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Venezuela y la imigración corsa

Se acaba de estrenar en Caracas la película DE NAVIOS, RON Y CHOCOLATE, de la cineasta venezolana Malena Roncayolo, co-patrocinada por el Centro Nacional Autónomo de Cinematografía (CNAC) y la Asociación Cultural Corsos de Venezuela (ACCV) . La presentación se realizó en el marco del 25to. Festival de Cine Francés en las salas de Trasnocho Cultural del circuito Gran Cine, bajo los auspicios de la Embajada de Francia, dirigida por el Embajador Jean-Marc Laforet.    

Desde hace mucho tiempo estaba pendiente un reconocimiento al singular aporte de los laboriosos inmigrantes de la isla de Córcega al progreso económico, social  y cultural de Venezuela durante el siglo XIX y las primeras décadas del XX, pese a que existen documentos y testimonios orales de nuestros padres y abuelos acerca de la tenacidad de espíritu, reciedumbre de carácter y mística de trabajo que trajeron los primeros pobladores que se instalaron principalmente en Carúpano y Río Caribe, hoy Estado Sucre, y en Ciudad Bolívar y Upata, después de la Independencia de Venezuela.

Los inmigrantes corsos, combinando lo mejor de su fuerte raigambre francesa y de sus ancestrales costumbres mediterráneas e ítalo-romanas, fundaron fincas productoras de cacao y caña de azúcar y casas de comercio en el Oriente venezolano, y de café en los Andes (hoy Estados Mérida, Táchira y Trujillo) y el norte del Estado Monagas. La agricultura del café y del cacao, desde la Colonia, fue la principal actividad económica del país hasta que, en 1926, el petróleo pasó a ser el mayor producto de exportación y la primera fuente de ingresos fiscales y de divisas de Venezuela.

La presencia de colonos corsos en los territorios franceses de Martinica, Saint Thomas y Guadalupe hizo que por extensión se instauraran vínculos comerciales con la costa de Paria, ya divisada por su belleza natural y por su potencial agrícola por Alexander Von Humboldt y Aimé Bonpland y por el explorador francés J.J. Dauxion Lavaysse en su obra Viaje a las islas de Trinidad, Tobago, Margarita y a diversas partes de Venezuela en la América Meridional.

En los hoy Estados Anzoátegui, Bolívar  y Guárico (antiguas Provincias de Nueva Andalucía, Guayana y Venezuela), y en Los Llanos del sur, se establecieron familias corsas que contribuyeron de manera determinante al desarrollo de la ganadería, la minería del oro, la sarrapia y el balatá en la Guayana venezolana.  

Al igual que en el Zulia, Carabobo, Lara, Yaracuy y Miranda, así como en el hoy Estado Vargas, los pioneros corsos se radicaron para trabajar sin descanso, invertir, producir y exportar, mientras educaban a sus hijos en los valores de libertad, fraternidad e igualdad de la Revolución Francesa.  

Los corsos y sus hijos fundaron casas de comercio de renombre en aquella Venezuela rural que todavía no había sido arrasada por el rentismo petrolero. De la producción agropecuaria pasaron a la actividad pre-industrial, y fueron pioneros en la industrialización de Venezuela.

Los primeros esfuerzos agroindustriales fueron realizados por los emprendedores de Córcega, con el emblemático Ron Carúpano de la Destillerie Française, fundada en 1902, merecedor de la Medalla de Oro en la Esposizione Internazionale delle Industrie e del Lavoro de Torino en 1911. Dos décadas antes, varias marcas del ron carupanero, entre ellas el Ron Viejo Giamarchi, habían obtenido premios en la Exposición de París de 1889. De su vocación exportadora, quedaron los premios otorgados en Francia e Italia, así como el reconocimiento internacional al cacao y el café venezolanos por su exquisito sabor y elevada calidad.

Los historiadores estiman que desde finales del siglo XIX hasta principios del XX, el cacao que se exportó desde Carúpano representó entre el 73% y el 93% del valor total de las colocaciones internacionales embardadas en el entonces principal puerto del Oriente venezolano. Francia pasó a ser el principal destino de las exportaciones de cacao de Venezuela desde 1860 hasta mediados de 1930.

