle, pues me la pasaba jugando caimaneras, pelotica ‘e goma, el escondite y la ere. Hoy en día, mis hijos no pueden replicar la infancia que yo tuve, porque la calle pasó a ser una trampa, una emboscada”.

Fue en esos años de niñez y adolescencia en los que surgió una de las principales características de Padrón: la melomanía. “Yo quería ser músico. Sin embargo, y para placer de la audiencia, descubrí a temprana edad que no tenía oído musical”, dice acompañado de una risa.

Pero la relación con el arte sonoro no se quedó ahí. Se enteró que había una carrera que rondaba la vida de los músicos: ingeniería en sonido. “Así que tomé la decisión de estudiar esa profesión. Solicité una beca Gran Mariscal de Ayacucho y me fui a Estados Unidos. Pero allí me di cuenta que la travesía estaba cargada de un montón de integrales, logaritmos y una selva de números que no quería recorrer. Así que me sumergí en los salones del Tennessee Technological University (Cookeville, Tennessee) bebiéndome kilos y kilos de literatura latinoamericana”.

Obviamente, no terminó la carrera. Se regresó a su tierra e ingresó en la escuela de letras de la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB) para legitimar su vocación por la lectura y la escritura.

-Tengo entendido que era todavía un estudiante cuando escribió su primer libro de poesía.

-Eso es correcto. De hecho, el texto ganó un concurso en la universidad. Y fue allí cuando conocí a otros poetas que merodeaban los pasillos de la UCAB, como Luis Pérez-Oramas, un extraordinario estudioso del arte. Nos unimos con otros amigos y fundamos el Grupo Guaire, con el que hicimos una poesía que se podía contar en la esquina, en la plaza, en las puertas de los museos… en todos lados. Se trataba de una poesía conectada con el ciudadano de a pie.

-¿Y en qué momento ese estudiante de letras ingresó a los medios?

-Yo tenía un profesor al que le gustaba mi lírica. Él era guaro, así que recomendó mis textos para que los publicaran en El Impulso, de Barquisimeto. Luego comencé a escribir en Papel Literario, suplemento de El Nacional. Allí hacía crítica literaria. Esa era la época en la que había crítica de algo en los medios. Ahora eso no existe.

Leonardo Padrón, poeta, guionista, escritor
Foto: Eudomar Chacón

Después, a la pantalla

Padrón continuaba en sus estudios de letras cuando inscribió cine como materia electiva, “porque debo decirlo: así como soy melómano, también soy cinéfilo”. Un día optó por participar en un taller cinematográfico del Consejo Nacional de la Cultura (Conac).

“Uno de los profesores del curso era el cineasta Abraham Pulido. Recuerdo que él lo nombraron productor general del segmento ‘Lo de hoy’, en Radio Caracas Televisión y me convocó para que trabajáramos. Llegué buscando el cine y encontré el largo pasillo de la televisión, el cual tengo 27 años recorriendo”.

Después de eso le dieron la oportunidad de ser el guionista de su primera telenovela: “Gardenia”, originalmente escrita por Delia Fiallo. Inmediatamente vino su ópera prima,  “Amores de fin de siglo”, que marcó tendencia en su época, por ser una novela coral (con varios protagonistas).

“Para mí era extenuante pensar en 120 capítulos sobre los avatares de una sola pareja. Más bien sentía que podía ser mucho más prolífico y divertido para el espectador, mostrar distintos temas a través de varias parejas”.

Y desde ese momento, la carrera de Padrón despegó a un punto de éxito que devino, entre otras cosas, en un montón de reconocimientos: Premio Nacional Casa del Artista, Premio Cacique de Oro, Premio Musa de Platino, Premio Mara de Oro, Premio Gran Águila de Venezuela, Premio Sol Dorado y Premio Universo del Espectáculo, entre otros.

Eso sí, todos esos galardones llegaron por añadidura, pues él no los estaba buscando. “Yo no desarrollé mi oficio en función de los premios, porque me parece inútil, excesivamente vanidoso y fatigante”.

De todas esas tramas, las que más lo han marcado son “Amores de fin de siglo”, por ser su primera obra autoral; “Cosita Rica”, por haberle traído tanto éxito en términos sociales; y “La mujer perfecta”, por contar la historia de una chica con síndrome de Asperger, haber sido la última novela que Mónica Spear protagonizó en el país, y la última que Padrón escribió para la televisión nacional, “porque, vaya curiosidad, no he vuelto a estar al aire desde que me involucré en la fragua política de Venezuela”.

Un formato “imposible”

Cuando a Padrón lo invitaron a crear un segmento radial, él se sentó a meditar la forma en que ese programa pudiera reflejar su esencia. “Yo soy escritor. Por eso planteé un espacio de entrevistas que no envejecieran. Que tú pudieras leerlas 5 o 10 años después –porque siempre supe que estarían concentradas en un libro– y siguieran teniendo vigencia”. Y así nació “Los imposibles”.

Esa primera temporada fue de lujo: Carlos Cruz-Diez, Simón Díaz, Oscar de León, Miguel Bosé, Laura Restrepo, Carlos Andrés Pérez… personalidades realmente “imposibles” de olvidar.

Lo interesante de todo es que ahora él se convirtió en un “imposible”. Es que sea para admirarlo o criticarlo, puede decirse que es “imposible” no leer los textos de Leonardo Padrón o disfrutar de los libretos que ha escrito para la televisión venezolana.

Pero más allá de eso, el deseo de este “imposible” es ver a Venezuela levantada y honrando el nombre con el que Colón la bautizó: Tierra de gracia. Así que no tiene medias tintas para asumir su posición. “Mi oficio es contar historias, ergo, aspiro en unos años ser de los que hable de la apocalíptica, tremebunda, inolvidable y, espero que irrepetible, situación actual, como algo del pasado. Deseo que no volvamos a caer en emboscadas de caudillos mesiánicos que les prometen el paraíso a los pobres y terminan estafándolos de la manera más espantosa”.

Por eso es que él, simplemente, escribe. Escribe de lo que ve, escribe de lo que siente, escribe de lo que anhela, escribe de lo que repudia, escribe, escribe, escribe. Ya se quita su papel de entrevistado y regresa a lo que hace día a día: escribir. La ventana le ofrece una vista de postal a la ciudad. Tal vez eso le sirva de inspiración para darle libertad a su pluma.

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