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Conocimiento e ignorancia

UNA BUENA  parte de la historia de la humanidad fue dirigida por el pensamiento religioso y místico. Ahí se distinguía básicamente entre la casta de los sacerdotes poseedores del conocimiento, y los seguidores. El pastor y sus ovejas. Cada tanto tiempo aparecían los profetas que actualizaban el vínculo con los dioses. La actual civilización es hija de la ciencia y la tecnología, es decir de las ideas de la razón que han ido desplazando sistemáticamente la espiritualidad y cargando ahora al ser humano a otro tipo de desequilibrio. La humanidad en general sufre una enorme crisis de sentido mientras el transhumanismo se nos acerca velozmente.

Las ideas de la ciencia y la tecnología han tenido, literalmente, la capacidad de cambiar el ritmo de la evolución. Una sociedad de 7.500 millones de seres humanos, totalmente interconectada, que depende para sobrevivir de una plataforma tecnológica global sin precedentes. Para bien o para mal este camino ya no tiene vuelta atrás, ya que dependemos precisamente de la tecnología y del crecimiento que la sustenta para sobrevivir.

La característica central de este estado de civilización es la creciente complejidad de su organización. Son complejas redes de subsistemas interrelacionados entre sí: comunicaciones, ciudades de enorme complejidad, leyes y regulaciones, mercados financieros, sistemas productivos, Internet, satélites, sistemas de salud, de educación, justicia, gobiernos y política, energía, entretención, etc. Cada uno de estos subsistemas es en sí muy complejo y tiene una alta dosis de especialización; requieren de mucho conocimiento.

El dilema más antiguo de la humanidad, en cada uno de sus paradigmas, ha sido siempre el conocimiento versus la ignorancia. El fundamentalismo y la ignorancia siempre se encuentran y se refugian en la fuerza.

Los líderes entonces son siempre la clave. Líderes ignorantes, fundamentalistas, o populistas son la peor tragedia de una sociedad en estos tiempos. La ignorancia y el populismo traen de vuelta la ilusión de la magia en las cosas públicas. Veamos algunos ejemplos. Hoy se empieza a “creer” que el problema de Codelco es la Ley del Cobre, y que derogándola mágicamente se resuelve el tema. El tema es mucho más complejo y tiene que ver con la naturaleza de las empresas públicas, su gobernanza, y la política. Una empresa como Codelco que nunca será transada en la bolsa, no maximiza su valor sino los flujos para el presupuesto. Por eso se la endeuda más de lo prudente y los gobiernos no tienen incentivo alguno a capitalizarla hasta que revientan. Las platas del cobre pasan de un bolsillo a otro del Fisco, no hay riqueza nueva. Si la defensa no tiene esas platas deberán salir de otra partida del presupuesto volvemos al punto cero.  El problema es complejo, técnico, tributario, de desarrollo. Entonces aparece la magia del populismo con eslóganes y soluciones simplistas que la ignorancia compra con fe.

Otro ejemplo actual es el complejísimo tema de las pensiones. Un tema que es de carácter mundial, particularmente porque la población no sólo está reduciendo su tasa de crecimiento y envejece,  sino que además aumenta sistemáticamente su expectativa de vida. Las pensiones están muy relacionadas a las características del mercado del trabajo, la evasión de trabajadores y empleados, la ética, la calidad de los incentivos, el crecimiento de la economía, los mercados de capitales y las tasas de interés, la sanidad de las finanzas públicas, etc. Todos temas en sí son complejos y en conjunto aún más. Nuevamente aparecen los flautistas de Hamelín ofreciendo soluciones mágicas y simplistas como el sistema de reparto, o el aumento de los impuestos. Las masas “creen” en esas magias y se lanzan a las calles a mostrar su fuerza, no su conocimiento, en la era del conocimiento.

El tema de la educación es otro ejemplo. La magia es la gratuidad y la estandarización, no la compleja discusión de que es la calidad en el siglo 21 y cómo se provee. Los que más opinan son los estudiantes y son los que menos saben. La congestión se resolverá, según la magia, con más restricción y sin mejorar radicalmente el transporte público. La pobreza terminará con los bonos y el asistencialismo del Estado, o aumentando por ley el salario mínimo.  Todavía quedan creyentes beatos de la revolución y la refundación de las sociedades, lo que en sistemas complejos sólo produce caos.

Es tiempo de aceptar la complejidad de la sociedad y subir los estándares mínimos para los liderazgos públicos. Estamos en la era del conocimiento y la inteligencia artificial. No basta ser popular: hay que saber y entender. El primer paso lo deben dar los propios partidos políticos y dar el ejemplo. La gran clave está por cierto en la educación y en ese tema Chile ahora va exactamente hacia atrás.

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