La inmigración corsa jugó un papel relevante en la recuperación económica de Venezuela después de la Independencia, cuando el valor de la producción agrícola y pecuaria pasó de Bs. 25 millones en 1832 (a precios de 1936) a Bs. 87 millones en 1858, el año anterior al estallido de la Guerra Federal. La Guerra Larga, como se le denominó entonces, provocó una notable merma en la actividad productiva y el valor de la producción agropecuaria cayó un 45%, a Bs. 48 millones en 1863, año cuando triunfaron los federalistas frente a los conservadores.

Al término de la sangrienta confrontación –que dejó un saldo de 40.000 muertos-, se inició una nueva reactivación de la actividad económica del país y el valor de la producción agrícola y pecuaria alcanzó el nivel histórico más alto del siglo XIX: Bs. 203 millones en 1899.

Aquel año, el sector agropecuario representaba el 63% del producto interno bruto de Venezuela, el comercio y las finanzas 17%, el gobierno 14% y el transporte 5%. Este hecho coincidió precisamente con el arribo del grueso de los inmigrantes de Córcega a las regiones agropecuarias del Oriente venezolano, las estribaciones centro-occidentales, el Alto y Bajo Llano y el eje productivo y comercial andino-zuliano.

Hacia 1891, el sistema agroexportador pariano vivía su mayor esplendor. Sólo en el campo del cultivo e industrialización de la caña de azúcar, sin contar la producción de cacao y café, se registraban para aquel año 1.469 plantaciones de caña, 571 trapiches y 217 alambiques.

Gracias al empuje modernizador de los inmigrantes corsos se inauguró en Carúpano, en 1878, el Cable Francés, el cual conectaba a Venezuela con Martinica y llegaba hasta el puerto de Le Havre al norte de Francia. El primer cable submarino de Venezuela permitió instalar una red nacional de telégrafos. Se construyó e inauguró, el 18 de mayo de 1884, el telégrafo y un tranvía a caballo, transformado años más tarde en eléctrico.

En 1896 se edificó un moderno acueducto en este importante puerto del entonces Gran Estado Bermúdez, además de una red telefónica y un sistema de luz eléctrica en 1899. En 1895 se fundó la Cámara de Comercio de Carúpano; pero antes, en 1877, se había establecido la Sociedad Económica Industrial, cuyo primer director fue el eminente jurista, hijo de corsos, Dr. Aníbal Dominici.

Los corsos y sus descendientes fueron activos promotores de la cultura y las artes. Los pioneros y sus hijos edificaron el Teatro Carúpano en 1896, y fundaron la Círculo Francés (Cercle Français) en 1880 y la Sociedad Colombina en 1892, así como a ellos se debió la elevación del Colegio Nacional de Guayana al rango de instituto universitario en 1883, en tiempos del general Antonio Guzmán Blanco.
 
La producción agropecuaria sufre nuevas recaídas y recuperaciones durante las primeras tres décadas del siglo XX. Durante la turbulenta dictadura de Cipriano Castro (1899-1908), el valor de la producción agrícola y pecuaria se contrae de Bs. 203 millones en 1899 a Bs. 98 millones en 1902 (-52%), el año del bloqueo económico de las grandes potencias europeas por la cesación de pagos de la deuda externa decretada por el caudillo tachirense. En 1908, alegando oposición a su régimen, el general Castro expulsó masivamente a los productores y comerciantes corsos establecidos en Carúpano y sus inmediaciones.

Durante la primera década del gobierno del general Juan Vicente Gómez (1908-1935), la actividad agropecuaria se reaviva y alcanza un valor de Bs. 270 millones en 1918. La agricultura y la cría continuaron reactivándose durante los años 20 del siglo pasado, hasta alcanzar un valor máximo de Bs. 484 millones en 1930. Las exportaciones agrícolas, principalmente café, cacao, ganado, maderas y cueros, disminuyeron de Bs. 91,4 millones en 1929 a Bs. 64 millones en 1933 (-30%), después del colapso de la Bolsa de Nueva York aquel año, el cual desencadenó una fuerte contracción de la economía mundial.

