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El incierto futuro de la democracia

En el número más reciente de Estudios Públicos (edición número 140) he publicado un ensayo titulado “El incierto futuro de la democracia”. En él reviso el debate actual sobre la democracia y su creciente pesimismo después de una larga fase de optimismo que acompañó a lo que Samuel Huntington llamó “tercera ola de democratización”. Esta tercera ola fue testigo de una notable expansión de la democracia, que pasó de ser el sistema político imperante en unos 45 países en 1975 a más de 120 en 2005. Desde entonces, el avance democrático se ha detenido y los rasgos autoritarios han ganado fuerza dentro de muchas democracias, así como de regímenes no democráticos.

En mi artículo, después de analizar las causas de este cambio de tendencia, llego a una serie de conclusiones que pueden resumirse de la siguiente manera.

1. Las democracias están viviendo una crisis política determinada por la tensión entre el apoyo creciente a la idea democrática y la desafección, cada vez mayor, con los sistemas democráticos. Su expresión concreta han sido los así denominados “demócratas insatisfechos”, que demandan más y mejor democracia, no menos, y sus formas de intervención política son cada vez más autónomas respecto de las estructuras tradicionales de representación política.

2. La irrupción de estos demócratas descontentos, exigentes e impacientes tiende a agudizar las tendencias inmanentes a la democracia que han sobrecargado a los estados democráticos avanzados con promesas de bienestar y seguridad que difícilmente pueden ser cumplidas si no se dan condiciones demográficas y económicas excepcionalmente favorables. En este sentido, puede decirse que la ampliación sucesiva del radio de acción de la democracia y el Estado está en la base de sus problemas de eficiencia y estabilidad, así como de un constante déficit de cumplimiento ante unas expectativas siempre en aumento.

3. Esta contradicción interna se agudiza en razón de los fuertes cambios sociales y culturales característicos de sociedades postindustriales de altos niveles de bienestar. Los demócratas insatisfechos son, generalmente, ciudadanos relativamente jóvenes empoderados por una acumulación de recursos materiales, cognitivos y sociales que los hacen escasamente inclinados a aceptar las autoridades, jerarquías y mecanismos de representación existentes. Ello conduce a una creciente deslegitimación de la democracia representativa, pero sin que ello haya llevado al surgimiento de alternativas democráticas viables que no sean la acumulación del poder en movimientos o líderes de corte populista y personalista. Por esa razón, la exigencia de más democracia puede, paradójicamente, llevar al debilitamiento de la democracia realmente existente e incluso al surgimiento de amenazas autoritarias a la misma.

4. Estas tendencias, que están haciendo cada vez menos manejables a los estados democráticos ya consolidados, se manifiestan con igual o mayor fuerza en democracias nuevas o menos robustas. Sus instrumentos institucionales de representación -partidos políticos y parlamentos- son habitualmente frágiles y cuentan con poco apoyo y escasa legitimidad, a la vez que sus ciudadanos exigen, mediante movilizaciones directas que tienden a prescindir de la existencia de las condiciones reales para satisfacerlos, la extensión constante de los derechos garantizados por el Estado.

5. A su vez, al no existir en muchos de estos estados el freno de una fuerte institucionalidad o tradiciones en defensa de los derechos individuales se abren las puertas a una evolución hacia formas iliberales de democracia, es decir, donde las mayorías y quienes las acaudillan pueden volver la democracia electoral contra las libertades civiles. Esta propensión a usar la democracia contra la libertad se ha hecho presente en varios países latinoamericanos y tiene un protagonismo central en diversos estados que fueron parte de la Unión Soviética y, también, en muchos de tradición islámica.

6. Por ello es especialmente importante elaborar mecanismos constitucionales que limiten el poder estatal y protejan las libertades ciudadanas frente a una eventual amenaza de una “tiranía de la mayoría”, como también ante la movilización del descontento por parte de líderes populistas que se presenten como representantes directos del pueblo contra sistemas políticos cada vez más deslegitimados.

7. Las tendencias internas problemáticas de las viejas y las nuevas democracias coinciden hoy con el desafío cada vez más pronunciado de grandes potencias autoritarias como China y Rusia. En este sentido, el reto más significativo proviene de China, no solo por el enorme tamaño de su población y su fuerza económica, sino también por su capacidad para presentarse como un modelo alternativo a la democracia de corte occidental. La propuesta de un régimen autoritario basado en estrictas reglas meritocráticas tiene hoy un innegable atractivo para muchos líderes, movimientos y regímenes de sesgo antiliberal.

8. En suma, hay razones de peso que explican los tonos poco optimistas del debate actual sobre la democracia. La necesidad de repensarla y reformarla se ha hecho cada vez más patente, pero también es evidente la falta de consenso sobre el derrotero a seguir y los instrumentos a utilizar para darle, en su existencia real, nueva vitalidad. Tal vez su salvación esté en entender, como no se cansaban de señalar los griegos clásicos, que nada es bueno en exceso. La desmesura, aunque sea democrática, nunca termina bien.

Mauricio Rojas

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