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Coevolución biotecnología, bioética y bioseguridad

Se dice, puesto que no hay certeza, que fue Francis Bacon quien manifestó, cuatro siglos atrás, que “el conocimiento es poder”. Se sugería también, que dicho poder se concretaba al sacar provecho práctico del conocimiento científico, en una época en la que el desarrollo de la ciencia apenas se encontraba en sus inicios. Sin embargo, Bacon estableció las bases del método científico durante la revolución científica, como un procedimiento planificado para investigar los eventos naturales. Sacar provecho significa(ba) su utilización comercial.

Con estos criterios nació la revolución industrial y el consecuente impacto económico, tecnológico y social que tuvo en el desarrollo mundial. El hecho físico generador fue la invención de la máquina de vapor.

Transcurridos dos siglos y medio de esos últimos acontecimientos, el mundo es testigo de una nueva revolución, la revolución biológica de la nueva o moderna biotecnología, que se sustenta sobre el descubrimiento de la estructura en doble hélice del ADN, realizado por Watson y Crick (1953) y por los desarrollos y descubrimientos ulteriores de miles de científicos que los han seguido, incluyendo sus rivales académicos.

En este texto se enfatiza lo concerniente a la bioética. Los otros tópicos se presentan someramente, para dejar en claro el nexo fundamental con la misma.

La biotecnología moderna.

El concepto de biotecnología moderna surgió en los inicios de la década de 1970 en los Estados Unidos cuando biólogos celulares y moleculares descubrieron las posibilidades de manipular en el laboratorio el genoma de algunos virus, al introducir en él material genético procedente de otros organismos (Jackson, Symons y Berg, 1972; Boyer y Cohen, 1973). De allí el nombre genérico de transgénesis que se dio al procedimiento (recombinación de su ADN que resulta en un ADN recombinante o ADNr) y de organismos transgénicos (recombinantes) a los sujetos producto de esa experimentación. El ADNr puede dar origen a una proteína no-natural, lo cual abre el pozo de las especulaciones sobre sus efectos, justificadas o no. Pero también se puede eliminar parcialmente material genético del organismo experimental (reparación del ADN).

La nueva biotecnología fue llamada también ingeniería genética, aunque el término ya había sido introducido y popularizado por el escritor norteamericano de ciencia-ficción Jack Williamson, en su novela Dragon’s Island, en1951.

El carácter utilitario-comercial de la biotecnología ha quedado claramente establecido en las numerosas definiciones que se han dado de ella, como el empleo de la biología y sus áreas de competencia en la producción de bienes y servicios. Sin embargo, las expectativas comerciales puestas inicialmente en ella no se han cumplido del todo, principalmente por las dudas sobre la inocuidad de los organismos transgénicos vegetales en la especie humana y el ambiente, que fueron planteadas mayoritariamente por organizaciones ecologistas radicales, principalmente en Europa. Se observa aquí la paradoja de que los productos transgénicos para la medicina/salud humana, obtenidos por la biotecnología moderna, han gozado de la plena aceptación del público sin ningún cuestionamiento, muchos de los cuales han substituido completamente a los obtenidos por las vías tradicionales de la síntesis química o por la extracción desde fuentes naturales (caso de la insulina, el interferón, la eritropoietina), constituyéndose en la posibilidad de impulsar la renovación de la industria farmacéutica. Superadas las dudas y establecida la inocuidad o mantenido su potencial perjuicio dentro de límites aceptables, el futuro de la ingeniería genética agrícola podrá expresar todo su potencial, dirigido a contribuir a mitigar el hambre en el mundo.

La biología sintética es una rama interdisciplinaria de la biología y la ingeniería, cuyo objetivo es aplicar esas disciplinas con el objetivo de crear sistemas biológicos artificiales, para aplicación en medicina, ingeniería e investigación. Definirla es aun motivo de intensos debates entre los especialistas, dada su novedad, pues surgió hace poco más de una década. Presenta los mismos retos sobre bioética y bioseguridad que la biotecnología moderna y ofrece realidades complementarias a la ingeniería genética, como era de esperar.

