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Historia surrealista de Venezuela

A Tibisay Lucena.

El 25 julio de 1567, Diego de Losada y sus hombres entraron en un valle habitado por pacíficos indígenas. Lugar que luego se llamaría Santiago de León de Caracas.

—Vosotros, ¿cómo os llamáis?

—Nos llaman Franelas Rojas. Pero poder llamarnos franelitas.

Don Diego de Losada, quien venía al mando de los españoles, acotó:

—¿Estáis mamándome gallo?

—No, pero nos gustaría… Ja, ja, ja –respondió el jefe indio mientras los demás indígenas bailaban El pájaro de fuego de Stravinsky.

Hacia el este del valle había un parque que los nativos llamaban “Parque del Este”. Allí los conquistadores se toparon con una carabela.

—¿Y esto? ¿De quién es? –preguntó don Diego de Losada.

El Negro Primero, respondió:

—Esa es la calavera e’ Colón. Un italiano, loco e’ bola. El tipo llegó con minifalda marrón y como no consiguió autobús, se vino a Caracas en barco y lo dejó anclado en el parque.

Francisco de Miranda, recostado en una cama y desde un enorme óleo, intervino en la conversación:

—Don Diego, esta tierra es de malagradecidos. Lo mejor que puede hacer es irse a otro país. Pero antes, adivine, ¿de quién es este vello púbico?

—¡De Catalina, La Grande! –respondió Diego de Losada, y añadió–. Yo también tengo uno.

Miranda, humillado, dijo:

—Aquí tenéis esta banderita tricolor. Si la Fiscalía descubre que no sois golpista ni traidor, os sugiero que la llevéis a Coro y proponedla como bandera.

Don Andrés Bello, experto en lengua indígena, acotó:

—Mijo, hágale caso al cuadro de Michelena y cuidado si se topa con el cacique insultador.

Bolívar entra a caballo y grita:

—¡Paren la historia! ¡Busquen a un médico! Mi esposa está muy enferma. Si muere, Venezuela será otra. ¡Yo solo quiero ser el alcalde de San Mateo! Me niego a ser héroe. ¡No quiero liberar naciones!… ¡Aguanta María Teresa! ¡Viva el rey de España! ¡Muera Napoleón!

Un cacique rodeado de guardaespaldas y al que solo se le veía un bigote negro, irrumpe con soberbia:

—¿Qué dijo el héroe pelucón? Ese traidor sifrinito de la derecha fascista. ¡Ese no es el Bolívar que inventamos!

Aparece la india Tibisay.

—¡No se preocupe jefe, que yo no voy a permitir nada de nada!

Perplejo, Diego de Losada, con 4 millones de firmas revocatorias en papel pergamino, murmura:

—Santiago de León, mejor salimos de esta historia.

—¡Quédense! ¡Que nadie se vaya! –gritó Bolívar–. Por mis huesos profanados, os juro que aunque Tibisay Lucena se oponga, lucharemos contra ella y haremos que nos obedezca.

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