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Literalia: Los platos del diablo

LAS MASCARAS

A Eduardo Liendo(1941), lo hemos anotado varias veces al estudiar sus libros, parece que siempre lo han seducido las máscaras que nos ponemos, los disfraces con los cuales muchas personas(¿todos los seres?) afrontan la vida de todos los días, tanto que parece subyacer en la escritura de sus libros la idea según la cual el carnaval no debería ser decretado nunca entre nosotros porque todo el mundo, todos los días, andan enmascarados, disfrazados. Afirmamos esto porque en su relato Mascarada(Caracas: Equipo Editor, 1978. 125 p.) aparecía la interrogante en torno al por qué de nuestras imposturas. Pregunta que subyace en Los platos del diablo(Caracas: Alfaguara,2008.142 p.) en la cual si bien Liendo no formula el caso muy bien puede hacerlo el lector. Este puede interpelarse, mientras recorre la ficción, en torno a qué es lo que nos lleva al disimulo, al no querer ser nosotros mismos sino otros, a buscar el por qué de nuestro deseo de cambiarnos por otro. Actitud que es bien distinta al deseo de imitar lo bueno que otros han hecho.

 

NOVELA DE LO INTELECTUAL

Los platos del diablo es una novela con dos caras: a la vez narración de lo intelectual y especialmente de las tareas y angustias de quien se expresa escribiendo y también, sobre todo en sus pasajes finales, una ficción policial. Están ambas partes bien equilibradas aunque la parte literaria es sustancial de este libro, capítulos de una riqueza poco tratada y poco superada en nuestras letras.

 

LA LITERATURA: ¿UNICA OPCION?

Daniel Valencia, es el escritor con talento firme de Los platos del diablo. Fue él quien  le insinúo a Ricardo Azolar, el destructivo protagonista, hombre sin genio, a quien sin embargo mostró que el camino auténtico de toda escritura estaba que aquello que se deseaba contar debía salir de las entrañas del escritor, “Debemos rescatar o reencontrar El caballo perdido…dejar existir libremente nuestros fantasmas, los que nos pertenecen”(p.26). El caballo perdido es el magistral relato del maestro uruguayo Felisberto Hernández(1902-1964) que sin embargo, Azolar, pese a su singularidad ni siquiera conocía.

Pero de allí podemos penetrar, gracias a la recreación de Liendo, en la difícil vocación que es la del creador literario. Por ello, por ejemplo, las propias interrogantes del que se inicia en estos senderos: “El escritor novicio corre el riesgo del extravío. Una vez que se interna en el acertijo advierte que no lleva brújula y en el mapa no está delineado el destino. ¿Cuál es la ruta que puede conducirlo hasta la obra?¿Dónde se haya escondida, camuflada, quemante, la palabra cierta”(p.55), “No olvides que el escritor es el único animal de rapiña que se alimenta de sus entrañas”(p.70), le dice, porque toda obra literaria auténtica debe surgir de nosotros mismos, de lo más profundo de nuestra sensibilidad, de lo más íntimo de ser nuestro ser, de nuestra piel y de nuestra sangre.

Por ello también Malva, una poeta que aparece en la trama, le recuerda “El escritor…es el más desprovisto y desvalido de todos los artistas; no posee sino las palabras. Las mismas palabras gastadas de todos los días, para intentar algo perdurable”(p.62) y le añade: “La literatura…es una carrera de maniáticos, donde más difícil que llegar es mantenerse”(p.117). Y es así porque “la misión vigilante del escritor en un planeta girando sobre el vértice de la hecatombe. La palabra bella…está comprometida con el porvenir de la paz y la felicidad”(p.94), siempre el escritor está “en situación de equilibrio inestable”(p.112),  “La misión del escritor consiste en proceder de modo que nadie pueda ignorar el mundo y que nadie pueda ante el mundo decirse inocente”(p.56) dice haciéndose eco de ideas de Jean Paul Sartre(1905-1980). Modo de ser esencial: “En esa vida el hecho literario había sido la obsesión dominante. Lo que para otros hombres representaba el poder o la riqueza, significó para él la consagración literaria”(p.17). Pero eso solo se logra con el trabajo que desarrolla el talento no por los vericuetos oscuros por los cuales se mete Azolar: sin ética no hay literatura veraz(p.79).

