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¿Inhumanidad interminable?

Hay aún gente que convivió con la carnicería en que se bombardeó población civil, el Holocausto, la bomba atómica, el gulag; con que reventaran dos rascacielos con aviones de pasajeros, con la lista interminable que deja creer que la brutalidad aumenta proporcionalmente, habida cuenta del supuesto de civilidad progresiva; qué creer, qué esperar, como cuando la modernidad se la prometió a la humanidad.

Ni en internet, televisión o radio, medios dominantes —raramente en comentaristas de los escritos—, hay aproximaciones a la inquietud más pertinente, ni siquiera remotamente como marca de la época, a explicar la patología cultural, que supondría averiguar sus causas. Hay que ir a la ciencia, poco difundida, que examina lo incomprensible de una especie que ni siquiera comprende su recurso inveterado a la bestialidad.

Si el hombre es razón debería ser razonable, dice alguien; tendría así que aplicarlo a su conducta. La ciencia no tiene conclusiones, sí indicios dicientes, pero desatendidos porque no llevan a tratar en serio de revertir el recurso a agresión y terror. A estas alturas del siglo XXI debería haber apreciación comprehensiva del anterior, al menos, cuya barbarie podría indicar a dónde se va, sobre la cual hay ilustración suficiente, pero incapaz para corregir lo que parece afirmación de conducta criminal y autodestructiva.

Tal vez hubo momentos en el mundo y aquí también cuando la inteligencia ocupaba más la vida pública. Hoy la tendencia es el llamado fin de la ideología, predominantes pragmatismo mal entendido y biologismo que desconoce hasta el valor elemental de la conveniencia evolutiva de la especie, la política sofocada por el rudimento del traspaso liberal al mercado de las libertades ilustradas, el rendimiento bruto, ley de las naciones, donde entonces deben ocultarse explicaciones, para muestra la a la vista explosiva del control del combustible, cuyo solo precio arrincona el bienestar general. De nuevo se está no solo ante si es la guerra la que decide la política, sino ya ante si va a prevalecer la naturaleza o la cultura, si alguna mejora en la calidad de vida cuesta la ruina ambiental y si la aludida, la tecnociencia, por sí sola amoral, provoca el exterminio de su inventor.

El fallecido Jaime Jaramillo se preguntó hace tiempo si en Colombia había ese tipo de pensamiento; hoy habría que preguntarse si no es porque su educación superior no lo tiene más en cuenta, suponiendo que eso sea educarse y no solo profesionalizarse, pregunta pertinente en una sociedad que nunca ha sabido bien dónde está parada y que en buena medida sigue prefiriendo la violencia a la política. No que sea imprescindible; es más la gente satisfecha sin ética, política, estética, contenta con que la lleven de la nariz demagogos logreros. Hay encuestas según las que esta es una sociedad feliz, otras según las que tal cosa depende del incremento de la riqueza. Como va la convivencia, mejor ni esa felicidad ni esa prosperidad. Añade alguien que lo que habría que pensar en esta época es por qué no pensamos; de pronto porque aunque razonable, impotente.


Jorge Restrepo

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