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Del Potro y Murray, dos seres humanos de altos quilates, cualidad ausente en nuestros gobernantes

Cuando Juan Martín del Potro regresó al tenis ningún aficionado daba nada por él. Al saberse que participaría en las Olimpíadas nadie apostaba un centavo por que pasara de su primer encuentro. Para quienes no lo saben, Juan Martín cumplía 422 días de haber sido operado, tras una serie de lesiones que parecían alejarlo de las canchas para siempre, lo cual le valió descender más allá del lugar 140 del ranking mundial de la disciplina. Llegó a Río con ese adverso hándicap, pero contra todo pronóstico sacó del camino desde Djokovic hasta Nadal, ambos en los cimeros tenísticos, convirtiéndose en finalista, soñando con acariciar la codiciada medalla dorada.

Llegado el día de la final, el domingo 14-08-2016, con apenas 24 horas de descanso, tras protagonizar una titánica lucha en la que dejó fuera de carrera nada menos que al mítico Rafa Nadal, le tocó a Juan Martín una segunda prueba, más titánica que la del día anterior, con un nuevo hándicap en su contra, puesto que Andy Murray, su contrincante, tuvo un día más de respiro que él. El argentino lucía agotado desde el primer momento que entró a nuestras casas a través de la pantalla del televisor, donde varias veces se le vio recostado de la malla como si en cualquier momento fuese a caer de largo a largo sobre el piso. Sin embargo, se mantuvo en la pelea con gallardía y hasta amenazó varias veces con ganar el agotador juego que se prolongó hasta lo indecible. El británico también parecía desfallecer tras más de cuatro horas de combate, pero al final se impuso, convirtiéndose en el único tenista bicampeón olímpico de estos maravillosos juegos, inventados, para variar, por los “extraterrestres” que aterrizaron en la Atenas de época de Pericles, hace ya casi dos milenios y medio.

Para del Potro su presea de plata vale oro. Para Murray el verdadero oro le vale para pasar a la historia. Sin embargo, celebrar ese doble motivo no hizo caer al británico al piso en forma de cruz como suele suceder con los ganadores del tenis o dar la vuelta al ruedo para saludar su triunfo ante el público o recoger sus bártulos para ir a declarar a la prensa y luego reunirse con los suyos. Nada de eso hizo. En vez de ello escogió quedarse en medio de la cancha esperando largo rato por su rival para abrazarlo. Sí, abrazar al perdedor, abrazarlo en señal de reconocimiento por sus sobrehumanos esfuerzos y pundonor, abrazarlo por haberse mantenido en la luchar hasta el último minuto, cuando sus fuerzas ya parecían abandonarlo. De todo ello estaba consiente Andy Murray y por eso lo esperó pegado de la malla. Así vimos a dos seres humanos enganchados largo rato, dos guerreros derramando lágrimas uno sobre el otro, dos seres humanos de altos quilates.

Nota deberían de tomar los políticos que nos gobiernan y aprender un poco de estos dos campeones que acaban de dar una lección de humildad y mutuo reconocimiento. Pero la humildad, el reconocimiento y la caballerosidad han estado ausentes durante 18 años en el menú de sus opciones. Peor aún, siendo nosotros la mayoría y ellos la minoría no nos otorgan el más mínimo reconocimiento y más bien nos desconocen, descalifican y actúan como si ellos hubiesen ganado las elecciones del 6 de diciembre. Hábilmente olvidan que en esa jornada triunfamos con amplio margen en todo el país y, sin embargo, no nos dan el merecido reconocimiento. Claro, carecen de los altos quilates necesarios para ello, pero también para gobernar y administrar un país.

Al gobierno tampoco le interesa recordar que solo en la gran Caracas, que incluye los barrios más amplios y pobres de Latinoamérica, sacamos once diputados contra uno de ellos. 11 a 1 fue el marcador de esa jornada electoral, que también tuvo sus saltos, carreras y competencias con obstáculos. A pesar de todo ello fue una derrota superlativa para el gobierno y un descomunal triunfo para la oposición. Un referéndum adelantado, de por sí suficiente para activar el verdadero referéndum sin mayores trámites y lapsos que los establecidos en nuestra Constitución. Pero en vez de ello, el gobierno tiene el tupé de calificar de fraudulenta la recogida del 1% del padrón electoral necesario para invocar el revocatorio. El papel del CNE debería reducirse al de un ente técnico que ayude a llevar a buen puerto el proceso, en vez de poner trabas y artimañas para evitar su realización. El revocando no debe interferir las acciones del revocante. Bajo ningún concepto.

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