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Errores políticos, viaje al Fondo y rendición de cuentas

Jorge Raventos

Desde la victoria electoral oficialista del último octubre hasta hace menos de un mes, el oficialismo tenía como eje de acción apenas disimulado el trabajo destinado a reelegir a Mauricio Macri como presidente en 2019.

Algunos tropiezos interrumpían momentáneamente esa meditación. El primero, el lanzamiento de una llamada reforma previsional que oscureció el paisaje a fines de 2017 e inició un sostenido descenso del gobierno en las encuestas de imagen y en las de expectativas. Después empezaron a manifestarse divergencias internas en la coalición Cambiemos y apareció la resistencia social al aumento de tarifas. La inflación no se moderaba y el dólar -acicateado además por el alza de la rentabilidad de los bonos norteamericanos- iniciaba una escalada. En las dos últimas semanas el clima político y económico se inflamó de nerviosismo. El martes 15 vencían letras del Banco Central por valor de más de 600.000 millones de pesos.

La recolocación de la totalidad de esas letras, evitando que se volcaran explosivamente a la demanda de dólares, fue celebrada con euforia por el oficialismo. Con tasas de 40 por ciento, pérdida de una quinta parte de las reservas y una devaluación de casi 20 puntos el gobierno consiguió parar  la “turbulencia cambiaria” de mayo que -como confesó el miércoles 16 el presidente del Banco Central- “ hizo evidente que el mercado no nos creía”. Un descrédito caro.

Para llegar a ese tenso resultado, la Casa Rosada debió aceptar muchas condiciones.

Por caso, Macri había despachado a Washington al titular de Hacienda, Nicolás Dujovne, para solicitar financiamiento al Fondo Monetario Internacional. Aunque el logro potencial (un crédito stand by) es menos que lo que se pretendía, la principal ayuda del Fondo reside en una suerte de respaldo de confiabilidad ante el suspicaz mundo de los inversores. De paso, para uso doméstico, el timbreo en el domicilio de Madame Lagarde como corolario de las incertidumbres cambiarias sirve para ilustrar la necesidad de ajuste y presionar a diestra  y siniestra.

Peña y el aceite de ricino

En el espacio local, el gobierno debió replegarse sobre la política: pidió colaboración y diálogo a las fuerzas de la oposición (que la comunicación oficial venía hostigando como “irresponsable”), impulsó al Jefe de Gabinete a solicitar a los partidos (incluidos los socios del Pro en la coalición)  y a las organizaciones sociales, laborales y empresarias (el vituperado círculo rojo en pleno), un Gran Acuerdo Nacional (dicho sea de paso: ¿los maestros del marketing oficial necesitaban usar ese nombre, que evoca el  proyecto político del gobierno militar de principio de los años 70?).

Seguramente para Marcos Peña recitar ese discurso habrá sido como una cucharada de aceite de ricino: él ha sido uno de los adalides del rechazo a los acuerdos  con todas esas “expresiones de lo viejo”, de “lo que vinimos a cambiar”.

En todo caso, no fue el único trago amargo que el Jefe de Gabinete debió digerir. En su autocrítica del miércoles 16, el Presidente destacó como una falla los “problemas de coordinación  entre el gabinete económico y el Banco Central”, que comenzaron -subrayó Macri- “el 28 de diciembre”, aquel día de los inocentes en que Marcos Peña condujo una conferencia de prensa junto al titular del BCRA, y los ministros de Hacienda y de Finanzas en la que se impuso una nueva pauta inflacionaria, expropiando al Central de esa competencia. Ahora el Presidente señala el error (e, indirectamente, a sus causantes: Peña y sus subjefes de gabinete, Mario Quintana y Gustavo Lopetegui.  “Tenemos que recordar que el BCRA es independiente y no podemos vulnerar su independencia», cuestiona Macri a la luz de los acontecimientos.

La jefatura de gabinete en pleno fue el sector del gobierno que más golpeado quedó después del  huracán cambiario: a la guerra de zapa contra otros sectores (Monzó, Frigerio, Sturzenegger) y al mal paso del 28 de diciembre se sumaron las deficiencias de comunicación y manejo político durante la “crisis-que-no-es-crisis” (según Peña).

Nicolás Dujovne y Luis Caputo (a cargo de Economía y de Finanzas) quedan relativamente fortalecidos gracias a que son los contactos con el sistema financiero (organismos e inversores privados). Su firmeza relativa está en relación directa con la mayor dependencia del país en relación con ese sector.

Sturzenegger, más que ganar sobre sus críticos de la Jefatura de Gabinete, usufructuó la derrota de estos. El Presidente lo respaldó pero también le puso un condicionamiento: tiene la responsabilidad (urgente) de bajar la inflación.

Volver a la política

Como fruto de la realidad, el poder que venía ostentando Marcos Peña se ha encogido. Ahora se ve forzado a ampliar la mesa chica que rodea al Presidente y debe disponer sillas para Emilio Monzó (a quien se había empujado fuera del círculo íntimo de reflexión política) y para el ministro de Interior, Rogelio Frigerio, a quien con paciencia la jefatura de gabinete venía limándole atribuciones, preparando quizás un salto (o asalto) del subjefe Quintana a esa cartera.

