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Antonio Ledezma

Lo conocí en las filas militantes de Acción Democrática. Luchador, valiente, honesto. Compartimos muchas tribunas, en las que sus discursos voceaban el mensaje juvenil de quienes desde temprano se comprometían con la causa del pueblo venezolano y su democracia. Su credo ideológico ha permanecido invariable: la trinchera socialdemócrata. En su palmarés político, no ha decaído la consecuencia combativa.

La semana pasada tomó la decisión de pasar de preso a exiliado político. Burló la vigilancia de quienes lo encerraban y se fue a la libertad. Le habían quitado el ejercicio de la Alcaldía Mayor, adonde había llegado por el voto popular de la zona metropolitana de Caracas. Le inventaron que conspiraba, señalándolo como delincuente político, para así capturarlo y sacarlo de la calle, su escenario de lucha. Los dictadores se crean sus propios enemigos, porque los necesitan. Albert Camus, Premio Nobel de Literatura de 1957, ya lo dijo en su obra “El Hombre Rebelde”, refiriéndose al más temible de los dictadores contemporáneos: “Hitler y su régimen no podían prescindir de enemigos; no podían, petimetres frenéticos, definirse sino con relación a sus enemigos, tomar forma sino en el combate encarnizado que debía destruirlos”. En Venezuela, al prisionero-enemigo lo trasladaban de Ramo Verde a su casa, y viceversa, sin que pudieran taparle la boca y evitar que buscara maneras para seguir haciéndose oír. En vez de “destruirlo”, las felonías lo hicieron crecer.

Ahora, no está con nosotros, está en las calles del mundo. Le están ofreciendo bienvenidas a la libertad Jefes de Estado y de Gobierno democráticos, ex-presidentes de países amigos, partidos políticos de América y Europa, organizaciones de la comunidad internacional. En el exilio se encontrará con el gran dirigente sindical Carlos Ortega, otro expatriado por esa diáspora obligada que se maquina desde Miraflores. El aporte de los que están afuera es importante para el combate que se libra adentro. Son esfuerzos y acciones que deben coordinarse.

Trascendiendo las diferencias y las controversiales percepciones que a veces se presentan en cualquier dirigencia democrática y plural, todos los partidos democráticos venezolanos opuestos a la actual dictadura, respetan y celebran que el líder de Alianza Bravo Pueblo ahora esté libre, aunque no en la patria. El unanimismo, cuando se analizan situaciones políticas, solo existe en los totalitarismos. En las democracias, los partidos se engrandecen cuando tantean y hallan, en el fondo de las discrepancias, el mitológico hilo de Ariadna que permite salir de los laberintos que se enfrentan. Ese hallazgo está planteado en esta hora venezolana.

He hablado de Antonio Ledezma que, por fortuna, escapó. Quienes no tienen escapatoria son los que quieren oficiar como sepultureros de la democracia de nuestro país.

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