El advenimiento avasallante del petróleo en la vida nacional, el devastador ciclón que arrasó las cosechas y haciendas en 1933 y la Gran Depresión de los años 30 del siglo XX, causaron un irreversible declive de la producción agropecuaria e pre-industrial del país, clausurándose cuatro siglos de actividad agroexportadora en el devenir histórico de Venezuela. En 1926 el producto interno bruto petrolero (Bs. 3.531 millones) rebasa por primera vez y para siempre el producto nacional agrícola y pecuario (Bs. 2.871 millones, a precios de 1984).

Venezuela sufrió desde el primer gran boom petrolero de los años 20,  la hoy denominada Enfermedad Holandesa. Fue el economista merideño Alberto Adriani (1898-1936), quien primero advirtió sobre los peligros de la excesiva dependencia minero-petrolera. Un descendiente de corsos, el humanista, escritor y hombre de Estado venezolano Arturo Uslar Pietri, colaborador de Adriani, acuñó la tantas veces repetida y pocas veces seguida frase Sembrar el petróleo, en 1936, cuando al iniciarse la transición democrática del país bajo el liderazgo del presidente Eleazar López Contreras, el 74% de los venezolanos (3.542.022) hacía vida y se ganaba el pan de cada día en las zonas rurales del país.

Adriani describió en sus angustiosos escritos desde su ciudad natal, Zea, a principios de los años 30, cómo el auge de un recurso natural da lugar a una sobrevaluación de la moneda local que abarata los productos importados y encarece la oferta exportadora agrícola e industrial,  desplazando y atrofiando la actividad agropecuaria y manufacturera a favor de bienes y servicios no transables como la construcción y la especulación inmobiliaria y financiera, con el consecuente empobrecimiento de las zonas rurales y el enriquecimiento ficticio de las ciudades.

El documental de Malena Roncayolo, bajo la producción del cineasta Thaelman Urgelles, retrata la prosperidad agropecuaria que comienza a perderse con el surgimiento de la sociedad urbana de consumo en el país. Si en 1920 el 84% de la población venezolana obtenía su sustento y ahorraba para educar a sus hijos en zonas rurales, para 1959 los habitantes urbanos venezolanos superaron por primera vez a sus compatriotas rurales, hasta alcanzar una proporción de 82% en 1997.

DE NAVIOS, RON Y CHOCOLATE es el testimonio de una Venezuela que pudo ser floreciente sin el petróleo. Es un balance positivo de la Venezuela pre-petrolera, que todavía no había perdido el rumbo que más tarde extravió. El reventón de los prolíficos pozos Zumaque en 1914 y Barrosos en 1922 dejó atrás aquella nación agropecuaria austeramente próspera.  

La representación cinematográfica de la travesía vital euro-americana es una demostración de la capacidad que tuvieron los inmigrantes de bella isla de Córcega –y de otras latitudes, italianos, españoles y canarios, portugueses, alemanes, polacos, libaneses, judíos, etc., para sobreponerse a las guerras civiles y al caudillismo empobrecedor del siglo XIX y principios del XX.

Con el virtual abandono de la actividad agropecuaria, comenzó a reinar una mentalidad rentística que abarcó a todos los estratos de la sociedad venezolana, dando al traste con el desarrollo socio-económico equilibrado y diversificado que pudo haber tenido la economía nacional si las intermitentes bonanzas de los hidrocarburos se hubiesen invertido mejor en sembrar el petróleo, y más aún, en sembrar ciudadanos bien educados en lo académico y mejor formados en la moral y la ética.

No hay duda de que hubo en el orden social, infraestructural e institucional una importante siembra del petróleo a partir de la democratización del país en 1936, pero con la cuadruplicación de los precios del hidrocarburo en 1973-74, se exacerbaron las consecuencias perniciosas de la Enfermedad Holandesa, de la cual el país no se ha curado hasta el presente.

Enhorabuena arriba este documental educativo para llenar un vacío y dejar una huella indeleble en las nuevas generaciones, en abono de la amistad y de los lazos socio-económicos y culturales entre Córcega, Francia y Venezuela.

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