El EditorialOpinión

¡América reacciona!

Hasta ahora, actuaciones que podrían considerarse ilegales o ilegítimas han ocurrido, sin que se asomara, salvo a niveles personales, una brizna de rechazo a la ilegalidad e ilegitimidad.

Razones sobran para explicar el silencio culposo de la mayoría de los gobiernos de la región, amparados todos por el «sacrosanto principio de no intervención», pero sobre todo, por el temor de confrontar, en sus respectivos países, a una utopía, presuntamente redentora, que iba a establecer la tan necesaria justicia e igualdad social en América Latina.

En realidad, en nuestra región, ha costado mucho separar el mito de la realidad, y persiste una adoración tácita por esa fantasía que se impuso en muchos, de que la revolución cubana significaba un gran salto hacia adelante, distinto en consecuencias al de Mao, a través del cual se crearía el hombre nuevo y el comunismo sería la fuerza liberadora de las sociedades de nuestro continente.

La Venezuela revolucionaria se ha ido convirtiendo en algo muy distinto a la proclamada utopía. Una mirada crítica al país permite evidenciar los flagelos que nos atacan y que no solo son causa del pasado. Finalmente, la gran mayoría de los paises del continente han decidido dar un paso al frente, dejar de lado el silencio diplomático y en el seno de la OEA, reconocer y declarar que en Venezuela ha ocurrido una ruptura del hilo constitucional producido por un golpe de estado judicial y que, por medio de los procedimientos establecidos en la Carta Democrática Interamericana, requiere ser subsanado a través de la celebración de elecciones, restableciendo la separación de poderes del Estado, liberando los presos políticos o de conciencia y abriendo los espacios a la tan necesaria ayuda humanitaria para resolver la crisis.

Una vetusta concepción de soberanía que no es aplicable hoy cuando ocurren serias y sistemáticas violaciones a los derechos humanos o una política tendiente a la radicalización no son respuestas adecuadas.

El proceso revolucionario ni puede, ni debe aislarse de la comunidad internacional como lo han hecho a través de los años Corea del Norte, Cuba y Myanmar hasta hace poco.

Esta tensa y compleja situación no puede culminar en una caída al vacío, por lo que más temprano que tarde, deberá ser resuelta a través de negociaciones apoyadas, no por personalidades amigas, sino por un grupo de estados amigos que ayuden a nuestro país -como ocurrió en el pasado en Centroamérica- a fortalecer la democracia y el bienestar de nuestra población.

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