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EEUU, derecha, oposición

Vuelven por sus fueros, los EEUU. Pareciera que está en sus genes imperiales. La idea que anida en sus mentes es la de que, destino manifiesto mediante, serían portadores del derecho supranacional de inmiscuirse en los asuntos internos de otros países. Y dicho sea de paso, terminan por favorecer a quien quieren dañar: si el proyecto chavista, entre otras racionalidades políticas, se ha sostenido sobre la falsa dicotomía según la cual uno de los polos políticos del país es la patria y el otro la anti-patria (y uno es el pueblo y el otro el anti-pueblo, uno es el cambio y el otro la conservación y la vuelta al pasado, etc.), las medidas gringas de sanción a venezolanos sólo dan credibilidad a la interesada conseja.

No son todos, por supuesto. Hay un Estados Unidos admirable, aquél que se atrevió a postular la idea de «un gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo». Es el de Jefferson, el de Whitman, el de Lincoln, el de Roosevelt, el de King, el de los Kennedy. A ese EEUU lo admiramos todos. No es el de Nixon ni el de Bush.

Por más que intento comprender la lógica y/o la legitimidad de las sanciones, siempre arribo a la misma conclusión: puedo adversar al gobierno, criticar sus políticas, y demás, pero no atribuírle a otro país la inaceptable potestad de sancionar a algunos de sus funcionarios a cuenta de supuestos delitos cometidos en Venezuela. Por cierto, ¿quién los investigó y en qué tribunal?; ¿se les ofreció a los sancionados algún género de derecho a la defensa?; ¿dónde quedó el debido proceso? Podrían proceder primero con la misma diligencia contra sus propios e impunes corruptos y violadores a los derechos humanos, que son muchos. Algunos aquí palian sus malas conciencias excusándose en el argumento con arreglo al cual ofrecer o no visas para su país o interferir en compras y ventas que se hagan en su territorio, es un derecho propio del gobierno estadounidense. «Las sanciones son contra algunos venezolanos, no contra Venezuela», dicen. Tenemos, claro, el derecho de procurar engañarnos, pero todos sabemos que se trata de una política de un Estado contra otro Estado, y eso está más allá de sus atribuciones. Si fuesen los órganos multilaterales, creados a tales efectos por el concierto de las naciones, sería harina de otro costal.

La oposición debe pensar muy seriamente qué hace ante eventos de esta naturaleza. Alguna derecha ultramontana, no la democrática; alguna derecha extremista que hasta añoraría el establecimiento de una dictadura militar entre nosotros, cree, según afirman entre líneas sus líderes, que la oposición debe caer de hinojos ante la voluntad del imperio. Pero no es esa la oposición que Venezuela requiere. La que hace falta es una de izquierda o centro-izquierda, democrática, popular, y anti-imperialista. Por principio y por eficacia. Ojalá los partidos que pueden encarnarla asuman a plenitud el liderazgo histórico que les corresponde.

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