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Chile limita (políticamente) con Europa del sur

Leopoldo Mármora, brillante intelectual argentino prematuramente fallecido, me dijo un día, a fines de los setenta: “Ustedes los chilenos la llevan mejor que nosotros en el exilio. Cada partido chileno tiene su equivalente en Europa” –y agregó con mucha gracia- “en cambio, si vos mirás el mapamundi, no encontrás ningún partido peronista, aparte del argentino”. “Lo que pasa” – respondí yo, no muy convencido – “es que los chilenos somos copiones”.

Me acordé de Leopoldo cuando leí el caluroso saludo que hace algunos días dirigiera Pablo Iglesias, máximo líder de Podemos, a su equivalente chilena, Beatriz Sánchez, después de la millonaria votación obtenida por el Frente Amplio (FA) en las elecciones del 19-N. El español ya lo había olido. En Chile nacía un nuevo Podemos.

No es broma. En todo el mundo no hay organización política más parecida a Podemos. Ni los Insumisos franceses de Melenchon, ni el Siriza griego de Tsipras, ni el Movimiento 5 Estrellas de Italia, comparten con Podemos tantas similitudes como el FA chileno.

En común tienen los del FA con los partidos de la llamada izquierda populista de Europa del Sur, un similar punto de partida: todos ocupan el espacio que dejan las ruinas de los partidos socialistas del siglo XX. El PSF, el PASOK y el PSI, implosionaron. El PSOE como el PSCH todavía no, pero les falta poco. Tal como ha sucedido con los socialistas europeos, los chilenos no han sabido dar el salto que va desde la modernidad a la posmodernidad. Y no solo han caído en el vacío. Han dejado, además, detrás de sí, a un enorme vacío. Ese vacío es el campo magnético que lleva a frenteamplistas y podemitas a fundar una nueva izquierda, la del siglo XXl.

Tanto Podemos como FA provienen del mundo estudiantil, de los Indignados de la Puerta del Sol y de los movimientos estudiantiles chilenos del 2011, respectivamente. Sus relaciones con el llamado “mundo obrero”, tan propias a los socialistas del pasado, son casi nulas No son “partidos de clase”, más bien movimientos de multitudes políticamente organizadas. Si aplicamos los conceptos de Ernesto Laclau, estaríamos en presencia de una “izquierda populista” (cúmulo de demandas heterogéneas y contradictorias entre sí unificadas por significantes vacíos)

Los jóvenes dirigentes frenteamplistas han recibido educación en colegios privados. La mayoría tiene formación universitaria. Pero no profesan ningún legado doctrinario. Nunca los verás enredarse en una discusión acerca de si Lenin o si Gramsci, como los jóvenes de la izquierda de ayer. Son protesteros de una protesta cuyo fin no es más que la protesta. Protesta que no se dirige en contra de “las clases dominantes” o de “los ricos” sino principalmente en contra de los partidos de la izquierda histórica.

La relación que mantienen con esa izquierda es edípica. En el caso de FA más claro que en Podemos. Edipismo que se expresa incluso biológicamente. Cerca del 30% de la dirigencia del FA está vinculada familiarmente con dirigentes de NM. Políticamente el edipismo se manifiesta en declaraciones de los directivos de FA en las cuales anuncian que votar en contra de Piñera no significa votar a favor de Guillier. Quienquiera sea elegido, han anunciado sus dirigentes, seguiremos en la oposición. Hasta “matar al padre y ocupar su lugar” (habría agregado Freud). Y después hacer lo mismo que el padre (agrego yo)

Lo que dijo mi amigo Leopoldo Mármora es cierto. Los partidos chilenos han sido y son equivalentes con los de Europa, sobre todo con la del Sur. Comunistas, socialistas, democristianos, encontraban durante los setenta, pares europeos. Somos copiones, respondí a Leopoldo. No es tan cierto, pensé después. Esa relación de equivalencias y similitudes entre Chile y Europa del Sur viene desde mucho tiempo atrás. Tal vez desde los propios orígenes de la formación política chilena. Allá, por los confines del siglo XlX.

En Chile después de la independencia, la clase dominante criolla -a diferencia de otros símiles iberoamericanos donde los españoles de origen eran degollados en masa- siguió cultivando relaciones económicas con España y otros países europeos. En esa “aristocracia castellano-vasca” (Francisco Encina), en esa “fronda aristocrática” (Alberto Edwards), en esos “grandes señores y rajadiablos” (Eduardo Barrios), en ese “peso de la noche” (Diego Portales), reside la matriz de un europeísmo que fue económico primero, cultural después, y político, a partir de la segunda mitad del siglo XlX. Pues esa oligarquía no solo se convirtió en clase dominante, sino, desde los tiempos portalianos, en clase dirigente (la diferencia es gramsciana). Puso al Estado, y por ende, a la república, en forma.