Ricardo Azolar, el depredador, “que tanto había admirado los personajes de ficción bien concebidos, terminaba por ser él mismo un malvado personaje de la realidad”(p.17) no un limpio hombre de letras, no supo incluso enfrentar los problemas de la escritura como pueden ser los llamados períodos de sequedad(p.59,69) en los cuales la lógica era que recordara como los enfrentó Flaubert(p.70) por ejemplo, ello porque “nadie poesía plenamente las respuestas de la creación…Nadie puede escapar completamente de esa incertidumbre”(p.70). De allí lo que se puede dilucidar de sus escritores de cabecera que menciona: Amiel, Tolstoi, Balzac, Nietzsche, Sartre, Wilde, Flaubert, Proust, Dostoievski, Herman Melville, Virginia Woolf, Teresa de la Parra, Beckett, El lazarillo de Tormes, Kafka, considerado el mayor escritor del siglo XX, de quien se cita su novela El proceso, cosa nada casual dentro de una trama de una novela que cuenta la historia que aquí encontramos(p.122). De allí la importancia que tiene dentro del desarrollo del trabajo de un escritor la lectura, de hecho no puede haber buena escritura sin gran lectura, es la lectura la que muestra a los escritores los espacios de lo literario, por lo que aquí se la denomina “insospechada aventura”(p.17), en la cual siempre hay que atender “solamente al estímulo de la intuición”(p.17). Y era importante leer porque “si en cada una de las obras se ocultaba(o revelaba) lo esencial de una vida, leerlas era una forma de apropiarse de todas las vidas, de experimentar todos los sentimientos, de pernoctar en todos los lugares”(p.18).

 

LA MEDIOCRIDAD Y EL GENIO

Ahora bien si algún interrogante puede hacerse el lector de Los platos del diablo es el relativo a si podría pensarse que el encuentro Valencia-Azolar es el del genio con la mediocridad, o más bien el del talento en el primero y la carencia de él en el segundo. No tener talento, pese a desear tenerlo es una desgracia, pero es así en algunos casos. Pero hay más: leyendo Los platos del diablo a veces nos ha venido a la mente el encuentro entre Antonio Salieri(1750-1825) en Viena con Wolfgang Amadeus Mozart(1756-1791). Salieri no era un músico del montón, de hecho entre sus alumnos se contaron Beethoven, Schubert, Liszt, Czerny y Hummel, pero su tragedia fue encontrarse con aquel hombre genial que era Mozart. Este enfrentamiento dio nacimiento a la pieza Amadeus(1979) del inglés Peter Shafer(1926) llevada al cine por Milos Forman(1984). Pero de hecho es una invención del romanticismo que Salieri ayudó a Mozart en la composición de Requiem y mucho menos que pudo asesinarlo. Esta es una hablilla que corrió en el siglo XIX, la desarrolló el gran poeta ruso Alejandro Pushkin(1799-1837) en su pieza Mozart y Salieri(1830) lo cual dio nacimiento con el tiempo a una muy conocida opera de Nikolai Rimski-Korsakov(1844-1908) camino por el cual la historia, muy conocida desde muy atrás pero fantasía, llegó hasta Shafer. Y también el grito de Salieri en la película de Forman alabando a los mediocres del mundo es pura fantasía, como muchos pasajes de la película. Son solamente los delirios de un anciano recluido en un hospicio. ¿Puede ser este uno de los fundamentos también de la historia que nos cuenta Liendo? Aunque para nada estamos afirmando que el escritor venezolano haya partido de Amadeus, de hecho ambas obras son coetáneas, sino que puede haber un paralelismo en esos encuentros entre un hombre de talento, Valencia, y otro que no lo poesía, Azolar.

Así como leemos en Los platos del diablo la verdad de toda creación del espíritu, aquí con la palabra, es “alcanzar la quimérica meta literaria”(p.47)

 

LO POLICIAL

Tales reflexiones sobre lo literario constituyen la base de Los platos del diablo, una novela breve, género en el cual Liendo es maestro reputado, que tanto ha intrigado a sus lectores en sus diversas ediciones, fue incluso llevada al cine en 1992 por Thaelman Urguelles en ejemplar película, muy fiel al relato. Hemos señalado que en un momento de su desarrollo Los platos del diablo tienen la estructura del relato policial aunque no estamos solamente ante una novela policial pues este libro es mucho más que eso, mucho más complejo. Una buena parte de los pasajes finales de Los platos del diablo se pueden, y deben, considerar ficción policial por poseer lo que según Jorge Luis Borges(1899-1986) hace de ella tal: un crimen enrevesado, de imposible solución y un investigador sedentario que lo descifre “por medio de la imaginación y de la lógica”(Prólogos con un prólogo de prólogos. Buenos Aires: Torres Agüero,1975,p.47). A la vez quien escribe piezas policiales, y Liendo lo sabe, no debe olvidar que lo dirige a  lectores incrédulos y suspicaces, quienes ponen mucha inteligencia en seguir al autor. Este hecho no debe soslayarse al escribirlos como también lo indica Borges(Borges oral.Buenos Aires: Emecé, 1979,p.67 y 72). Esta parte interesa especialmente en el examen de esta novela corta por no abundar las tramas policiales en la narrativa venezolana.

 

MODOS DE SU ESCRITURA

Esta nouvelle está escrita en forma casi escueta, en una prosa desnuda de artificios, de la cual no está ausente un negro humor, la cual contiene un suspenso que nos impide dejar su lectura hasta concluirla. De tal forma está estructurada. Sin embargo, no es Los platos del diablo una invención puramente policial como ya lo hemos indicado. Pues es la vez una novela intelectual, una vasta exploración del misterio, de las alternativas de la escritura y del ser de los escritores. Esta es su otra faceta, ambas perfectamente bien imbricadas una dentro de la otra lo cual le dan unidad a esta obra, una de las más destacadas novelas venezolanas de las últimas décadas, tan excelente que no solo resiste la sucesivas lecturas sino que en cada una de ellas añade nuevas aristas a quien la lee con ojos críticos, gozando además del misterio de la literatura.

