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El Golfo de Venezuela es mujer

El Golfo de Venezuela es mujer, bahía histórica. Lleva el nombre masculino de un accidente geográfico pero su más profundo contenido es femenino. Por eso debe ser que los venezolanos lo queremos tanto. Allí nació nuestro nombre y buscamos origen y razón.
Todo lo que hemos sido, hecho o dejado de ser, está vinculado a ese hito en el que encontramos orientación en el universo. Y así como cada pueblo, aldea o vecindario halla entidad en una mínima parcela de territorio, que es también historia, tradición y cultura, así también esa suma de partes consigue y multiplica su ser en una connotación mayor que es la de la patria, dónde todo las demás consigue sentido y pertenencia.
No es por casualidad entonces que nuestra más cercana verdad y respiro se halle en ese refugio amniótico y radar simbólico de lo venezolano. No hay gloria, personaje o batalla, riqueza o geografía que se compare en intimidad con lo que los venezolanos sentimos de cariño por dicho cuerpo de agua que constituye una sola entidad simbiótica con el Lago de Maracaibo. Entrada además de oscuros aprecios y miedos, placeres y vejámenes; himen virginal; frontera en la que se reúnen desconfianzas atávicas ligadas al despojo o a la entrega. Recinto del corazón del pueblo errante que hemos sido en busca de espejo, el Golfo de Venezuela nos escala, tantea y reclama.
Los que están más allá, vecinos próximos o lejanos, no llegan a entender exactamente porqué reaccionamos con tanta pasión cuando intentan traspasar esa piel húmeda y maternal que nos arropa. Somos capaces de todo cuando de cualquier agresión se trata a esa oquedad salina que se interna a en lo más oculto de nuestros órganos vitales.
Puede que, paradójicamente, en otras tareas seamos dados al festín y a la regalía en razón de carácter orientado al petróleo. Pueblo minero que no siembra ni suda, que no produce sino grandes imágenes, que es dominado por un gran apetito por cambiar el futuro en un golpe de suerte; instantáneo y sin perspectiva tiene emergencia colectiva de pesadas anclas que orienten su cinética y ventisca historicidad: héroes, victorias patrias, distancias. Uno de esos recursos simbólicos es el Golfo de Venezuela.
Más que el Orinoco, el Pico del Águila, el Churúm Merú, el Ávila o cualquier otra de esas maravillas, no existe otro rincón del país que concite tan altivo fervor de los venezolanos, como ese Golfo: madre, padre, mito, quimera y amor, distancia dilecta del terruño que queda, y por sentimientos de culpa, tal vez, seamos tan vehementes con esa latitud. Parece desplazáramos todas las frustraciones, colectivas e íntimas, a la defensa de genitales orígenes para buscar una cierta constancia interior que al conjurar pecados, perdone y cicatrice.
El Golfo de Venezuela es para los venezolanos, religión, adicción, agua bautismal; valores estos en los que se rescata el sueño de lo que queremos ser y no hemos sido.
Una vez dicho esto lo que Usted quiera amigo, pero con el Golfo de Venezuela ni con el pétalo de una rosa.
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