Del tronco oligárquico originario brotarían las primeras ramas liberales. Al comienzo, simples disidencias. Pero muy pronto serían una fuerza político cultural de grandes dimensiones. Desde 1842, con la llamada “generación literaria”, comenzó a emerger una pléiade de intelectuales políticos como hay pocas en la historia del continente, una que no tiene par en la historia de Chile. Así como la primera mitad del siglo XX fue la era de la poesía, la segunda del XlX fue la de la intelectualidad política. Y así como la clase terrateniente y comercial puso en forma una república, sus hijos y nietos liberales sentaron las bases para los inicios de la democracia.

Reunidos en clubes y asociaciones culturales, hombres como José Victorino Lastarria, Eusebio Lillo, José Joaquín Vallejo (Jotabeche), Salvador San Fuentes, el argentino Domingo Faustino Sarmiento y después, el venezolano Andrés Bello, son los verdaderos fundadores de la democracia chilena. No faltaron tampoco los polos extremos, como los socialistas utópicos de Francisco Bilbao y Santiago Arcos (Sociedad de la Igualdad) y, por cierto, novelistas de talla mundial, como el nunca bien alabado Alberto Blest Gana (el Balzac chileno) cuyo Martín Rivas sigo hojeando y sufriendo. La larga lista culmina con ese trío de historiadores que cualquier país europeo de la época hubiera querido tener: Benjamín Vicuña Mackena, Miguel Luis Amunátegui, y por sobre todos, Diego Barros Arana y sus 16 gruesos tomos de la Historia General de Chile.

Esos seres tan distintos entre sí tuvieron, sin embargo, puntos comunes: todos fueron impactados por la revolución de 1848 en Francia, casi todos provenían de  una ascendencia vasca (un puente entre la cultura española y francesa) y todos mantuvieron una relación edípica con sus padres y abuelos conservadores. Aunque a diferencia de los edipos del siglo XXl, los del siglo XlX fueron edipos cultos e ilustrados. Y lo más importante: esas generaciones impusieron a la nación política una impronta europea a la que nunca ha podido renunciar. De ahí que el reciente aparecimiento del FA, el Podemos chileno, no fue más que una nota más en un larguísimo texto de coincidencias y similitudes.

Los paralelos son notables. Los discursos fascistas de Benito Mussolini fueron muy parecidos a los del, menos que populista, populachero, Arturo Alessandri Palma. Los más grandes y duraderos Frentes Populares nacidos a mediados de los años treinta del siglo XX fueron el francés, el italiano y el chileno. Los tres más grandes partidos comunistas de masa (de masa, no de clase) occidentales, fueron el italiano de Palmiro Togliatti, el francés de George Marchais y el chileno de Luis Corvalán. La Democracia Cristiana de Amintore Fanfani y Aldo Moro fue por largo tiempo el partido mayoritario de Italia, al igual que la Democracia Cristiana chilena de Eduardo Frei. La primera, desapareció. La segunda, en vías de desaparición.

Para redondear la historia solo nos faltaba un Francisco Franco. Hasta que apareció el clon chileno: Augusto Pinochet. La verdad es que hasta fisonómicamente se parecían. Los dos generales hablaban con voz engolada. Los dos eran católicos de incienso, hostia y cuclilla. Los dos eran dominados por sus respectivas mujeres. Los dos estaban poseídos por un ansia incontenible de matar. Y ahora, después de la debacle  de los socialistas europeos, muy similar a la de los europeos del sur, los chilenos recibimos como llapa (ñapa, dicen en otros países) un Podemos criollo, el FA. E igualmente, los que fueran los grandes partidos socialistas de François Miterrand, de Felipe González, de Yorgos Papandreu, de Pietro Nenni  y de Salvador Allende, continuarán derribándose sobre sus propias sombras.

Demasiadas diacronías; demasiadas para que sean casualidades. La verdad es que, queramos o no, los límites geográficos de Chile no coinciden con sus límites políticos. Estos últimos yacen en Europa del Sur, en la vieja y en la nueva.

Naturalmente, todo tiene un límite. Llegará el día en que las historias se bifurcarán. Las diferencias provendrán sin duda del lado europeo. Las masivas migraciones islámicas y el consecuente aparecimiento de partidos ultranacionalistas cambiará la faz cultural y política de toda Europa. Pero todavía falta un tiempo para que ello ocurra. Por ahora, todo indica que, gane quien gane las elecciones del 17-D, Chile continuará limitando políticamente con Europa del Sur. Para bien y para mal.

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