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Cuidado con otro 27F

Preocupación es el sentimiento que tenemos en este nuevo aniversario de los sucesos de febrero y marzo de 1989: la rebelión de los pobres y la masacre de los inocentes. Quienes vivimos de cerca el 27F; quienes contemplamos con asombro la rabia del pueblo por las calles; quienes vimos los cadáveres apilados en las morgues; quienes fuimos testigos y acompañantes del dolor de sus familiares en las comunidades pobres de Caracas y ante los órganos jurisdiccionales, y observamos hoy con ojos críticos la situación del país, crispada y precaria, debemos decir, sin matiz político alguno: Cuidado con otro 27F.

En 1989, fue una chispa la que, como se dice, incendió la pradera: luego del fracaso y la corrupción de los gobiernos de Luis Herrera y Jaime Lusinchi, y que como solución Carlos Andrés Pérez planteara, sobrevalorando su liderazgo popular y embrujado por el discurso de los tecnócratas, un plan de shock, un programa de reformas económicas liberales que aparecía como una emboscada, pues contradecía la promesa populista de su campaña electoral, y, más allá de su pertinencia, lo hiciera sin consultar con nadie, sin construir los necesarios consensos y sin las medidas sociales compensatorias; luego de todo aquello, bastó el aumento discrecional en los precios del pasaje interurbano de Guarenas-Guatire a Caracas, para que se produjera la más espontánea explosión (casi biológica) del cuerpo social y se convirtiese en lo que mundialmente se conoció como «Caracazo». Y luego la tardía y desproporcionada actuación de las Fuerzas Armadas de entonces, en una acción criminal, inmerecida y torpe, entrando a los barrios para rescatar lo saqueado por órdenes del Presidente y del Ministro de la Defensa, produjo una de las masacres si no la masacre más intensa de toda nuestra historia y de la historia de América Latina (sólo comparada tal vez en su intensidad con los fusilamientos de Bolívar en La Guaira el año 14 antes de la emigración a oriente). Medio siglo antes, frente a los saqueos antigomecistas posteriores a la muerte del Benemérito, Eleazar López Contreras -un general (no un civil), un dictador (no un demócrata- trasmitió al gobernador de Caracas instrucciones en todo diferentes a ésta de disparar a discreción, documento que se conserva en los Archivos de Miraflores: «Dele la orden a las tropas de no disparar contra el pueblo».

Todo lo anterior fue reflexión colectiva y personal entonces (que en mi caso procuré razonar en mi libro «Los golpes de Febrero: de la rebelión de los pobres del 27F al alzamiento de los militares del 4F», publicado en 1992). Ahora, ventiséis años después, se requiere de una reflexión semejante.

Hoy, aquí y ahora, observamos que a una situación económica y social complicada se agregan una confrontación política desmedida y la supresión de todos los espacios de diálogo. Puede ser un coctel explosivo: si al desabastecimiento que ocasiona las irritantes colas, si a la inflación más alta del planeta que agobia la vida de la familia venezolana principalmente la de los más pobres, si a las innumerables protestas civiles referidas a algunos servicios públicos precarios como los de recolección de basura, suministro de agua, y energía eléctrica; si a todo ello agregamos la crispación exagerada del debate político, el constante estímulo al odio social entre las clases medias y los sectores populares, la propuesta de salidas que coquetean con el golpismo y la violencia (y hasta la intervención extranjera), la conversión del Parlamento -que debería ser justamente el escenario privilegiado para el debate de altura y el diálogo- en un infame muladar en que los insultos, la burla procaz y la escatología tienen asiento (y sé que los muchos chavistas que tengo entre mis amistades, a quienes aprecio en la honestidad de sus creencias, deben apenarse ante el ignominioso espectáculo), y la errada idea de resolver la crisis política mediante medidas punitivas que sólo consiguen ahondar más las diferencias en vez de superarlas dentro de la pluralidad democrática (es lo mismo que dijimos en 1992 frente a la cárcel de los alzados del 4F y del 27N); si todo ello, insisto, es valorado de  conjunto, necesariamente tendremos entre las manos un inestable y explosivo entorno que reclama de todos moderación, prudencia y pulso. No juguemos con fuego. Cuidado con otro 27F.

Es un mensaje dirigido a todos los actores políticos, al gobierno y a la oposición, aunque sin duda el primero tiene la mayor cuota de responsabilidad en propiciar escenarios de reconciliación y no de conflicto, de diálogo y no de violencia. Es lo que más nos conviene a todos, pero es lo que más le conviene al gobierno, que ya tiene un conflicto muy poderoso con el desabastecimiento, la inflación, la corrupción, y el burocratismo, como para no entender que en vez de propiciar más disensos que los que le son implícitos a toda democracia, requiere de consensos y acuerdos mínimos que permitan la coexistencia y la paz.

Pero no hay razones para la impaciencia -ni de unos ni de otros- que genere hechos de violencia. Ya las elecciones parlamentarias colocarán en manos del pueblo la decisión sobre el futuro de la república. Así que dispongámonos a resolver nuestras diferencias a través del voto y no de la represión ni de protestas violentas.

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