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El holocausto venezolano

No soy clarividente, pero creo que lo que sucede actualmente en Venezuela se parece mucho a lo ocurrido en 1933 durante el apogeo de Joseph Stalin,  cuando el régimen comunista soviético impuso una hambruna contra el pueblo ucraniano provocando la muerte de millones de personas, en lo que se conoce como “El Holodomor”.

Las coincidencias son demasiadas claras como para obviarlas y no me refiero solo al parecido físico entre Joseph Stalin y Nicolás Maduro. Los archivos secretos desclasificados tras la desintegración de la Unión Soviética develan que “El Holodomor” –que en ucraniano significa hambruna- fue un acto intencional de exterminio en contra de esa nación en venganza por la resistencia de su pueblo a someterse al poder del bigotudo tirano. ¿Y si así fuera en Venezuela?

En aquella época, Stalin decidió implantar una nuevo modelo socioeconómico en Ucrania, igual que ahora lo hace Maduro en Venezuela, a través de una radical transformación de sus estructuras, a la cual el Comité Central del Partido Comunista de la Unión Soviética llamó la Gran Colectivización y en Venezuela el PSUV bautizó con el pomposo nombre del Plan de la Patria. Ambos son fundamentalmente una guerra en contra del modelo tradicional de las economías de estos países.

Tanto en Ucrania como en Venezuela el proyecto contemplaba la expropiación de las fábricas, tierras, cosechas, ganado y maquinarias. Luego la regulación de la producción, comercialización y distribución de alimentos y otros bienes. Finalmente el control absoluto de la actividad productiva y un estricto dominio político sobre los campesinos, trabajadores y profesionales, previa eliminación de la clase media y pudiente de esas sociedades.

En Ucrania y Venezuela, guardando “por ahora” las proporciones, el resultado fue una terrible hambruna que algunos denominaron genocidio y otros holocausto, a pesar de que ambas naciones tenían previamente suficientes recursos no sólo para alimentar a toda su población, sino incluso para exportar.

Falta por determinar si las motivaciones del mandatario venezolano son las mismas que tuvo  el dictador soviético.  Stalin quería aplastar toda resistencia, así como castigar y ampliar el control sobre los ucranianos. En Venezuela Maduro pudiera provocarlo por incapacidad o por órdenes de Cuba en venganza ante la derrota militar que sufrieron los castristas cuando quisieron invadir nuestra nación por Machurucuto en 1967. Pero el resultado es el mismo: una población acribillada de gritos y plegarias inútiles pidiendo comida, medicinas y demás bienes y servicios.

Sea como sea, la hambruna como acto deliberado de asesinato en masa, como el que aplicaron en Ucrania e iría en camino de aplicarse en Venezuela, es un genocidio, un holocausto; es decir, un delito internacional que no prescribe, ya sea cometido en tiempo de paz o en tiempo de guerra. Así  lo establece tanto  la Convención para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio de 1948 como el Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional (CPI) de 1998.

Se calcula que la gran hambruna de 1933 en Ucrania (El Holodomor) costó entre 7 y 10 millones de víctimas inocentes y se convirtió en una gran tragedia para toda la humanidad.  Una catástrofe que  no debe repetirse en ninguna otra parte del mundo y mucho menos en nuestro querida Venezuela. No podemos ni debemos permitirlo. Todavía hay tiempo de detenerlo. Pero hay síntomas preocupantes. La oleada de saqueos en los estados Bolívar, Monagas, Sucre, entre otros, donde incluso se han muertos, es evidencia que el país está al borde de convertirse en un polvorín por la crítica combinación de escasez de productos básicos y una galopante inflación.

“El Holodomor” de Ucrania  debió convertirse en una seria advertencia para todos los  gobernantes del planeta, como el de Venezuela, por ejemplo, acerca de las terribles consecuencias que son capaces de generar imposiciones de modelos similares a la colectivización forzada de la economía y la sociedad, así la llamen pomposamente Plan de la Patria.

El 6 de diciembre de 2015, fecha fijada para las elecciones parlamentarias en nuestro país, representa una extraordinaria oportunidad para frenar en seco esta locura. Una cita histórica que podría evitar otro Holodomor, genocidio u holocausto. Un muro de contención infranqueable que interrumpa definitivamente el avance de esos modelos que han traído tantas desgracias en todos los países en los que se ha intentado imponer.

Sólo nos resta gritar, desde esta tribuna de opinión, cuando todavía hay tiempo y los zamuros no han descendido a picotazos sobre las piltrafas: ¡Que así sea!… ¡Por Dios!… ¡Que así sea!

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