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Buenas noticias

Dentro de la calamidad continuada en que el espíritu anti urbano del poder ha convertido esta infortunada ciudad no puede dejar de celebrarse, incluso con entusiasmo, la publicación de la Guía de arquitectura y paisaje: Caracas del valle al mar

Dentro de la calamidad continuada en que el espíritu anti urbano del poder ha convertido esta infortunada ciudad no puede dejar de celebrarse, incluso con entusiasmo, la publicación de la Guía de arquitectura y paisaje: Caracas del valle al mar. Gracias al esfuerzo de Iván González Viso, María Isabel Peña, Federico Vegas y Pedro García del Barrio hoy es posible tener entre las manos y bajo los ojos este vasto inventario (624 páginas, 364 fichas) de la arquitectura del Área Metropolitana de Caracas y el Litoral Vargas.

No debería pasar inadvertido para el lector el ámbito geográfico seleccionado: históricamente el Litoral es parte de la capital, absurdamente amputada por mezquinos parroquialismos y el populismo oportunista de muchos de nuestros políticos. Reivindicar dicha integralidad está muy lejos de ser banal.

Pero además debe destacarse que semejante logro ha sido consecuencia del empeño de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la UCV, en particular de su Instituto de Urbanismo, con al apoyo económico de la Cooperación Internacional Española y la Junta de Andalucía. Un esfuerzo encomiable, que merece la máxima difusión pero que puede caer en saco roto si no se acompaña de otras actividades aún más complejas y de largo aliento, vinculadas a la planificación, la gestión urbana y la preservación del patrimonio. Ojalá sea un estímulo para ello.

Ya en 1982 Mariano Goldberg, a través del Centro de Información y Documentación de la misma Facultad y con el apoyo del Fondo de Desarrollo Urbano, había publicado la Guía de edificaciones contemporáneas de Caracas (138 fichas, 324 páginas), parte de un proyecto más ambicioso que debía haber cubierto Venezuela entera. Se advertía en ella que “la ciudad sufre por falta de amplias áreas necesarias para la expansión de los servicios escolares, asistenciales y recreativos, escasean las plazas, parques, bulevares y espacios para la expansión de la población actual y futura, y los existentes presentan una calidad de diseño altamente dudosa”.

¿Ha mejorado la Caracas de 2015 respecto a la de 1982? ¿Ayudó aquella guía a proteger las edificaciones y a elevar la calidad del medio urbano? ¿Contribuyó a construir mejor? Con ello no se pretende menospreciar el valor de estos magníficos esfuerzos, en muchos aspectos titánicos; lo que se quiere decir es que no hay que conformarse con registrar esas obras, tantas de ellas admirables: hay que pasar a la acción para proteger y potenciar lo bueno que hay y subsanar los errores y deficiencias. Eludir el riesgo de lo meramente testimonial.

La paternidad de ambas guías es ilustrativa: esfuerzo primordial de nuestra principal universidad, hoy asediada y sometida al escarnio como nunca antes, y presencia apenas marginal, y sólo en la primera, de los prepotentes órganos del Estado. También esto es una lección.

La segunda buena noticia viene de Bogotá, la ciudad que tuvo un espectacular renacimiento en la década de 1990 y que ahora parecía haber agotado toda aquella extraordinaria energía, entrando en una fase de estancamiento si no de involución.

Aquel renacimiento encarnó en tres alcaldes, Jaime Castro, Antanas Mockus y Enrique Peñalosa, quienes entre 1992 y 2003 crearon las bases institucionales para la transformación del gobierno metropolitano, impulsaron el cambio sociocultural y revolucionaron el espacio público y el transporte. Aunque dándole continuidad a la obra de sus predecesores cuando ganaron la alcaldía, siempre fueron rivales electorales, pero esta vez se unieron en un solo equipo que volvió a llevar a la Alcaldía Mayor a Peñalosa. Un logro que, por la trayectoria de esa troika, augura nuevos éxitos para Bogotá y se proyecta como ejemplo de cómo es posible supeditar las aspiraciones personales al objetivo superior de construir una ciudad cada vez mejor.

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