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Escaras mentales

En un futuro cercano, un niño le explicará a su abuelo: En el colegio me han puesto como tarea entrevistar a una persona de la familia y te he escogido a ti.  Contéstame varias preguntas.  La primera: ¿en qué te ocupabas cuando tenías menos edad?  El viejo se henchirá y dirá: “Yo fui uno de los constituyentistas del año 17”.  Y el carajito responderá: “¡’na guará de raya, abuelo!  Mejor entrevisto a mi mamá”.  Al inquirir el valetudinario el porqué, el nieto responde: “¡Tú fuiste uno de los cómplices en la destrucción del Estado de Derecho en Venezuela!  ¡Por ti, un bojote de gente fue a prisión; muchas personas elegidas válidamente para ser gobernadores o diputados vieron cómo les arrebataban sus responsabilidades; tú fuiste cómplice de cuanta sinvergüenzura se cometió!”  Varias cuadras más allá, un condiscípulo del pichón de entrevistador está tratando de hacer la misma tarea: “Abue, ¿qué hiciste por Venezuela?”  Y otro carcamal responderá: “Yo fui presidente de Pdvsa”.  El chamaco abrirá los ojos y exclamará: “¡Cierto, tú fuiste el último presidente de esa empresa, quien terminó de quebrarla, quien necesitaba de un traductor cuando iba a las reuniones internacionales porque no sabías inglés, de petróleo, mucho menos!  Déjalo así, abue; mejor entrevisto a mi abuelita”.  Y los dos ancianos achacosos sentirán que se marchitan más rápidamente.

En centenares — si no miles— de casas venezolanas se repetirá la escena.  Sin importar cuán lujosas sean estas, ni las enormes cantidades que sus propietarios sisaron del erario, un poco de decrépitos rumiarán sus tristezas y aguantarán desprecios por haber zambullido a su patria en el cuarto mundo, siendo que era el país que parecía destinado a ser el puntero de Iberoamérica en saltar del tercero al primer mundo.  Pero llegó el pitecántropo sabanetense y decidió llevar al país a lo más oscuro del socialismo real (que él bautizó como “del siglo XXI”).  Y el imbécil que lo siguió continuó “cuesta abajo, en la rodada”, como dice el tango.  Con un agravante: el primero por lo menos metía cobas de manera convincente; este, ni eso sabe hacer.  ¡Dígame cuando en cadena explicó, con su habitual cara de tabla, que cientos de miles de colombianos estaban ingresando a Venezuela “huyéndole a la falta de alimentos y de empleos, al hambre y la inseguridad que hay en Colombia”!  Cuando la realidad es todo lo contrario, son paisanos nuestros los que buscan evadir las penurias que sufren diariamente en salud, alimentación, seguridad y educación por la incuria oficial venezolana…

Los que desmandan en Venezuela son gente que sufre de escaras mentales.  Del ilegítimo para abajo.  Por eso hay que sacarle en cara, muy seguido, sus muchos delitos, contravenciones, deslices, abandonos y engaños cometidos en contra del país que los vio nacer y de sus connacionales.  Son los causantes de la inopia que nos embarga.  Porque prefirieron instalarse sobre una base asamblearia, tumultuaria que iniciaron desde los mismos primeros días, pero que agravaron en agosto de 2017 al instalar una sedicente asamblea nacional constituyente írrita, porque no se le consultó a la ciudadanía y porque ya decidió que, cada vez que les dé su real gana, estarán por encima de Constitución.  Todo, por saberse perdularios en una justa limpia y por ser malos perdedores.  Ahora han tenido que afincarse en el estamento militar para poder hacer cumplir las órdenes que les imparten los cubanos, los invasores a quienes dejan hacer en todas las estructuras de la administración pública y los espacios sociales.  Para poder mantenerse, han tenido que desconocer las bases de la democracia y de la separación de poderes; con amenazas o con halagos pecuniarios han sometido a su capricho todos los poderes del Estado.  Pero como con la Asamblea Nacional no pudieron, emplearon a sus sicarios del Tribunal de la Suprema Injusticia para emitir una decisión de inhabilitación de aquella que más ilegal e injusta no puede ser.  Cualquier disidencia política la catalogan como “traición a la patria” y a quienes se les oponen los convierten en reos de la justicia militar —tan demodé, tan arbitraria, con tantos jueces y fiscales sin conocimientos le la materia— o, peor, los “desaparecen” en las mazmorras de la policía política —donde, dicen por ahí, se les tortura—, o por las acciones sicariales de “colectivos” con sueldo, armas y transportación oficial.  Para poder pagar el gasto de esas organizaciones que actúan fuera de la norma legal, así como a las hordas de conmilitones —y para engordar sus patrimonios—, instalaron un monstruoso totalitarismo en materia económica y un tan ineficaz como corrupto capitalismo de Estado que tiene postrada a la nación.

Menos mal que, como vimos en los ejemplos iniciales, tanto las generaciones actuales como las futuras ya tienen claro, muy claro, quiénes son los responsables de la destrucción del aparato productivo, de las expropiaciones improductivas y del hambre consecuencial con estas; del colapso en la infraestructura, los servicios médicos y la educación.  En fin, quiénes son los que sufren de escaras mentales…

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