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Hermeneusis a mi corazón

Dedico: a mis hijos Sócrates, Anshar y Alexander…

…La mejor mascara de la maldad es la virtud…
Washington Irving

Sólo hay dos cosas infinitas, el Universo y la Estupidez Humana, pero no estoy muy seguro de la primera,
de la segunda puedes observar cómo nos destruimos solo por demostrar quién puede más…
Albert Einstein

A veces se hace necesario romper con tantos convencionalismos de la vida diaria y expresar algunas angustias y preocupaciones que se van anidando en el alma en esta vorágine de la sociedad moderna. Hay tres aspectos que uno no debe descuidar: la vida familiar, las relaciones en sociedad y la creación intelectual y artística. Constituyen la direccionalidad de la existencia de una persona; es el alfa y omega que orienta la voz y los mundos en que esa voz trasciende. Digo “mundos”, porque la vida está constituida por muchos mundos, los cuales interactúan y sobresalen por encima de todas las cosas.

El sabio griego Sócrates (siglo IV, antes de Cristo), decía que, para vivir con plenitud, era necesario vivir según una “visión propia”, es decir, ser “… lo que te gustaría parecer”, seguir nuestros sueños, expresarnos y hacer llegar nuestra voz a una audiencia más amplia. Así mismo, conocer las limitaciones, que implica llegar al conocimiento: “Sé que soy inteligente porque sé que no sé nada”. La sociedad moderna se vale de la información, desde donde se asume que no lo sabemos todo, que ni siquiera los expertos en cada ámbito lo saben todo y que lo importante es saber decir “no sé”.

Así mismo, Sócrates aboga porque los hombres, en esa vida que se vive, expandan sus horizontes, donde la educación “…consiste en encender una llama, no en rellenar un ánfora…”   También orienta Sócrates a que los hombres tengan lo suficiente para no necesitar; quien “… no se contenta con lo que tiene no se contentaría tampoco con lo que le gustaría tener”. La clave está en ser feliz con lo que está y no vivir anhelando lo que jamás llegará. En esta realidad, Sócrates dice que es necesario definir lo que se quiere, como principio de ese conocimiento que nos hace sabios.

Otro aporte de la antigüedad nos llega de Platón (siglo IV, a.C.), quien entiende que la “vida buena” es atender las necesidades materiales y espirituales de los hombres; lo bueno del hombre se alcanza practicando la virtud y dejando atrás la ignorancia, tal cual lo describe en su libro “La República”, en el “Mito de la Caverna”;  Platón dice que el objetivo de la vida del hombre debe ser objeto de “…un desarrollo completo de su personalidad, de acuerdo con las partes más elevadas de su alma, la irascible y la racional, con el fin de alcanzar una felicidad identificada con la armonía de su vida.”

Y el sabio Aristóteles, contemporáneo con Platón, expresó que las acciones responden a un sentido concreto en la vida del hombre; éstos han de buscar el bien, ya sea ganar cosas materiales y vivir con confort, o para brillar como estrella y alcanzar el conocimiento; la felicidad surge como el bien supremo, donde cada persona la encuentra en un lugar distinto, pero que su lugar y su forma, se da en el ejercicio de la razón, la cual es innata e insustituible, ejercida de una manera virtuosa, haciendo de la vida un espacio en donde prepararnos para el inminente tránsito hacia el infinito espiritual.

La vida es virtud, compromiso, humildad, caridad, perdón, arrepentimiento; la vida no es haber ejercido una habilidad con destreza y talento, eso lo tenemos todos, lo que no tenemos todos es la grandeza de transformar todas esas cualidades en un referente de vida, de existencia, de plenitud. Atendernos fisiológicamente es lo más natural que podamos comprender de la existencia, pero atender nuestras necesidades de afecto, de amor, de soledad, de ternura…; eso es lo que nos hace humanos que vivimos.

Hace unos días falleció Alberto Aguilera (Juan Gabriel), y en una de sus últimas entrevistas, el canta autor dijo: “A todos les pido que abracen a su familia, que la apachuguen y se llenen de amor, que la vida es muy corta y uno no sabe cuánto tiempo le queda para hacer eso…”  Vivir es contar con los semejantes; una vida en soledad total, no es vida; nos necesitamos, quizás no estando encima unos de otros, pero sí allí, a la distancia, en el manojo de miradas y olores que nos indica que hay personas, que no estamos solos.

En la Carta Encíclica “Evangelium Vitae” (1995), el sumo pontífice amigo Juan Pablo II, expresó: “El hombre está llamado a una plenitud de vida que va más allá de las dimensiones de su existencia terrena, ya que consiste en la participación de la vida misma de Dios. Lo sublime de esta vocación sobrenatural manifiesta la grandeza y el valor de la vida humana incluso en su fase temporal. En efecto, la vida en el tiempo es condición básica, momento inicial y parte integrante de todo el proceso unitario de la vida humana… Todo lo que se opone a la vida, como los homicidios de cualquier género, los genocidios, el aborto, la eutanasia y el mismo suicidio voluntario; todo lo que viola la integridad de la persona humana, como las mutilaciones, las torturas corporales y mentales, incluso los intentos de coacción psicológica; todo lo que ofende a la dignidad humana, como las condiciones infrahumanas de vida, los encarcelamientos arbitrarios, las deportaciones, la esclavitud, la prostitución, la trata de blancas y de jóvenes; también las condiciones ignominiosas de trabajo en las que los obreros son tratados como instrumentos de lucro, no como personas libres y responsables; todas estas cosas y otras semejantes, son oprobios que, al corromper la civilización humana, deshonran más a quienes los practican que a quienes lo padecen…” La vida, para Juan Pablo II, constituyó un acto de ascendencia, de estar plenamente comprometidos con los semejantes y su cultura; las prioridades de este compromiso está en darle sentido a esa vida, y solamente dignificándola con el sufrimiento y la muerte, como la cara opuesta de lo que sería vivir plenamente, la vida humana asume un valor inestimable e inviolable, por ello vivir es la razón de este mundo, y morir la transmutación de la energía que nos dio la vida, a un espacio infinito y eterno de fragmentación y poder.

A todas estas, mi energía, esta que comparto con ustedes en cada escrito y en cada construcción de conocimiento, es una muestra del potencial que el hombre tiene a través de la palabra…Podré morir físicamente pero mi energía gravitará en este mundo a través de los ojos y la mente de quienes me vayan descubriendo en los próximos milenios que están por venir. Ya el Apóstol Juan lo refirió: “En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios…” El Apóstol Juan presenta a Jesús desde un término con el que los lectores, tanto judíos como gentiles, estaban familiarizados, que es “Verbo”, logos, y era común, tanto en la filosofía griega como en el pensamiento judío de esa época, presentando a Jesucristo no solamente como un principio mediador, tal cual lo percibían los griegos, sino como un ser personal, totalmente divino y totalmente humano; la palabra evoca, entonces, a Dios vivo, quien vino a ser revelado al hombre y a redimir de sus pecados, a todos los que crean en él. Por ello, llevando la idea a lo terrenal y mundano, las palabras invitan a mostrarnos como somos, sin máscaras y a crear condiciones para ser valorados y apreciados por quienes compartimos este momento sublime de la historia humana…Vivir es, definitivamente, encontrarnos.

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