La edición de genes es la tecnología genética más reciente, que permite la modificación dirigida, puntual de los genes de cualquier organismo a través de enzimas modificadas de la familia de las endonucleasas y luego observar los cambios ocurridos en el fenotipo. Esta aproximación es llamada genética inversa, que gana aceptación por su sencillez, particularmente el sistema conocido como CRISPR-Cas9. Sus potenciales aplicaciones son la terapia génica, animales transgénicos, estudios de la función de los genes con células madre y la erradicación de enfermedades (fiebre amarilla, Zika, dengue, esquistosomiasis, leishmaniasis), incluyendo la posibilidad de crear bebes por diseño. Sin embargo, la valoración del riesgo/beneficio de esta herramienta experimental es tan compleja, que se necesita un urgente análisis bioético. La similitud con los inicios de la ingeniería genética convencional en los 1970 es elevada.

La bioseguridad.

No existe ninguna tecnología que ofrezca solamente beneficios. La cara opuesta de la moneda es el riesgo, lo negativo. Riesgo es intrínseco a ellas. El desarrollo tecnológico global ofrece numerosos ejemplos. La biotecnología no escapa a esta realidad.

Al darse cuenta del efecto desconocido y potenciales peligros que la nueva tecnología podría tener sobre los seres vivos, los mismos científicos responsables de los experimentos iniciales alertaron a la comunidad global sobre un uso indiscriminado y no organizado de esa herramienta: se requerían pautas normativas para lograr el empleo inteligente y confiable de la misma. Esto condujo a la introducción de otro concepto fundamental: el de bioseguridad, cuyo tratamiento científico fue emprendido en las Conferencias de Asilomar, California, Estados Unidos y luego por el Instituto Nacional de Salud de esa nación. Como consecuencia, en muchos países desarrollados se crearon comisiones para atender estas preocupaciones y establecer normas de bioseguridad para la aplicación segura de la nueva tecnología. Surgió así el Protocolo de Cartagena sobre Bioseguridad (2000), donde se estableció definitivamente el Principio de Precaución, para regular no solamente las controversias sobre los OMG, sino de aplicación general para la toma de decisiones en situaciones donde pueda haber un daño, producto de la falta de información científica.

Hoy en día, la bioseguridad se ha expandido hasta llegar a ser una disciplina indispensable en el quehacer científico actual y sus derivaciones, más allá de su aplicación original al manejo, utilización, transporte y comercialización de los organismos transgénicos.

La bioética.

Tres años antes se había reintroducido el vocablo y concepto de bioética en el lenguaje científico. Desde ese instante, bioética y bioseguridad coevolucionaron con la biotecnología moderna hasta llegar a ser todas ellas los extraordinarios instrumentos de la genética, biología y genética molecular, genómica, terapia génica, farmacogenómica, bioinformática, entre las muchas áreas del conocimiento científico que dominan la actualidad de la biotecnología moderna y su impacto en los seres vivos, el ambiente y la economía mundial.

La primera mención del término bioética se debe al teólogo y pastor protestante alemán Fritz Jahr en 1927, al proponer una relación moral entre el ser humano y el resto de los seres vivos, en un artículo sobre investigación animal y de plantas, sin mucha pretensión científica, dada su formación teológica. Él y su trabajo pionero, de influencia francamente kantiana, fueron injustamente olvidados, pues sus proposiciones se diluyeron en la marejada política del nacionalsocialismo. A pesar de contener la noción fundamental de un “imperativo bioético” en la investigación científica biológica.

Pero fue el bioquímico y oncólogo estadounidense Van Rensselaer Potter, de la Universidad de Wisconsin, quien le dio vigencia desde 1970 al considerarla como una disciplina-puente entre ciencia y humanidad, según lo cual todas las decisiones humanas tienen consecuencias no solamente al corto plazo en el ecosistema, algunas de ellas predecibles, y todos los sistemas vivos y sociedades, sino a largo plazo, lo que está descrito en su libro: Bioética: Puente hacia el futuro (1971). Algunos años después (1988), Potter profundizó y amplió sus proposiciones en una bioética global en su libro Global Bioethics. Building in the Leopold Legacy, como una filosofía que integraba una visión científica realista del mundo, aplicable también a sistemas religiosos/filosóficos, tales como los valores derivados de estas fuentes tradicionales consistentes con la naturaleza humana y la visión científica del humano.

