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El desastre sigue

Carlos Canache Mata

El desastre que comenzó con Hugo Chávez en 1999, se ha acentuado en los más de cinco años que Nicolás Maduro lleva en el máximo sitial del poder. Que este último, al frente del peor gobierno de nuestra historia contemporánea, haya podido mantenerse en la magistratura que detenta, se debe a que, ha apostado a la carta de privilegiar a una cúpula militar otorgándole favores non santos, mientras, con la asesoría del G2 cubano espía, atemoriza y encarcela a oficiales de cuya “lealtad” sospecha.  Con ese apoyo ha logrado, en siniestro salto de dolorosa acrobacia política, transformar un  Estado de Derecho en una dictadura de facto. Es oportuna la exhortación que la Conferencia Episcopal Venezolana le acaba de hacer a la Fuerza Armada de “defender la Constitución y la democracia”.

El desastre no lo inventó la oposición interna, parcialmente inhabilitada por vía administrativa o por vía pseudo-legal, ni lo inventó el “imperialismo estadounidense”, lo creó el propio régimen. Tampoco haber puesto en ruinas las libertades públicas y el populismo de las ofertas clientelares (aumentos salariales nominales con menos poder de compra real, bolsas de comida CLAP, bonos) han impedido las protestas populares que a diario testimonian el rechazo al gobierno dictatorial (las encuestas le dan un apoyo de menos del 18% de la población). La respuesta, que baja desde Miraflores, a la resistencia de los venezolanos, es más represión. El Foro Penal Venezolano ha dicho a través de Gonzalo Himiob, calificado vocero suyo, que “los niveles de represión que padecemos ahora dejan a cualquier otra fase represiva de nuestra historia republicana en pañales”. Y añade que actualmente hay 275 presos políticos, y  hace una diferencia entre excarcelación y liberación, porque en el primer caso se deja de estar tras de las rejas, pero sin alcanzar una verdadera liberación porque se imponen un régimen de presentación y otras severas limitaciones como la prohibición de declarar a los medios de comunicación o la de salir del país. Ya sabemos que la represión mayor es la impuesta a la soberanía, rehén de las farsas que protagoniza la dictadura en sus sainetes electorales.

No se sabe si el desastre político es más grande que el desastre económico. Cinco años de contracción económica; la inflación (es hiperinflación desde octubre del año pasado), que parece no tener cielo que la ataje, pronostican algunos economistas que, al final de año, puede culminar hasta cerca de 1 millón por ciento, sí, 1.000.000% (desde el año 2015, el BCV guarda hermético silencio sobre este tema de la inflación); los servicios públicos no pueden estar peor; la infraestructura física vial ha llegado a un deterioro mayúsculo; el sistema de salud está en el suelo; el desastre se profundiza con la muerte a mansalva de PDVSA, que, de acuerdo con el último informe de la OPEP, solo produjo en junio 1,34 millones de barriles de petróleo por día y algunos expertos temen que lleguemos al millón, o menos, en los próximos meses, transformándose el desastre en hecatombe por ser Venezuela un país rentista, dependiente del ingreso petrolero. Este es, a grandes rasgos, el devastador legado de casi 20 años del autodenominado  “socialismo del siglo XXI”.

Aún con el apoyo de las armas, ¿podrá la dictadura sofocar una implosión social de tan vastas dimensiones como la que el análisis político, en el marco de sus relativas predicciones, anuncia puede ocurrir en Venezuela?.

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