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Desvergüenza verde oliva

Lo que les sucedió a Padrino López y a Benavides Torres la semana pasada es algo que puede ser descrito empleando —por falta de una palabra o frase que sea igualmente descriptiva en castellano— un modismo del inglés: “kicked upstairs” (pateado escaleras arriba).  Esa figura tan gráfica del lenguaje se utiliza para designar la acción por la cual a alguien se le da un nuevo cargo que pareciera ser más poderoso (pero que en realidad lo es menos) para evitar que siga causando problemas en la función que desempeña actualmente.  El tropo es de vieja data en el idioma anglosajón.  Viene de finales del siglo XVII.  Cuando al conde de Rochester, quien lo había hecho muy mal como tesorero real (como un Nelson Merentes cualquiera, pues), le fue ofrecido el título de presidente de la Cámara de los Lores —bastante más título, pero mucho menos poder efectivo—, Lord Halifax dijo: “he visto a muchos ser pateados escaleras abajo; esta es la primera vez que veo a alguien ser pateado escaleras arriba”.  Es que, en ese país, ofrecerle a una persona el tratamiento de “lord” o “barón” implica ascenderlo a la nobleza, con lo cual se lo descalifica permanentemente para ocupar un asiento en la Cámara de los Comunes, que es donde se toman las decisiones importantes para reino.  Ya en la posguerra, a Churchill le fue ofrecido un ducado para premiarlo por sus logros durante la Segunda Guerra Mundial.  Y él lo desechó porque sabía que no podría volver a ser primer ministro, y porque a su hijo se le anularía permanentemente para la política.

En todo caso, y después de esta larga digresión, ratifico que lo que le hicieron al par de individuos mencionados en la primera línea fue darles sendos caramelitos de cianuro.  Es lo que en “The Peter Principle” se denomina la “sublimación percusiva”: algo parecido al “arabesco lateral” pero un escalón más arriba.  Porque, dicho por todo el cañón, MinPoPoDef puede ser cualquiera —imagínense que hasta un gusano como José Temiente Rangel lo fue— pero es en el Comando Estratégico Operacional donde reside el verdadero poder armado.  Algo que, por cierto —junto con la expulsión de “Las Nuevas Tribus”—, es una de las pocas cosas que le aplaudí a Boves II desde que entró en la escena pública para mal de la nación.  En todos los países civilizados, el ministro de Defensa es un político que maneja todos los contratos de su área, pero que no tiene mando militar.  La perversión comenzó cuando el mismo que dispuso la separación regresó —violando el espíritu constitucional— a la vieja costumbre de poner en una sola persona ambas responsabilidades.  Que pueden ser antagónicas.  Algo parecido a lo que sucedió cuando se unieron en Rafael Ramírez los cargos de ministro de Hidrocarburos y presidente de Pdvsa, que se supervisaba a sí mismo.  Cosa que es muy común en los robolucionarios.  En fin, que pusieron a Padrino donde puede seguir sisando al erario, pero donde mando ¡no hay!

Con el Benavides sucedió igual.  Alguien a quien le sopló viento de popa desde que —en la Avenida Libertador, cerca de la Cantv, y en ocasión de la primera de sus “hazañas” en contra de los estudiantes— cometió la arenga más mediocre que se haya pronunciado ante una tropa venezolana en todo el siglo XX y lo que va del XXI.  Eso le valió sus subsiguientes ascensos y cargos hasta llegar a ser comandante general (en minúscula porque así lo exige la Real Academia y porque él se las merece) de eso que llaman Guardia Nacional Bolivariana.  Por cierto, aquella en la que yo tuve el honor de servir era mejor, pues era “de Venezuela”; y en la cual, hasta el menos antiguo de sus efectivos entraba con diploma de bachiller y solo egresaba de la escuela después de formarse por dos años o más.

Total, que caí en otra digresión (divagación, dirán otros); la abandono para seguir con lo del Benavides, también pateado escaleras a esa figura espuria, no constitucional, de “jefe de gobierno del Distrito Capital”.  Sinecura que fue creada por el muerto en La Habana solo para quitarle competencias a quien recientemente había sido elegido Alcalde Metropolitano de Caracas y que, ¡oh, casualidad!, era de la oposición.  Pues el recién designado —después de haber sido el responsable de las múltiples violaciones a los derechos de manifestarse pacíficamente, de transitar libremente por el territorio nacional y de inviolabilidad del hogar doméstico— ahora deberá abstraerse en obligaciones tan enjundiosas como asegurarse de que los animales del zoológico de El Pinar tengan comida y a los músicos de la Banda Marcial Caracas les lleguen los atriles y las partituras entes de que comience la retreta.  Con un añadido: él y su cargo van a permanecer lo que dura un dulce en la puerta de una escuela.  Porque cuando se reestablezca el Estado de Derecho —que se reestablecerá—, esos cargos contrarios a la letra y el espíritu de “la mejor Constitución del mundo” desaparecerán.  Las atribuciones usurpadas regresarán a sus legítimos funcionarios, elegidos popularmente, no nombrados a dedo.  Algo parecido a lo que sucederá con las funciones que la Constitución delegó en las gobernaciones y que la manía recentralizadora de Elke Tekonté se llevó para Caracas.

Total, dos zarandajos que dejaron manchados de desvergüenza sus uniformes verde oliva y que ahora no podrán seguir haciendo tanto daño como solían.  Lo más probable es que ellos busquen la manera de seguir en eso.  Así que, ¡a no perderlos de vista!…

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