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Fidel Castro: líder de la reacción conservadora

Fidel Castro pudo haber sido, junto a Rómulo Betancourt, el líder de la implantación y fortalecimiento de la democracia republicana en América Latina, en momentos en los cuales campeaban las dictaduras militares en buena parte del continente. Sin embargo, optó por convertirse en un tirano comunista omnipresente y omnisciente. Luego de fracasar, a comienzos de los años 60, en su intento de exportar su modelo revolucionario, afincado en la guerra de guerrillas, a otros países de la región, entre ellos Venezuela, pasó a convertirse en un  político conservador. Todo proceso de cambio revolucionario y modernizador lo descalificaba y atacaba con ferocidad. Se transformó en defensor de los regímenes comunistas más petrificados y de la ortodoxia marxista más estricta.

Denunció por anarquistas a los estudiantes que, dirigidos por Daniel Cohn-Bendit,  impulsaron el Mayo Francés en 1968. Eran los jóvenes que plateaban “tomar el Cielo por asalto” y repetían “paren el mundo que me quiero bajar”. El Mayo Francés insurgió contra el establishment francés  y, dentro de él, contra la burocracia del Partido Comunista Francés. Fidel se aterró ante la posibilidad de que los jóvenes cubanos se dejasen tomar por el espíritu de sus iconoclastas pares europeos.

Ese mismo año 68 apoyó la invasión a Checoslovaquia por parte de Ejército Rojo y sus aliados del Pacto de Varsovia, la destrucción de la Primavera de Praga y el encarcelamiento y fusilamiento de los dirigentes del socialismo con rostro humano. Luego de que Teodoro Petkoff escribiese Checoslovaquia: el socialismo como problema, radiografía de la burocracia soviética, execró al político e intelectual venezolano, atacándolo con una batería de insultos, como era su costumbre. Cuando, a comienzos de los 80, apareció Solidaridad en Polonia y emergió el liderazgo de Lech Walesa, se cuadró con el  general Jaruzelski, representante de la inamovible  casta soviética. Más tarde, cuando Mijail Gorbachov impulsó la glasnost y la perestroika, con el propósito de remozar el ateroesclerótico sistema  comunista ruso, Fidel Castro denunció la iniciativa como parte de un movimiento de los reformistas dirigido a desmontar las conquistas del proletariado ruso.  Una vez producido el colapso de la Unión Soviética y la desaparición del socialismo en los países de Europa del Este, declaró el inicio del período especial en Cuba, típico eufemismo a los que recurría con frecuencia, debido a que había sido suspendido el subsidio que recibía de Rusia, negándose a introducir cambios en el modelo que mostraran algún signo de apertura democrática. La transformación consistió en aumentar la persecución a los grupos opositores.

Más tarde, durante la Primavera Árabe, que culminó con el derrocamiento de las dictaduras ancestrales y crueles en Túnez, Egipto y Libia, Castro tampoco asomó la menor voluntad de impulsar reformas democratizadoras.

Su conservadurismo no se redujo al plano político. También en el ámbito económico exhibió una rigidez de acero.  Las reformas de mercado promovidas por Deng Xiaoping en China a finales de los años 70, o las impulsadas por los dirigentes de otros países comunistas como Vietnam o Camboya, tampoco modificaron los petrificados criterios del máximo líder de la Revolución Cubana.

¿De dónde sacar, entonces, que el Dr. Castro Ruz fue un gran visionario hasta el final de sus días? Luego de este apretado e incompleto relato, la única conclusión que puede extraerse es que después de su estadía en la Sierra Maestra, Fidel Castro se convirtió en un conservador contumaz que reaccionaba con horror frente a todo proceso de cambio desatado en cualquier lugar de la tierra, y que él considerara un riesgo para su anquilosado sistema de partido y líder único, endiosado por unas masas sometidas a la férula de un aparato de seguridad sanguinario y presente hasta en las rendijas más profundas de la isla antillana.

Castro será juzgado sin piedad por los historiadores del futuro, una vez que la desmesura haya pasado. No será suficiente considerarlo un “personaje histórico”. Mussolini y Hitler también lo fueron, pero a nadie se le ocurre sostener que su paso por este mundo fue fructífero. Fidel Castro pudo haber sido una esperanza redentora para Latinoamérica y, especialmente, para la hermosa isla antillana. Sin embargo, se convirtió en su peor castigo. Hundió a Cuba en la más cruel de las miserias y en una inmensa cárcel durante una etapa en la cual el mundo experimentó cambios democratizadores y modernizantes espectaculares.

@trinomarquezc

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