OpiniónOpinión Nacional

El ardid del provocador

Ustedes saben cómo soy yo”, advertía en 2005 el Presidente Chávez durante un “Aló, Presidente”: eso alcanzaba para para justificar su airada reacción tras la disputa con su homólogo mexicano Vicente Fox, a quien había cargado con el mote de “cachorro del imperio”. Chávez coronaba diciendo que quien se metía con él, salía “espinado”. El desbordado estilo que, ciertamente, no era ajeno a los venezolanos, empezó a causar escozor en el mundo cuando más y más personalidades empezaron a extrañar la falta de formalidad que adornaba ese “modo de ser”: el Rey Juan Carlos y el Presidente Aznar, de España; el presidente Uribe en Colombia y luego el mismo Santos; Bush y Obama, en EEUU, muy distintos entre sí, pero ambos focos protagónicos del discurso anti-imperialista. Fue Bush (el del diabólico “olor a azufre, según Chávez) quien tras el tratamiento de “buen revolucionario” que el polémico mandatario procuró al abatido miembro de las FARC, Raúl Reyes, acusó al venezolano de mantener un «patrón preocupante de comportamiento provocador«.

Sí: la adicción al encontronazo permanente que patentó el líder de la Revolución Bolivariana, es talante que signa el agotador vaivén de estos 16 años de Gobierno. El desparpajo de un joven Presidente Chávez, algo que en principio lució exótico e inofensivo, fue deformándose hacia lo borderline en la medida en que el ansia de poder y la necesidad de conservarlo a toda costa se imponían. Así, mientras crecía la noción del alcance real de esa autoridad, legitimada y bendecida por los instrumentos de la democracia, elección tras elección; en tanto Venezuela entraba en la era de la mayor bonanza petrolera de su historia y el Estado recibía ingresos inimaginables, la tiranía de la bravuconada, la evasión consistente de la norma para justificar cierta visión de Gobierno –el pernicioso “así soy yo, o te adaptas o te vas”- fue mutando en canon habitual de la relación con el ciudadano. Ya no importaba insultar o descalificar si eso, además, implicaba ganar el favor político de las mayorías, dispuestas a proyectar en esos desaires su propio deseo de histórica revancha contra enemigos reales o imaginarios que, tal vez, recién descubrían.

Gracias al recurso de la provocación política -expresión de extremismo que también forma parte de la prédica común de otros regímenes en Latinoamérica – y su tóxico aval a través de la propaganda, el chavismo pretende recordarnos Quién (según su vertical concepción de la autoridad) es el que manda. Desmontado el peligro de la Paradoja del Gobierno de Hume (¿por qué se somete la voluntad de la población a la de los gobernantes, cuando la fuerza está en manos de los gobernados?) en virtud del secuestro de las instituciones o la conveniente identificación de la nomenklatura con “el pueblo, el soberano” -base de la narrativa del “Legado”- se insiste en desmoralizarnos respecto a la posibilidad de atisbar cambios o exigir respeto. Por eso en Cadena Nacional, lejos de considerar la denuncia por atropello a derechos humanos, el presidente Maduro premia al mayor general Gustavo González López (uno de los militares sancionados por el gobierno estadounidense) con el cargo de Ministro de Interior y Justicia. Por eso el embajador Roy Chaderton, en la pantalla pública de VTV, se permite hacer un atroz, discriminatorio chistecito que sugiere que las balas pasan sin resistencia a través de la cabeza “vacía” de un “escuálido”. Por eso se invita a un cuestionado mediador como Samper para, a través de UNASUR, avalar que aquí existe división de Poderes. Por eso se recurre al histriónico, grandioso gesto de retar a un enemigo externo y alertar al país contra una guerra: otra. Mientras más escandalosa la movida, mientras más retadora, mientras más provoque en el contrario una reacción de desacomodo que le indique al Gobierno que avanzó en el macabro juego y ganó ventaja, parece más atractiva. Hasta ahora, la maniobra ha rendido alguna efectividad: hasta ahora. La provocación es un riesgo también para el que toma la iniciativa, quien debe estar muy seguro de sus fortalezas. De otro modo, le está dando al otro la oportunidad de ganar terreno.

Ese es el miedo que empezamos a olisquear. Considerando que los índices de popularidad y credibilidad del Gobierno merman cada vez más, y que, tal como advierten todas las encuestas, hay una seria posibilidad para la oposición unida de ganar las Parlamentarias por abrumadora mayoría, la táctica de provocar para producir resultados a corto plazo (un cierre de filas del chavismo forzado por elementos emocionales, por ejemplo) puede resultar insuficiente o azarosa. Aun así, es muy probable que el Gobierno siga insistiendo en ella, apelando cada vez más al esperpento, forzando el asombro a niveles insospechados. Por sus inauditos previews, la campaña que viene se prevé dura y sin treguas. Desde ya deberíamos prepararnos para la peor de las ofensivas, para no caer en su ardid: pero sobre todo, para dar la mejor, la más democrática de las respuestas.

@Mibelis

Los comentarios, textos, investigaciones, reportajes, escritos y demás productos de los columnistas y colaboradores de analitica.com, no comprometen ni vinculan bajo ninguna responsabilidad a la sociedad comercial controlante del medio de comunicación, ni a su editor, toda vez que en el libre desarrollo de su profesión, pueden tener opiniones que no necesariamente están acorde a la política y posición del portal
Fundado hace 28 años, Analitica.com es el primer medio digital creado en Venezuela. Tu aporte voluntario es fundamental para que continuemos creciendo e informando. ¡Contamos contigo!
Contribuir

Publicaciones relacionadas

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Te puede interesar
Cerrar
Botón volver arriba