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Ciudades sin ciudadanos…

El sistema político se valió de recurrentes cambios curriculares basados en una educación por valores que simplemente sirvió para politizar equívocamente el proceso educacional.

Antonio José Monagas

El paternalismo, además de actuar como un pesado fardo en los procesos políticos que determinaron la gestión pública venezolana desde que el petróleo signó el crecimiento venezolano, ha servido para desvirtuar el sentido de desarrollo económico y social que, desde entonces, debió sustentar el discurrir nacional. Dicho mal, incitado por el rentismo petrolero, hizo que Venezuela creciera con base en valores que sólo eran representativos del facilismo. Éste, como tentación instigada por falsas presunciones de naturaleza político-económica, comenzó a marcar tendencias sociopolíticas y socioeconómicas que desfiguraron el sentido de ciudadanía que siempre exigió el concepto de civilidad trazado a la postre de la industrialización enmarcada por el acontecer característico de la segunda mitad del siglo XX.

El paternalismo, en conjunción con el rentismo y el clientelismo, incitado luego que Venezuela comenzara a hurgar las bondades de la democracia, derivó en despiadado populismo. En un populismo que fue deformándose a medida que el poder político solicitaba mayor respaldo de la opinión pública. Todo, en aras de inducir un clima de libertades políticas que no terminó de fraguar. Esto, por cuanto el desarrollo económico y social se hizo acompañar de esquemas conductuales que riñeron con la ética y la moralidad como consecuencia de la demagogia que acompañaba cada gobierno.

De esa forma, paternalismo, rentismo, clientelismo y populismo no sólo tendieron a reforzarse mutuamente. Sino además, se convirtieron en cómplices de conspiraciones que actuaron en contramarcha de distintas pretensiones gubernamentales que plantearon dirigirse firmemente hacia objetivos de desarrollo económico y social.

Sin embargo, más pudieron las tentaciones de sofocar el ambiente de gobernabilidad que por ratos respiraba el país, que las ideas enmarcadas por algunos esquemas debatidos sobre construcción de ciudadanía. Diferentes lineamientos de planificación aventurados en dicha línea de desarrollo, se intentaron. Pero el peso del facilismo inculcado desde la demagogia azuzada como razón de avezada política, a conveniencia de intereses políticos, avivados al mismo tiempo por ejercicios de perturbación proselitista, se impuso.

Es así como el sistema político que rigió los destinos del país en sus distintos momentos o épocas de su desarrollo, se pervirtió acogiéndose a prácticas viciadas donde prevalecían otros intereses por delante de los que pautaban el ordenamiento jurídico nacional. Eso fue suficiente para que importantes valores políticos que exaltan la condición de “Estado democrático y social de Derecho y de Justicia” que fundamenta la consolidación del sentido republicano, se vieran abatidos por una dinámica social de ligera sustentabilidad.

Fue así como la educación, desde el inicio del siglo XXI, comenzó a debilitarse con la excusa de forjar un “hombre nuevo”. O de acuciar un “nuevo republicano” o un “venezolano demócrata”. Ello se valió de recurrentes cambios curriculares basados en una educación por valores que simplemente sirvió para politizar equívocamente el proceso educacional. Proceso éste que extendió el problemas hasta la familia y la sociedad. Y por supuesto, hasta el gobierno de turno toda vez que por razones populistas y demagógicas, dirigía sus atenciones a favorecer el espacio político que podía asegurarle su conservación en los escaños del poder político.

De todo esto, devino un venezolano que con el tiempo, creció desprendido de valores de ciudadanía. Poco los recibió en la escuela. Algo, en su hogar. Pero mucho menos, los espacios públicos conciliaron nociones de construcción de ciudadanía con circunstancias lo cual derivó en restarle significación al concepto de ciudadanía. Concepto éste que ninguna ley nacional sabe explicar. Menos instrumentar o aplicar. De forma tal que Venezuela se hizo un país carente de ciudadanía pues el país se levantó, a pesar de haberse sancionado una nueva Constitución Nacional en 1999, con graves fallas a tan trascendental concepto. Así que duele reconocer y aceptar que el actual país, la Venezuela del presente, está ausente de ciudadanía. Peor aún, está formada por ciudades sin ciudadanos…

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