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El mal menor

Sin lugar a dudas, los acontecimientos de 2009 y sus respectivas consecuencias fueron un duro episodio para nuestro pueblo, pues Honduras se vio entre la espada y la pared, forzada a escoger entre el menor de dos males. Sacar del poder a un presidente constitucional, o quedarnos de brazos cruzados y aceptar la destrucción del sistema de gobierno democrático y republicano que rige nuestra constitución y el sistema político de nuestra nación.

En junio del 2009, los hondureños tuvimos que decidir cuál de esas dos opciones, a las que yo denomino “males”, por su evidente repercusión en prejuicio de nuestra democracia, era la ruta menos dañina para el futuro de nuestro país. Esto, producto de un juego político que tiene su génesis en el plan del entonces poder ejecutivo, liderado por Zelaya, el cual tenía como objetivo cambiar la esencia política de nuestro sistema democrático por un sistema político a usanza del modelo socialista del siglo XXI.

Este modelo, que se convirtió en el verdadero objetivo político de Zelaya, representa un modelo neototalitario, donde mediante un proceso Constituyente se sustituyen los tres poderes del Estado que existen en toda democracia, por un solo poder constituido, de carácter originario, con autoridad absoluta, que no desaparece ni deja de existir nunca. Bajo la premisa que este órgano representa por siempre, “la voz del pueblo”.

Una vez constituido, dicho órgano procede a elaborar una nueva Constitución, al gusto y medida de la ideología populista/socialista de quienes abanderan esa “nueva” forma de Gobierno. Si esto nos parece una irreal trama de novela, basta con analizar la historia del proceso llevado a cabo en Venezuela, donde siguiendo la estrategia antes enunciada, un pequeño grupo ansioso de poder secuestró esa democracia y transformó su forma y esencia por siempre, a vista y paciencia de su ciudadanía.

La cronología de los hechos en el hermano país de Venezuela nos relata cómo el 3 de agosto de 1999 se establece la Asamblea Nacional Constituyente, y apenas dos días después de su creación, el entonces presidente Hugo Chávez introduce su proyecto de Constitución formulado sobre la base de un profundo socialismo bolivariano.

Sin embargo, lo más trascendente de estos hechos se da el 12 de Agosto de 1999, cuando esa Asamblea Constituyente determina la reorganización de todos los órganos de poder público, posteriormente emitiendo el decreto de reorganización del poder Judicial y del sistema penitenciario, así como decretando nuevas funciones para el Legislativo.

En ese momento histórico el pastel queda servido para que quienes impulsaron ese nuevo esquema, gobiernen con poder absoluto y rienda suelta para moldear la constitución, la forma de gobierno y las instituciones del estado a su parecer y conveniencia. En un accionar similar, si no idéntica a la de Chavez en Venezuela, encontramos los hondureños a Manuel Zelaya en 2009, cuando intentó mediante la “cuarta urna” poner en marcha esta misma trama en nuestro país.

Razón que puso en jaque a la ciudadanía hondureña que no estaba de acuerdo con una transformación de esta naturaleza y que llevó a nuestro país a tomar la difícil pero necesaria decisión de destituir a un presidente electo, con el fin de defender y preservar el sistema que en un principio lo eligió.

Es así que la historia registra cómo los hondureños nos vimos enfrascados en una lucha internacional de índole político-ideológica, donde las opciones de salida al conflicto eran no más que dos opciones malas y contradictorias, difíciles de aceptar. Situación que al final desencadenó en la decisión conjunta de la mayoría de los sectores de nuestra sociedad de rechazar las pretensiones de Manuel Zelaya Rosales, prefiriendo antes aceptar la destitución forzada de un presidente, que la transformación ideológica de nuestro sistema democrático.

Reza un refrán que “las decisiones de hoy son las consecuencias del mañana”. En 2009 los hondureños tomamos una decisión muy distinta a la que los venezolanos tomaron en 1999 respecto a un mismo tema. Si medimos las consecuencias que esas decisiones tuvieron en cada país, nos daremos cuenta que en Honduras se hizo lo difícil, pero se hizo lo correcto. Aquello que era menos dañino para el futuro de nuestra democracia.

Carlos Andrés Joya es un consultor en Comunicaciones y Estrategia Política. Se define como un enamorado de la política y férreo defensor de los valores democráticos en Honduras y Latinoamérica. Síguelo en su página de Facebook y en @carlosajoya.

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