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Infierno

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Es interesante estampar en unas cuantas líneas lo que uno cree acerca del infierno. Evidentemente, la primera asociación de buenas ideas está relacionada con el concepto confesional del mismo. O, también, con aquellas imágenes aparecidas a mediados del siglo XX en los libros de Historia Sagrada que cursábamos en los colegios católicos. Igualmente, ella identifica la intensidad de calor al mediodía en un ambiente cerrado, sin ventilación natural, y con techo metálico, en un poblado como Tacuato. Ni se diga en las márgenes de las Dunas de Coro, mal llamados médanos a la misma hora.

Situaciones comunes en los deportes profesionales, como por ejemplo, en el ciclismo: los velocistas sufren un mundo en las empinadas subidas, mientras los escaladores dan un paseo de salud. En la Formula 1, el infernal evento del fin de semana puede iniciarse el jueves con el recorrido pedestre del circuito y los primeras circunvalaciones con las unidades hasta culminar, el domingo, con la escenificación del Grand Prix; se supone que no han ocurrido inesperados sobresaltos como por ejemplo, un choque entre varios, un despiste espectacular con destrucción vehicular y el susto de ocasión.

Un verdadero infierno vive el medico en un acto quirúrgico en el cual el, o los pacientes no responden al acto operatorio; bien sea porque por donde meten sus manos para mover temporalmente un órgano, el cuerpo se desintegra o, en su defecto, porque la piel no aporta su concurso. La sutura en una operación medica es como la soldadura de dos piezas, el material de aporte es el hilo quirúrgico y el material  base es el cuerpo. Ofrezco mi disculpa a los médicos ofendidos por el símil utilizado, pero no encontré ningún otro mejor, papa.

Imagine el drama planteado en aquella vieja película, “Mi secreto me condena”, ¿Recuerda? El protagonista era un sacerdote cuya hermana fue asesinada por el novio. Deduzca cual era el averno del hermano.

En el diario transcurrir de esta Venezuela se van erigiendo infiernos, avernos, orcos, tragedias, dramas que sensibilizan hasta el mayor de los pendejos. Una mama que debe alimentar a su bebe con un tipo de leche especial, no común, estallará en lágrimas si no logra ubicar este bien, aun empleando todos las estrategias de localización. Un insulinodependiente temerá por su vida si no consigue su dosis diaria, pero más temerá si un gobierno del signo local la decomisa en un aeropuerto por razones de gusto. Una familia cuya alimentación durante tres días consecutivos ha sido pan y agua, no tendrá fuerzas para ir al trabajo el miércoles de ceniza. Es un drama de enormes proporciones la vivencia de un sacerdote católico que conoce las interioridades de la comunidad parroquial donde hace vida y no encuentra respaldo de su feligresía porque están más pela ’os que una mandarina, y su sueldo le alcanza para medio comer. Pero ¿En dónde queda la dignidad del joven venezolano que dio la cómica en una competencia deportiva? ¿Sabe a cuantas personas puede alimentar, bien alimentados, con doscientos diez mil bolívares – 210.000,00 Bs – diarios, si cada plato mide 20 centímetros de diámetro?

Venezuela es una sumatoria de hogueras aisladas; conocidas pero no interconectadas. Hogueras dramatizadas, unas más que otras, angustiosas todas, irresolutas la gran mayoría. La displicencia social es el signo de esta Venezuela actual. Se vive un suicidio cotidiano.

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