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Genocidio

El mundo se ha vuelto un panóptico, sí, pero de ciegos: lo que está ocurriendo en Gaza está ocurriendo acá, pero nadie parece verlo.

Sospecho que la verdadera inteligencia es la compasión. Que por ejemplo: cuando dos infelices caen en la trampa de discutir sobre el eterno conflicto entre Palestina e Israel, si no son un par de fundamentalistas hechos el uno para el otro, terminarán del lado de la población civil que –sometida por el eterno negocio de la guerra– ruega a Dios que no le llegue la muerte. Voy a esto: a que más de 700 palestinos han sido asesinados por el ejército israelí, en Gaza, desde el pasado martes 8 de julio. Pero el jueves 10, cuando los israelíes eran atacados (y hasta hoy han muerto 35, y un solo muerto es demasiado: el que mata una vida mata el mundo entero), nuestra cancillería echó a andar un amañado comunicado en el que condena “los actos de violencia y terrorismo ocurridos contra el territorio israelí afectando la vida e integridad de la población civil”.

El texto lamenta las víctimas de la retaliación israelí, sí. Pero no habla de la brutal ocupación ni de los asentamientos ilegales en los territorios de Palestina; no menciona la persecución racial ni la incansable violación de los derechos humanos de los palestinos; no acepta, ni en pleno proceso de paz, que el innegable “derecho a la defensa” que invoca el gobierno de Israel ha hecho de Gaza la peor cárcel del mundo.

Sé que, de lado y lado del muro, el horror está en manos de extremistas. Sé que ni los palestinos ni los israelíes de a pie, que odian esa guerra perpetua con fervor, son sus estereotipos. Sé que la pesadilla se le escapa a una columna: que habría que hablar de las infames fronteras de 1948, de 1967, de 1993. Y más y más y más. Pero, luego de leer –en aquel comunicado turbio aplacado el martes 22 por otro menos cínico– que “Colombia hace un llamado a las autoridades de Israel y de Palestina a poner fin a los enfrentamientos”, tengo claro que no es necesario ser un experto para saber que esto no es una batalla entre dos bandos, sino la aniquilación sistemática de un pueblo al que ni siquiera se le ha reconocido su sufrimiento: tanto en Cisjordania como en Gaza se humilla día a día a los palestinos.

Por qué Colombia es, entonces, uno de los 41 países de la ONU que se abstienen de reconocer a Palestina como un “Estado observador”. Por qué ha vivido del lado de Israel: porque ha comprado sus armas, ha seguido el ejemplo de Estados Unidos, ha creído en la guerra, ha levantado su farsa sobre la base de la discriminación, y ha perdido el hábito de la compasión de tanto dejarlo para mañana. Quiera Dios que haya sido ignorancia. Pero me temo que es pura mezquindad: frialdad e interés. Pues quién, que sepa la tragedia de los tres adolescentes judíos descuartizados en Cisjordania o lea la crónica de los cuatro niños árabes acribillados en la playa o escuche a esa parlamentaria israelí llamar al genocidio de las madres palestinas “por criar serpientes”, es capaz de decir “no es mi problema”.

El mundo se ha vuelto un panóptico, sí, pero de ciegos: lo que está ocurriendo allá está ocurriendo acá, pero nadie parece verlo. Y ni Estados Unidos ni la Unión Europea han conseguido frenar el grito de guerra vestido de grito de auxilio que ha sido la práctica de Israel. Bien por los congresistas colombianos que en plena instalación del nuevo parlamento, en un país que ni siquiera acusa recibo de sus propias matanzas, tuvieron el coraje de reclamar “fin a la masacre en Gaza: no más ocupación en Palestina”. Bien. Yo tengo un par de amigos viviendo en Ramala. Y ahora, mientras veo en la puerta la plegaria que me regalaron para que ni la envidia ni la indiferencia entren en mi casa, sospecho que tendrán paz el día en que logremos que ese exterminio sea tan impopular que no sea más una industria.

(ElTiempo.com)

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