El EditorialOpinión

El militarismo, enfermedad latinoamericana

Cuando una clase política, o un estamento militar, se adueña del poder en una nación, considera que eso será para la eternidad.

Sobran los ejemplos de las mal llamadas uniones cívico-militares que siempre han sido el eufemismo empleado para encubrir el dominio militar.

En América latina, desde la independencia de sus naciones, el terreno ha sido fértil para el control de la sociedad por la ambición de una cúpula militar, que se autoproyecta como heredera de los vencedores de las distintas guerras de independencia ocurridas en la región a lo largo del siglo XIX

Esta aberración ha producido en el tiempo diversas tiranías como la de los Somoza en Nicaragua,  Cipriano Castro, Juan Vicente Gómez y Marcos Pérez Jiménez en Venezuela, Rojas Pinilla en Colombia,  Videla en Argentina, Pinochet en Chile, la de los diversos militares en Brasil, Velasco Alvarado en Perú,  Rafael Leonidas Trujillo en República Dominicana, Fulgencio Batista en Cuba y, aunque disfrazada de revolución comunista, los Castro se han mantenido durante tantos años apoyados por un férreo control militar sobre toda la isla.

El denominador común de todos estos regímenes militares han sido una feroz represión, la violación perenne de los derechos humanos y la creación de una nueva clase social-nomenclatura-, enriquecida a la sombra del poder.

El resultado de este control por parte de los militares latinoamericanos no se ha tornado benéfico para las diversas sociedades porque, a pesar de las palabras grandilocuentes y -la mayoría de las veces- de una extrema cursilería, no han tenido éxito en la superación de la pobreza, ni en la generación de avances en el campo de la ciencia y la tecnología, ni en lograr que algunos de los países que han mal gobernado, rompa la barrera del subdesarrollo.

Nuestra región solo iniciará la senda de la superación y el progreso cuando devuelva a los militares a sus cuarteles o, como en Costa Rica, los suprima.

El costo económico de las fuerzas armadas en la región es muy elevado pues, salvo en algunos incidentes aislados, nunca han tenido que ser utilizadas para la preservación de la independencia nacional.

América latina logrará entrar al camino del progreso cuando la civilidad prevalezca, cuando los principios que la guíen sean los de la tolerancia, la inclusión social, el respeto a los derechos humanos y a las leyes, la división de poderes, la alternativa en el control del Estado, y se produzca el fin de las presidencias eternas y del nepotismo.

Afortunadamente, en algunos países eso está comenzando a ocurrir. Sin embargo, en otros, lamentablemente, se enquistán presidencias vitalicias sostenidas por la complicidad activa de sus fuerzas armadas.

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