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Huérfanos

En la voz del señor José se palpa enseguida la apretada progresión desde la súplica al reclamo, el íntimo arrebato, la perplejidad: “necesito esa medicina, no se consigue y no sabe cuánto me urge… ¡cómo es posible! Qué desastre… esto es un desastre”. La petición de ayuda en un programa radial termina mutando en desahogo, vitrina para el quiebre, espejo en el que no pocos terminan reconociendo su propio calvario. A contrapelo de tanta mengua, la sensación de desamparo cunde entre una población que no alcanza a entender si lo que ocurre es parte de un prolijo plan, o simple resultado de la más pasmosa indiferencia. Si lo que mueve al Gobierno es la genuina convicción de que, tras 17 años de dispendio y estropicios, “el modelo” que jamás funcionó algún día romperá en exuberancias (Aristóbulo Istúriz afirma, con sospechosa candidez, que “el socialismo no ha fracasado porque no lo hemos construido”) o si lo que hace es simple pirueta para enmascarar su sorpresa mientras algo surge, hasta que “Dios provea”. Tanta desorientación ahoga. Mártires todos de ese inaudito padecimiento, cuesta a veces identificar dónde residen las claves de lo real, dónde las de esa normalidad que tanta falta hace. Nos aqueja quizás el tipo de locura que, según Rafael Cadenas, no podemos ver por estar inmersos en ella.

Lo cierto es que a juzgar por ese epiléptico timón que controla el Gobierno, en ningún caso se perciben afanes maduros, responsables. Más allá del alud de lochas que caen con estrépito (“El modelo rentista se agotó”), del anuncio-del-anuncio, de la compulsión por las cadenas o la promulgación de leyes que “ahora-sí”; del sobredimensionamiento del discurso, embutido en consignas y lógica anti-natura (un régimen que se dice socialista pero que niega propiedad a los pobres, por ejemplo) no se percibe en los hechos la más exigua noción de la debacle. En cambio, sí nos ha tocado digerir la cruel morisqueta de los conucos urbanos. Así, mientras el país hace equilibrios frente al barranco, pide ayuda, agita los brazos, lanza propuestas, se desgañita, vota masivamente, el poder desvía la mirada y habla de otra cosa, a todo volumen, como lo haría un niño malcriado para visibilizar su molestia por la inquisición del adulto. Nuestros destinos en manos de “La pandillita”.

«No jueguen con candela, Chávez era el único que nos controlaba y lo que nos detiene ahora es su memoria» advertía en 2013 el entonces presidente de la Asamblea Nacional, Diosdado Cabello. Ya antes había confesado que Chávez “era el muro de contención de esas ideas locas que se nos ocurren a nosotros”, en clara alusión a que la ausencia del líder –el Padre simbólico- podría desatar un muy imaginativo inconsciente, renuente a la sujeción que imponen las normas en democracia. Tal vez no exageró en eso. El ejercicio de introspección, si bien estremecedor, establecía un factum en el que el mismo Freud ya había hurgado: las fantasías y deseos reprimidos, aunque censurados por mecanismos conscientes, mantienen sin embargo desde el profundo “Ello” una lucha por abrirse paso y demostrar su eficacia psíquica. Eso a menudo implica desconocer las demandas de la realidad, en especial cuando fallan la Conciencia moral -la capacidad para la autoevaluación, la crítica- y los referentes que aporta un sano Ideal del yo: ambas expresiones del “Superyó”, instancia de control inconsciente que resulta de la internalización de la figura de autoridad.

A riesgo de cruzar un comprometido terreno, vale preguntarse: amén de la distorsión que introdujo en nuestro sistema de creencias la todopoderosa figura de un caudillo (hábil para torear la norma cuando esta rebatía sus pujos, mismos que acababan endosados al “pueblo”), ¿sufrimos las consecuencias de la falta de un «superyó” político en el gobierno? ¿Es hoy el chavismo en el poder una suerte de niño omnipotente y narcisista -todo hambre, todo deseo, todo rencor, todo pulsión- abandonado a su suerte tras la pérdida no resuelta? ¿Explica eso en cierto modo el entumecimiento, la desconexión, el “Yo” trastabillante de sus líderes, la negación, la falta de respuestas adultas y cónsonas con un entorno que a diario nos hunde sus agujas? Y si algo de eso hubiere… ¿cabe esperar de quienes lidian con su tóxica orfandad que hagan algo distinto a eludir la realidad o correr bajo los refajos de instituciones prestas a dar gusto a sus caprichos?

No hay respuesta libre de vértigo. Lo cierto es que los venezolanos están padeciendo otra clase de abandono, mucho más apremiante y desolador. En este sentido, la responsabilidad para el liderazgo de oposición luce también más espinosa. Conscientes de que desde un activo parlamento sólo puede atenderse una parte del problema, y aún empujados por la emergencia, toca administrar prudentemente cada inspiración. Ojalá que una “conciencia moral” superior, que la razón democrática no deje de asistirnos, único muro de contención en caso de que el desbordamiento pretenda sacarnos la lengua, e imponer su antojadiza tiranía.

@Mibelis

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