Inicialmente, la ciencia médica trató de hacer suyas, con exclusividad, las nuevas proposiciones de la bioética y promovió el criterio según el cual bioética era equivalente a ética médica, pero olvidó las proposiciones originarias de su relación con los hechos ecológicos y las opciones tecnológicas de explotación del ambiente. Afortunadamente, esta visión parcial y reduccionista se desvaneció rápidamente, lo que permitió la rápida extensión de la bioética hacia otras ramas del conocimiento y ejercicio científico. La filosofía necesita aceptar los retos de las ciencias empíricas y sociales, así como las humanidades.

A pesar de ello, todavía es frecuente encontrar en la literatura, especializada o no, y aun en centros académicos de renombre, un tratamiento sinonímico entre bioética y ética médica (medicina y salud humana), que examina los asuntos éticos en la atención sanitaria, las ciencias de la salud y las políticas sanitarias.

El continuo desarrollo de la bioética sobrepasó rápidamente al ámbito científico propuesto y abarca hoy en día áreas como la sociología, la política y las políticas públicas, y, obviamente, a las profesiones: es la bioética global de Potter. Más todavía. Ajustada a los criterios de la filosofía práctica, una decisión bioética puede ser transformada en una productiva y acertada valoración del riesgo/beneficio de una potencial decisión informada, lo que facilita su aplicación en áreas controversiales. Esta posibilidad ya había sido analizada cuando se propusieron las condiciones de bioseguridad para el manejo adecuado de los organismos transgénicos, que también comenzaron a ser llamados organismos modificados genéticamente (OMG).

Actualmente, la bioética es considerada una disciplina principialista, cuyos principios fundamentales y generalmente aceptados son autonomía, beneficencia, no-maleficencia y justicia, según sus proponentes Beauchamp y Childress (1976, 1979). Todo ello sustentado sobre el gran substrato de la responsabilidad.

A lo anterior se agrega el concepto de proactividad, un neologismo extraído del inglés (Frankl, 1946), que aun cuando fue acuñado para describir condiciones o particularidades de las personas ante el abordaje de un problema, también es extensible, hoy en día, a organizaciones y áreas o disciplinas del conocimiento. El concepto es también aplicable a la bioética. La proactividad significa actuar por adelantado ante una situación futura, sin esperar que dicha situación ocurra. No es de extrañar, que el término y su aplicación hayan encontrado una amplia aceptación en la gerencia corporativa del ámbito anglosajón.

Áreas de competencia de la bioética.

A finales de la década de los 1990 y gracias al trabajo de Potter, se atribuía a la bioética la responsabilidad sobre tres áreas y, consecuentemente, su agrupación contendría igual número de segmentos: bioética médica, bioética ambiental y bioética animal, que básicamente se mantiene sin modificación.

Pero desde hace un par de décadas, se ha incorporado el área de la bioética de las profesiones, no como actividad individual sino ejercida por un conjunto de personas (los colegas).

La expansión continúa. Actualmente, dada la rapidez con la cual se propaga la investigación espacial, se considera la pertinencia de una bioética en el espacio para astronautas, que incorpore también su comportamiento en la posible colonización de otros planetas, las nuevas condiciones de la vida humana, vegetal y de otros animales en ese entorno, la investigación científica en el espacio exterior y, obviamente, la conducta del ser humano en dicho medio. Hasta tanto no se mejoren los sistemas de propulsión de las astronaves y de la sobrevivencia de los viajeros durante la jornada, la exploración del espacio profundo tendrá que ser considerada como un viaje sin retorno. ¿Cuál es y cómo sería el tratamiento psicológico y médico de los astronautas frente a esa certidumbre? ¿Cómo se abordaría el asunto de su comportamiento sexual? Hay proposiciones concretas en ello.

Finalmente se desea, que la supuesta afirmación de Bacon mencionada al inicio se extienda y profundice, para hacer el bien a la humanidad, por lo menos con estas disciplinas.

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Nota:  Este texto, actualizado, se basa en un ensayo publicado por el mismo autor en la revista científica Interciencia en 1999.

  1. Otaiza Vásquez (1999): La coevolución de la biotecnología, la bioética y la bioseguridad. Interciencia 24, 324-332.
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