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El drama de la democracia y el 6D

La Sociedad Interamericana de Prensa constata, luego de un cuidadoso seguimiento anual de la realidad venezolana, que en ella no reside – como lo cree el Secretario de Estado norteamericano – una “democracia precaria”. Hay una dictadura cabal, como lo refiere O Globo de Sao Paolo en su reciente editorial.

Que estén planteados unos comicios parlamentarios el venidero de 6 de diciembre, no desmiente lo afirmado. La democracia, entre otros componentes, es servicio a la verdad, culto a la transparencia. Pero el Tribunal Superior Electoral de Brasil ha declarado que su ex presidente y ex juez supremo, Nelson Jobin, de reconocida imparcialidad y competente en materia electoral, fue vetado por el gobierno de Nicolás Maduro.

No lo acepta para encabezar la veeduría electoral que plantea la UNASUR, suerte de ministerio del régimen de Caracas. Todavía más, el Senado brasileño ratifica los retardos provocados por el Poder Electoral que aquél controla, para la concertación de los términos de la observación u acompañamiento recomendado, haciéndola materialmente imposible.

Así las cosas, habrá elecciones, pero sin garantías; salvo que se decida posponerlas y sumir al país en una mayor incertidumbre, como sujetarlo a cualquier desenlace eventual e inesperado ajeno a todo control social y democrático.

Conforme lo indican los estudios de opinión más serios, que conocen la dictadura y la oposición democrática, una mayoría calificada de los votantes potenciales reclama el cambio de rumbo político. Acusa a la diarquía dictatorial de Maduro y Diosdado Cabello como responsable de la crisis humanitaria en curso y la violencia acrecentada durante los dos últimos años. Sus seguidores, incluso, la tacha de traidora a Hugo Chávez.

Esa realidad no admite ser trucada. Tanto que llega a su término, traumáticamente, el tiempo de la simulación democrática. Y como lo apunta el Papa Francisco, la realidad es superior a las ideas. Y agregaría que la realidad tampoco cambia por obra de los votos. El hecho electoral abre caminos, pero asimismo se cierran cuando un resultado electoral dice lo contrario de lo que mandan la realidad y su escrutinio por la razón.

El desafío planteado tiene como punto de ignición el 6 de diciembre, día de las elecciones. El porvenir se forja después del día 7.

En suma, habrá elecciones bajo un régimen dictatorial, sin garantías. Lo crucial ahora no es que llegue o no una observación internacional oportuna e imparcial.

La observación importa, sí, pero como el público de un teatro que acude neutral y expectante y decide sobre la calidad de la obra representada; sin ser comprado o arreado, a diferencia de los espectáculos propios de las dictaduras fascistas, cuyas obras se ven y aplauden al guiño de sus directores, por públicos de ocasión e invidentes.

Toda trama y drama depende, en fin, del comportamiento de sus actores; de su capacidad para superar las trastadas de la memoria o el temor escénico, y de su habilidad para reinventar el libreto sobre la marcha, según la medida que impone el ritmo de los diálogos y su desenlace agonal.

Al pueblo venezolano le corresponde desnudar su tragedia actual y concretarla en sufragios que la muden en algo dramático, presto a las alternativas, a lo dilemático. A las primeras figuras, nuestros dirigentes políticos y sociales, compete traducir con fidelidad el ambiente alcanzado; y a los guardianes del teatro – nuestra Fuerza Armada – deben impedir que los salteadores de siempre irrumpan en la sala o suban a la escena para frustrarla. Todos tienen roles insustituibles.

De la comunidad de los gobiernos, dueños de los locales de la política, no es mucho lo que cabe esperar. De la primera recuerda bien Eduardo Frei padre, ex presidente chileno, su irreductible cinismo. En 1954, denuncia la firma en Caracas, bajo la dictadura de Marcos Pérez Jiménez y durante la X Conferencia Interamericana, de una declaración de derechos humanos mientras en los gobiernos presentes “se suprimen los diarios que no están a su orden, mantienen prisioneros políticos a quienes torturan, o se condena al exilio y deben vagar por América en busca de refugio y de pan sus opositores”.

La obra de la democracia, cabe decirlo, tiene partes y se compone de actos diversos y complejos. No se agota en una edición, la del día comicial. Como lo recuerda Frei siguiendo a Maritain, la democracia implica “una organización nacional de las libertades fundada en la ley y la esperanza terrena de realizarla se encuentra montada sobre un frágil buque”. En fin, cabe completarla y enriquecerla como hacer cotidiano y sin desmayo; y protegerla del “partidismo” – no de los partidos – como expresión de crisis moral y cenáculo en el que anidan las pasiones de los mediocres”.

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