El Editorial

El insulto como argumento

Poco a poco, desde el pináculo del poder político hasta el último de los militantes de base, han adoptado un estilo retórico maniqueo basado en la descalificación automática y el insulto como sucedáneo de argumento.

Ejemplos hay muchos, pero el último y más burdo lo dio el propio Presidente de la República al llamar “troglodita” al cardenal Urosa Savino, en medio del acto protocolar celebrado este lunes en el hemiciclo de la Asamblea Nacional, a propósito de cumplirse un aniversario del 5 de julio.

El diccionario de insultos y etiquetas no es tan extenso, pero sí ampliamente recurrido y estrujado por la nomenclatura y la base chavistas. Se trata de una operación semántica perversamente diseñada y que ha absorbido los viejos términos de la izquierda clásica, para establecer diferencias entre un “nosotros” (los que están rodilla en tierra con el comandante presidente) y “ellos” (el resto de la humanidad) con los que se puede prácticamente barrer el piso y hasta agredir verbalmente sin que pase absolutamente nada.

Lo grave es que ya es común sacar del juego y del diálogo a quienes se señalan con algún calificativo; es decir, el insulto troca en argumento. Basta con decir que alguien es “contrarrevolucionario”, “peón del Imperio”, “lacayo de Washington” o “pitiyanki de mierda” para que los intentos por intercambiar puntos de vista o plantear críticas, observaciones u opiniones en contra queden sepultados bajo la más absoluta irracionalidad, un estilo de signo tremendamente fascista.

Es cierto que al Presidente también se le ha dicho de todo, pero él es el primer magistrado del país y no un malandro de barrio, y lo que dice modela si no toda, buena parte de su porción de seguidores.

Salvo muy contadas ocasiones en que se pudo haber hecho pública una escena de este tenor, no existe en el mundo referencia de un Presidente o jefe de Estado que agreda y descalifique a sus adversarios políticos del modo como lo viene haciendo el mandatario venezolano.

El problema no es tanto el uso del insulto y la etiqueta descalificadora por parte del chavismo, sino su repetición irreflexiva y automática por parte de la oposición, desde el mismo momento que se autocalifica como “escuálida” y adopta tanto éste como otros vocablos de génesis chavista, que se han ido asimilando y formando parte del cuerpo de términos políticos de uso recurrente tanto en uno como en otro sector.

Mucho más sabio y más inteligente parece ser que, frente al término despectivo, la oposición responda con firmeza pero con argumentos, y exija, en igual medida, respeto y diálogo a su contraparte y no caiga en el juego de la ofensa gratuita, que tanto identifica al Gobierno y a los suyos.

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