En la nueva situación, un político dispuesto a los acuerdos como Federico Pinedo tiene luz verde para conseguir una reunión amplia del Presidente con los jefes de todas las bancadas del Senado. Y “la mesa chica” de la Casa Rosada se amplía, incorporando a líderes radicales y a un enviado de Elisa Carrió.

Hasta que se produjo el sobresalto cambiario  el núcleo más antipolítico del gobierno -como se señaló en este espacio en varias ocasiones- parecía delinear una tendencia a la concentración de poder en el llamado “núcleo duro” del gobierno y el Pro”, al avance sobre otros sectores ( Monzó, Frigerio, Sturzenegger), a la abierta reticencia a los compromisos orgánicos dentro de Cambiemos (reclamos de UCR para participar en decisiones)  y al rechazo los acuerdos generales con la oposición.

A la luz de lo ocurrido en los últimos días no es ocioso reiterar aquí lo que esta columna observaba dos semanas atrás sobre el rumbo del entorno que rodea al Presidente: “Esa línea de pensamiento ingresa en zona dilemática cuando la concentración pone en peligro la gobernabilidad o cuando la rigidez programática encuentra resistencias sociales fuertes (…) En esas encrucijadas, ¿hay que privilegiar la gobernabilidad y ampliar las bases políticas de sustentación (lo que implica negociar y acordar hacia adentro y hacia afuera de la coalición)? ¿O hay que insistir en la concentración, en la idea de un núcleo puro imprescindible,  portador y auspiciante del “cambio de cultura”; en la apuesta de ser conducción y artífice (y, si se quiere, beneficiario principal) de un ciclo largo de reorganización de la política, los negocios y la inserción internacional? Por el momento – desafiando las incertidumbres intestinas que alimentan las encuestas,  las peripecias de los precios y los saltos del dólar- prevalece en el gobierno la línea del núcleo duro.  Abroquelarse para perdurar  y volver a ganar en 2019. Como siempre, la última palabra la tiene la realidad.”

La realidad fuerza ahora al gobierno a un viraje. Debe postergar los sueños de reelección y poner el acento urgente en la gobernabilidad y la ampliación de sus bases de sustentación.

Los deseos de continuismo más allá de este período no necesariamente desaparecen, pero quedan condicionados al cumplimiento de  esta tarea prioritaria. Que también compromete a las fuerzas políticas que aspiren a ser alternativa.

Accountability

Tanto el ministro de Hacienda como el Presidente han admitido que habrá más inflación que la que venían prometiendo (y menos crecimiento). En su autocrítica del último miércoles, Macri adujo que  había sido “demasiado optimista” al fijar sus metas inflacionarias, pecado que remediará no proponiéndose ya metas “tan ambiciosas”.

Lentamente, el gobierno ha ido borroneando sus objetivos, envolviéndolos en imprecisión. Ambiciosa o no, debería formularse una meta para poder calificar la performance oficial. “Bajar la inflación” es un propósito demasiado vago.

Durante la  última campaña presidencial,  la fuerza hoy oficialista ofrecía metas de apariencia más rigurosa, que se han ido diluyendo. Se hablaba, por ejemplo de “pobreza cero”, lema que hoy se ha desleído para convertirse en “bajar la pobreza”.

El cuánto no es irrelevante a la hora de juzgar una gestión.  A eso se le llama “rendir cuentas”.

El FMI, que quiere mejorar su imagen tradicional, vinculada a condicionalidades e imposiciones, ha hecho saber que  el ajuste que está en marcha no será producto de presiones propias, sino de las decisiones y “el plan del presidente Macri”.  En cualquier caso, ese plan necesitará más ojos (y manos) que las del Presidente, sus técnicos (y eventualmente los del FMI). Cuando se busca un acuerdo de gobernabilidad se vuelve imprescindible abrir el juego a la discusión y la participación.

La realidad empuja tanto a quienes gobiernan hoy como a quienes compiten para reemplazarlos a colaborar en cuestiones esenciales. Esa era una verdad obvia desde el momento en que Macri, con sólo un tercio del electorado (primera vuelta) llegó a la presidencia en el ballotage con votos ajenos y con un Congreso en el que su coalición estaba en minoría. Se evidenció cuando el Presidente requirió y obtuvo respaldo del peronismo post o antikirchnerista para políticas fundamentales, como el arreglo con los holdouts  (sin el cual no había  reinserción internacional posible).

A poco andar, montado sobre la ilusión de que venía a construir “una nueva era” y “una nueva cultura” el gobierno -como reprochó un nacido y criado del Pro, Carlos Melconián- gastó más de dos años “predicando buenas ondas” y concentrando las decisiones en un pequeño núcleo duro,  hasta que tuvo que afrontar esta turbulencia en la que se combinaron imprevisión, mala praxis política y gestión dudosa.

Tarde pero seguro, el Presidente ha comprendido  que debe orientarse por el camino de la política, el acuerdo sobre las grandes líneas y la participación; acaba de poner la luz de giro y ya insinúa un viraje (que no debería quedar en amago). A su vez, la oposición lúcida comprende que tiene que ayudar en esta hora ya que de lo contrario el ganador de las elecciones de 2019 (quienquiera sea) heredaría  un incendio.

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