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A su excelencia don Pepe Luis

Reconozco que me ha sorprendido, ingratamente, ver su actitud, accionar y posición respecto del grave asunto de Venezuela. Me sorprende porque lo menos que uno puede esperar de alguien del primer mundo que ocupó cargos de alta investidura y de tan dilatada carrera política es una visión más seria de la gravedad de la circunstancia, que no es, ni por asomo, un conflicto más en el escenario transcontinental. Soy, por razones que no vale la pena explicar, una persona que recibe diariamente cientos de opiniones. Provienen éstas de personajes de cierta relevancia en los ámbitos políticos, sociales, académicos, etc. Pero también -y para mí muy importante- son opiniones de ciudadanos de a pie, gente del común. Me abruma leer expresiones como que usted se vendió por un puñado de dólares, o que anda usted tras el Premio Nobel de la Paz, o que usted tiene una agenda personalísima bajo la manga. Yo pienso que o usted sufre un severo ataque de confusión, curable por cierto, o algo ocurre que califico de extraño, al no querer poner en negro sobre blanco algún calificativo que pueda perturbar aún más el ya tan turbio campo.

Su excelencia, con todo respeto, usted yerra, gravemente. El siquiera asomar la posibilidad de la no concreción del referéndum revocatorio es una torpeza de dimensiones astronómicas. Y habérselo planteado al país y, muy especialmente, a don Leopoldo López, pone de bulto que usted nos irrespeta como personas y como ciudadanos republicanos. No, su excelencia. El referéndum revocatorio es un derecho constitucional, que nos pertenece a los ciudadanos y sobre el que ni usted ni nadie sobre la faz del planeta tiene derecho a decidir. El Referéndum no es negociable. Se lo digo claramente.

Los venezolanos queremos diálogo. No lo dude ni por un segundo. Es más, lo necesitamos. Queremos evitar un baño de sangre. Pero debe saber usted que en Venezuela, en esta tierra hermosa y pródiga que generosa le abrió la puerta a miles o cientos de miles de naturales del Reino de España a quienes un régimen sorprendentemente parecido al que padecemos aplastó, la situación está a punto de explotar

Sepa usted leer entre líneas lo que los españoles venezolanos y sus descendientes sienten al verlo en una posición de velada defensa de un régimen que comete día tras día perversas violaciones al Estado de derecho, a los derechos humanos y a las más elementales normas de convivencia civilizada.

Venezuela sufre, su excelencia, mucho. El mayor ingreso petrolero de toda nuestra historia le fue robado con descaro al pueblo. Hoy no hay comida que poner sobre la mesa de los venezolanos. No hay medicamentos para enfermedades graves o leves. La corrupción es el pan nuestro de cada día. Y el gobierno no se cansa de mentir, de insultarnos, de vejarnos, de pisotear nuestros derechos.

Nuestro himno, su excelencia, habla de «Gloria al Bravo Pueblo». Sí, somos bravos y corajudos. Y pacientes. Somos también extremadamente decentes. Pero no tenemos un pelo de tontos. Es importante que usted lo entienda dada su decisión de favorecer un diálogo que deseamos pero que hoy no es más que un espejismo. Esto que tenemos, que sufrimos, que padecemos los venezolanos no es un gobierno, es una fuerza de ocupación que nos ha colocado a los ciudadanos bajo estado de sitio. Somos los prisioneros de un puñado de transgresores. Y, sí, somos bravos y estamos bravos. Y hartos de escuchar lecciones doctas.

El undécimo mandamiento, no escrito pero existente, marca que es mejor no estar si uno no va a ayudar. Poco más o menos algo como esto le dije a su tan desatinado ministro Moratinos. Su sordera me resultó insultante.

Tiene usted razón, su excelencia. El camino es complicado. Quiera Dios que no se equivoque más y que esté a la altura.

Soledad Morillo Belloso
soledadmorillobelloso@gmail.com

@solmorillob

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