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¿Palmas nada mas?

Estamos ya entrando a la Semana Santa. Y este Domingo de Ramos, en que se da inicio formal a la Semana de la Pasión de Jesús, además de recibir las palmas benditas, la Liturgia nos introduce en los detalles de la Pasión de Cristo (Lc. 22, 14 – 23, 56).

Meditar la Pasión del Señor es siempre un ejercicio muy provechoso para nuestra vida espiritual. Y resulta más provechoso cuando podemos personalizar los efectos de la Pasión. ¿Cómo? Personalizar es cuando podemos percatarnos de que cada sufrimiento de Jesús fue por mí y para mí. Caer en la cuenta de que yo personalmente estuve en el corazón y en la mente de Cristo en esos momentos es muy conveniente para aprovechar las gracias de redención que emanan de la Pasión salvadora de Jesús. Parece que así lo reconoce San Pablo cuando escribe en primera persona: “me amó a mí y se entregó a sí mismo por mí” (Gal. 5, 2).

Y se entregó al extremo, de manera que su cuerpo mortal quedó vacío de toda sangre y agua, al punto de que sus huesos podían verse y contarse a través de su piel (Sal. 22, 18).

Valga esto para resumir los sufrimientos físicos extremos que padeció por cada uno de nosotros … (personalicemos) por mí, para salvarme, para pagar mi rescate. Y los sufrió sin quejarse en ningún momento. “No he opuesto resistencia ni me he echado para atrás. Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, la mejilla a los que me tiraban de la barba. No respondí a insultos y salivazos …” (Is. 50, 4-7).

Pero quedan también los sufrimientos morales … ¡En qué medida también los sufrió! Para muestra, como introducción basta con detenernos en la oración en el Huerto de los Olivos, la noche antes de su muerte.

¡Qué sufrimiento tan atroz, pues esa noche pudo vislumbrar en qué consistiría su Pasión y Muerte! Podemos decir que durante esa noche sufrió su Pasión por anticipado. Allí Jesús, velada su divinidad, en oración ante su Padre, sintió la angustia horrorosa de su próxima muerte en el mayor de los sufrimientos. La medida de su dolor debe haber sido la misma medida de su amor.

Y su Amor es infinito, sin medida. Pensemos solamente en que por su divinidad -aunque medio escondida en estos terribles momentos- Jesús podía conocer todas las ofensas que nosotros los seres humanos habíamos hecho y habríamos de hacer a Dios desde el principio del mundo hasta el final. Como El cargó con todas nuestras culpas, deseaba entonces reparar por nuestros pecados ante el Padre y que así quedaran satisfechas todas nuestras ofensas.

A esto se unía el que, dado su infinito Amor por cada uno de nosotros, le invadía una mayor tristeza aún por vernos ofendiendo al Padre. La agonía no quedaba allí, sino que a esto se agregaban nuestros desagradecimientos y falta de correspondencia a todos estos sufrimientos suyos. El ver que ¡tantos! desperdiciarían los indescriptibles tormentos que El padecería en su inminente Pasión y Muerte, pudo haber sido la mayor causa de esa lucha. ¡Nuestro desprecio a su amor y a su entrega tiene que haber sido insoportable!

Sin embargo, a pesar de todo esto, la oración de Jesús en el Huerto se resume en sus palabras pronunciadas tres veces: “Padre, si es posible que pase de mí esta prueba, pero no se haga mi voluntad sino la tuya”.

Modelo de oración para nosotros en todo momento: en alegrías y en tristezas, en las dificultades y cuando no las hay, para uno mismo y para los demás. Modelo de oración para poder cumplir la petición que hizo a sus Apóstoles esa noche: “Velen y oren para no caer en tentación”.

¿Qué significado tienen las palmas benditas del Domingo de Ramos?

 

 

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