 

EL LIBRO EN SI

Pero hay mucho más en este novelín. En él su autor no solamente nos ofrece una anécdota que nos distrae sino que a la vez nos entrega una ficción sobre el mundillo de los hombres y mujeres que se expresan con la pluma en la mano, o como se hace hoy: con los dedos sobre las teclas del computador, teniendo a la pantalla como el espacio de la página en blanco sobre la cual todo hombre o mujer de letras expresa sus visiones de la realidad. Y esto en sus dos facetas: el escritor como solitario creador de mundos y el hombre de letras en lo que pudiéramos denominar la vida literario-social. Es decir en su relación con los otros trabajadores intelectuales. En este sentido Liendo nos propone una meditación sobre el hecho de escribir llegando al meollo de las tareas del creador. Se trata de un asunto que si bien debe haber preocupado a nuestros creadores aparece muy pocas veces en nuestra narrativa como preocupación de un personaje imaginario. Y cuando nos topamos con tales proposiciones no las encontramos consignadas con la amplitud que Liendo le ha concedido en Los platos del diablo, quizá con la sola excepción, posterior a Los platos del diablo, de la novela de Victoria de Stefano El lugar del escritor(Caracas: Grupo Editorial Alter Egi, 1992. 125 p.), en algunos cuentos de José Balza o en la obra de Federico Vegas Historia de una segunda vez(Caracas: John Lange Ediciones, 2005. 165 p.) que trata sobre la iniciación de un joven escritor en los predios de su vocación por la palabra escrita.

Ahora bien a tales aspectos, que aquí llamamos intelectuales, se asoma el lector al recorrer la anécdota central a través de la cual observamos la relación, las simpatías y diferencias, mas un desencuentro que un encuentro, entre dos inventores de fantasías. Ricardo Azolar, el primero, se acerca a los cuarenta años y lo desvela la necesidad de transcender. Para ese momento ya ha publicado algunos libros pero no ha logrado escribir una obra rotunda. “Tres nuevos libros publicados no alteraron sustancialmente la relevancia de su carrera literaria. No eran libros mediocres sino simplemente prescindibles(p.27). La suya al parecer era una pasión literaria auténtica que al no ser cultivada por sus propios senderos se convirtió en una ilusión, “el espejismo del trópico”(p.38) de la terrible admonición de Lorenzo Barquero en Doña Bárbara(1929), una de las mas fuertes sentencias sobre la indolencia, la cual recuerda el narrador(p.19 y 48), que podemos leer en alguna página de nuestra literatura. De hecho Lorenzo Barquero es el personaje más trágico de toda nuestra novela.

A diferencia de Azolar el segundo de los protagonistas de Los platos del diablo, Daniel Valencia, si había logrado crear una obra sólida y reconocida. Y aunque Azolar era amigo de Valencia por dentro la envidia lo corroía. Tenía celos tanto de su éxito literario como del hecho de esta amara a una mujer, Lisbeth Dorante, de la cual él también gustaba.

Azolar, que escrito son “s” quiere decir arrasar, destruir, arruinar, devastar, arrollar, extinguir, aniquilar, exterminar, carcomido patológicamente por el éxito del otro le pide prestado el manuscrito de su última novela inédita, lo asesina luego, mas tarde lo plagia, incinera el manuscrito original(p.81), obtiene con la novela un premio internacional y hace suya a Lisbeth. Y se realiza la trasformación en él por la maldad, pasa a ser parte de la “leyenda negra de la página blanca”(p.62),“El era ahora el endemoniado albacea de su obra, heredero de su fama y amante de su mujer. Simplemente el otro”(p.88-89), es decir no es él. En todo ese espacio de tiempo no sólo le roba a Valencia su trabajo, lo único que honra al ser humano, según el maestro Santiago Key Ayala(Series hemero-bibliográficas. Caracas: Tipografía Americana, 1933,p.VI), sino que como falsario, la palabra que usa el novelista(p.104), lo suplanta. Y esto dura hasta que Graciela Jiménez(p.105), una antigua novia de Valencia, descubre el “talón de Aquiles” de Azolar: se da cuenta que la novela que lo hizo célebre no pudo ser escrita por él pues en ella insertó Valencia textualmente una carta que Graciela le había dirigido(p.111). En ella está el enigma a resolver. Allí se descubre la verdadera faz de Azolar(p.119), quien es al fin puesto preso y condenado por la muerte de Valencia. Así, cuando tras el juicio, en el mismo tribunal, otra ex novia, Sindia Santos, hace justicia eliminándolo en verdad no lo “ha matado sino lo ha ejecutado” según la famosa expresión de Agatha Christie(1890-1976) en Testigo de cargo(1948).

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