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El apocalipsis no llegará si lo impedimos

Ciertamente, Venezuela somos todos, todos los que hemos nacido aquí o hemos sido nacionalizados, tanto en el pasado como en el presente. Juzgar al pasado sin reconvenirse de lo que realizamos en el presente, sin situarnos en el tiempo ni el lugar, sin evaluar las situaciones y condiciones históricas, armaríamos una farsa. Con la historia del país, se acepta al pasado con sus protagonistas celebérrimos, bondadosos y villanos, no sin ser crítico ni sostener reservas. Pero, jamás podemos aceptar que el pasado inhabilite al protagonismo y desarrollo del presente. Porque, en el presente hemos de realizar las posibilidades, – en lo teórico y práctico – de todos los futuros potenciales y promisorios. Por supuesto, sin que nuestros padres libertadores dejen de ser nuestra identificación y orgullo.

La nacionalidad no es esclavizante; pero nunca ha de ser para la comodidad del no hacer ni del que busca aprovecharse de las riquezas naturales del país mediante la corrupción, la usurpación y la arbitrariedad ni de aquellos que esperan que todo les llegue por la vía de la dádiva y el clientelismo político, sin crear ni trabajar. El bienestar hay que construirlo con el esfuerzo del día a día. La nacionalidad implica responsabilidades de hacedor, de constructor, de orientador, de formador. Un verdadero patriota es ciudadano libre. Si milita en un partido podrá ser fiel a él, pero nunca acrítico; menos aceptar que su voluntad y pensamiento sea propiedad de ese partido. Un patriota da tan solo con su disciplina, responsabilidad, su capacidad para luchar por la libertad y trabajo creador. Todos y cada uno de los habitantes siempre deberían ser, con sus ejemplos, maestros potencialmente formadores para sus hijos, hermanos, parientes y el resto de sus coterráneos. Para cada habitante, existen evidentes y tácitas responsabilidades compartidas y obligantes, que implican enseñar con acciones y buenos ejemplos a las presentes y futuras generaciones.

La nacionalidad no es un paquete predeterminado ni viene con un producto terminado. La nacionalidad se carga consigo mismo. Una nación es un producto no terminado y perfectible que cada habitante va dándole orientación, concreción y vinculación en su contexto y con el mundo. Pero para tal fin, hay que luchar y empujar a la lucha, defendernos y defender, orientarnos y orientar, pulirnos y pulir, formarnos y formar, interminablemente para fortalecer la autoridad natural y moralizar a la autoridad estatutaria; porque autoridad, como bien lo ilustra el filósofo Fernando Savater: “…viene de augeo, un verbo latino que significa ayudar a crecer, hacer crecer; la verdadera autoridad hace crecer, en cambio la tiranía mantiene a todo mundo en infantilismo permanente: el infantilismo ilusorio de las esencias nacionales.” (Conferencia magistral dictada en Venamcham, 01/12/2005)  Porque un país es la lucha de la autoridad natural que toda persona lleva, y de la autoridad colectiva que toda comunidad posee que ayuda a crecer y hacer, que contribuye a enriquecer al seso del espíritu y a adiestrar las manos para hacendosas tareas. Pues cuando se tiene una nacionalidad, se tiene una misión y visión de nación. Y con ella, adviene toda la historia pasada y la que vamos formando desde el presente, para fundar las posibilidades de la que está por hacerse. Por eso,  tenemos la obligación de entender la historia mediante el diamante de la prospectiva; para orientarla hacia mejores vertientes. Cuando se tiene una nacionalidad, se tiene estas responsabilidades, dentro del marco del conocimiento y el entendimiento político, social y económico; bajo la indicación de principios éticos y la lucha contra la anormalidad. O para decirlo, a la manera de Irma Villalpando, en su obra Canguilhem y Foucault, un diálogo sobre la norma: “porque lo normal se construye en contraparte a la anormalidad, su construcción implicará inclusión y deseo.”

Por consiguiente, la nacionalidad se edifica con lo que se es y se construye, oponiéndose y confrontándose a la anormalidad, mediante acto consciente e incluyente, dentro del país. Hacer y hacerse a esa nacionalidad, es un asunto serio de teoría y praxis, empujada bajo la gracia de la persuasión de la acción constante de la mente y del cuerpo, pero nunca, en nuestro caso, puede llegar a ser alienante ni resultado de la percusión. Esta nacionalidad, sin chovinismo ni nacionalismo, ha de elegirse bajo el abrigo del sujeto y la racionalidad de la acción humana que llevará como destino, construir un país sin discriminación o segregación alguna dentro de los preceptos de las libertades democráticas y de la Constitución. La nacionalidad parte de ese sujeto y de esa racionalidad, que conscientemente, sabe que es.

Los pueblos, generalmente, asumen los ejemplos de sus maestros y gobernantes. Es por ello que un país con funcionarios públicos, dispensadores de democracia, disciplinados, competentes, con vocación de servicio y alto sentido de pertenencia, que adversan la corrupción, la discriminación y la segregación se tiene mayores posibilidades para vencer las grandes crisis políticas, sociales y económicas que la actualidad así lo exige.

Una vez alguien dijo: “Los partidos políticos tienen dueños.” ¿Será cierto? La respuesta es no. Los países, los partidos, así como las instituciones públicas, deberían tener líderes; pero nunca dueños. Los caudillos se adueñan de países, de los partidos y destrozan la democracia. Fernando Savater, en teleconferencia dictada, en el año 2005,  desde la Universidad Central de Venezuela, dijo: “En una democracia no se necesitan caudillos se necesitan líderes.”

La nacionalidad es para creer en Venezuela como país, como nación, como un todo en lo que somos. Un mal gobierno jamás puede derrotar nuestra autoridad ni como individuos ni como pueblo ni como líderes. La derrota y sumisión de la autoridad natural es la derrota de la libertad. El Ejecutivo Nacional se ha alejado de la autoridad natural, del pacto natural originario, del Contrato Social, de la Constitución de 1999, se apropió de la libertad de los demás Poderes Públicos. El país sufre el despotismo de la cúpula de poder rojo que hace “guerra civil” contra el pueblo que se rehúsa a aceptar sus desvaríos políticos, económicos y sociales. La lucha por recuperar al país y la democracia se hace necesaria, nos pertenece, no la podemos evadir. Insistimos con Savater: “los seres libres no se preguntan qué va a pasar, sino qué vamos a hacer”. Y a mi entender, el apocalipsis no llegará si todos lo impedimos.

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