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El tiempo cuenta, el hambre apremia

1. Desde cualquier ángulo que se vea, durante 2016 en Venezuela se advierte una crisis de grandes proporciones. El caos avanza con asombrosa rapidez. Al grave problema económico –inflación, desabastecimiento y recesión–, se suma el colapso de servicios públicos básicos como salud, electricidad, agua, transporte y educación, entre otros, todo lo cual, como es de suponer, agudiza el difícil trauma social que padece la sociedad venezolana.

2. Si, por arte de magia, hoy todos los sectores del país se pusieran de acuerdo en cómo mitigar los efectos de la crisis, a estas alturas ya de por sí resultaría un poco tarde e improbable evitar una buena dosis del sufrimiento que se avizora. Mientras más demora hay en remediar el entuerto, más se profundiza la ruina del país. Pero la solución se complica más aún cuando el gobierno insiste en negar sus responsabilidades, en echarle la culpa a los demás y, todavía peor, en proseguir por el mismo camino que ha sumido al país en esta catastrófica situación.

3. El presidente se empeña en negar que sus políticas disparatadas –que en buena medida responden al modelo socialista fracasado en el mundo entero–, unidas a la campante corrupción, a la ineptitud y al despilfarro, constituyen la causa del desastre. A la vez, como es ya habitual, transcurridos 17 años de “revolución”, se excusa y echa la culpa a distintos factores que van desde el imperialismo, la burguesía, la guerra económica, hasta razones climáticas (como el fenómeno de El Niño en el caso del agua y la electricidad).

4. Mientras ello ocurre, por si fuera poco, la población es víctima de una feroz campaña de propaganda apuntalada sobre el inmenso poder mediático del que dispone el gobierno, el cual aventaja por mucho las posibilidades de las voces disidentes.

5. El gobierno no da señales claras de propósito de enmienda y, por el contrario, con un lenguaje agresivo, persiste en la confrontación. La intimidación mediante mecanismos represivos y de coerción también intenta restringir la capacidad de acción y de protesta de amplios sectores de la sociedad.

6. Hasta las elecciones del 6 de diciembre de 2015, el gobierno disponía del control absoluto de todos los poderes públicos. A partir de entonces, en la AN la oposición cuenta con una plataforma de acción importante. A la par, también ha conquistado algunos espacios significativos de la opinión pública nacional, así como un apoyo creciente en la comunidad internacional.

7. En medio de la crisis, el centro de atención debería enfocarse en las necesidades más urgentes de la población. Distintos sectores han señalado los problemas, causas y posibles soluciones. Sin embargo, el clima político y el empeño del gobierno en proseguir por el mismo camino han llevado a la bancada de la oposición a plantearse –bajo la consigna “O el gobierno cambia o hay que cambiar al gobierno”– el cambio del presidente en un período de seis meses, siempre por vía democrática, constitucional y pacífica.

8. La Constitución prevé varios caminos: renuncia, constituyente, revocatorio, enmienda con recorte de período, todos susceptibles de grandes obstáculos dado el control de los poderes públicos que ejerce el gobierno. Un grupo de delincuentes que mantienen cuentas pendientes con la justicia puede ser el impedimento primordial para una transición convenida en términos democráticos y pacíficos.

9. El gobierno ya no cuenta con las descomunales ganancias petroleras que le permitían ganar adeptos y pactar alianzas con los países de la región. Frente al drama social, día tras día crece la desesperación y con ello aumentan las voces que manifiestan una aspiración de cambio. Aun dentro de las fuerzas internas de las propias filas oficialistas se suman voluntades.

10.Una oposición cada día más cohesionada y madura viene haciendo lo que debe para liderar el proceso de transformación que reconcilie a la sociedad venezolana y saque al país del atolladero donde se encuentra. El tiempo cuenta, el hambre apremia.

@martinezmottola

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