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¡Gobierno chapucero!

Antonio José Monagas

La vida, permanentemente, obliga a transitar entre dos o más corrientes. Aunque ninguna, de agua. Pero sí, de circunstancias y dificultades. Sin embargo, el problema no es sólo atreverse a tramontarlas convencido de poder llegar a la meta. Es decir, franquearlas. Y que además es conveniente asentir, de alguna forma, que dicho logro simboliza aceptar el siguiente desafío. No obstante, el intento puede tornarse en problema de desconocerse cuándo y cómo sortear el lado correcto del sendero. He ahí el dilema. O como algunos señalan: caminar por el lado correcto de la historia.

Todo se reduce a transitar dichas corrientes, no sólo en el sentido de resolver a tiempo los avatares que pueden enrarecer el camino. Igualmente, no dejando sumirse por las circunstancias que en sus cursos existen.

Esto significa jugar con la posibilidad de llegar al final de la vida andando por el lado de lecho que mejor permite superar los reveses. O sea, apegado al esfuerzo que caracteriza la entereza que se tiene para lograr el alcance de la meta, tal como se ha estimado o soñado.

En política, se tiene el equivalente de lo que traza la explicación precedente. Aun cuando la teoría política refiere de manera excelsa el concepto de política, las realidades apuntan a otras consideraciones. Particularmente, a aquellas que opacan la excelencia en nombre de decisiones que sólo revelan intenciones dirigidas a lograr una gestión pública ineficiente. Y que acentúa cualquier pérdida posible en la cadena de valor político.

Y Venezuela es ejemplo de lo que la política es capaz de ser, toda vez que la actual gestión de gobierno disfruta la conversión de procesos productivos en procesos destructivos, ruinosos o estériles. Aunque lo peor que reviste la situación venezolana, es la manera deliberada de cómo el gobierno central ha aupado que el país se vea urdido en medio de la desesperanza que los miedos inducidos han generado en toda la trama social y política del país.

Por eso el Ejecutivo Nacional ha buscado, por todos las vías posibles, construir una sociedad absolutamente dependiente del trazado mantenido por las políticas públicas. Aunque precarias por la inconsistente formulación que las mismas han seguido. Más aún, el gobierno central se ha valido de un poder asentido a punta de coerción para así controlar todo apoyándose en el excesivo centralismo reivindicado. Gracias a la demagogia puesta en marcha. Todo, sin haberse permitido medir y mediar, en lo más mínimo, las consecuencias que su grosero atrevimiento produjo en perjuicio de los esfuerzo de desarrollo que, medianamente, alcanzaron a procurarse. Pero que en lo tangible, estos esfuerzos permitieron que Venezuela se destacara entre países catalogados en vías de desarrollo.

Hoy, los procesos de gobierno invirtieron todo. Tanto ha sido el grado de alteración que incitó una revolución bolivariana mal concebida y peor practicada, que ahora Venezuela es referente en lo que implica una praxis gubernamental contrapuesta en todo sentido, dimensión y dirección.

Venezuela es actualmente el único país del mundo donde las paradojas son parte sustantiva y adjetiva, fundamental y complementaria, de las realidades. De manera que sin tener que aludir a lo que sucede en su mercado petrolero, en su esfera financiera, en su terreno administrativo, en su fuero cultural, en su ámbito de servicios públicos, en su terreno social-comunitario, y hasta en sus predios morales, éticos y políticos, no es difícil inferir el estado de abandono al que sus capacidades y potencialidades han llegado por tan terribles razones de índole gobernativas.

Es necesario afirmar que el Estado venezolano engrosó. Pero no para regularse a si mismo en pos de sistematizar su desarrollo, como en principio, 1999, llegó a plantearse desde los más altos niveles de decisión política. El Estado venezolano sufrió la deforme contracción de su concepción social-democrática para devenir en procesos dirigidos pérfidamente a canibalizar estructuras que cimentaron su institucionalidad democrática. De esa forma, acabó digiriéndose su propio organismo desde donde se erigieron las funciones que en otrora, hicieron de él un Estado-Nación respetado, admirado y seguido como ejemplo de desarrollo.

A decir por lo que hoy queda al descubierto, habrá que reconocer -triste y lamentablemente- lo que algún inquieto venezolano alcanzó a expresar de manera pública: “Venezuela se nos muere”. A esto cabe agregar que así se ha dado tal degeneración política, por cuanto se tiene y sigue manteniéndose, a fuerza de represión, un ¡gobierno chapucero!

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