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Insignificantes hombrecillos

“Lo extraordinario del virus del tifus, es su increíble insignificancia; los ojos no pueden verlo, pero él puede detener el curso de la vida, decidir el destino del hombre, y hacer pedazos, si lo desea, una familia”

Naguib Mahfuz
Premio Nobel de Literatura

España, como el enfermo que está en la UCI, está necesitando urgentemente que se le apliquen las medidas necesarias para su definitiva recuperación. Pero para ello, es necesario que despierte en quien tiene en sus manos la responsabilidad de hacerlo, el sentimiento de la sensatez personal y colectiva, y que se trabaje para que se abran nuevos horizontes al pensamiento humano y a nuestra concepción de la sociedad que del país se espera.

Ha  llegado el momento de enmendar los excesos que los propios partidos políticos han cometido.

Después de unas elecciones en las que los partidos políticos no han sabido leer el mensaje dado por los electores, nos encontramos ante el resultado de unas segundas, que con ligeras variantes, vienen a confirmar el de las primeras.

Sin embargo, los dirigentes de algunas formaciones que dicen querer regenerar la vida política española, con una ceguera incomprensible, siguen anteponiendo sus cicateros intereses partidistas a los generales del país, aunque con ello perjudiquen incluso a su cada vez más decreciente parroquia.

Excusas —que no argumentos racionales— las escuchamos a diario, de todos los colores y de las más peregrinas, todas ellas tendentes a sustentar la contumacia de unas posturas que atentan contra la razón, el sentido común y las necesidades imperiosas que demanda el país.

Tal es así, que los españoles ya no saben, si la responsabilidad de formar gobierno después de unas elecciones, ¿está solo en manos de quien ha obtenido la mayoría de votos por parte de la ciudadanía, en las de todos los partidos que conforman el parlamento, en las de los hados o el azar? ¿O quizá está todo tan sujeto a la fatalidad que la mera idea de luchar contra ello es una necedad?

Situados en este punto, es necesario preguntarse sobre la influencia formativa que el periodismo ejerce sobre el tejido social español. Antaño fue un elemento de ilustración. Hoy, por las deficiencias de nuestro sistema de enseñanza, se ha convertido en un complemento educativo. Es una triste realidad constatada que una gran masa de individuos, sale de la escuela sabiendo leer, y apenas escribir, pero sin comprender ni lo uno ni lo otro, y mucho menos, con la capacidad de conformar un estado de opinión propio. Como consecuencia de esta carencia intelectual generalizada, cada persona termina por completar parte de su instrucción a través de los medios de comunicación, hecho que les ha conferido hoy graves responsabilidades y requiere gran rectitud de intenciones.

Al haberse convertido los medios de comunicación en gigantescos escaparates de la actualidad, la práctica de la vida política española ha hecho suya la concepción global de que la ética pública se circunscriba al parecer y no ser.

En los últimos tiempos hemos visto como han surgido nuevas formaciones políticas al frente de las cuales figuran personas jóvenes, y en otras, se ha producido un relevo generacional, que cuestiona los vicios, errores y desmanes cometidos por las generaciones políticas que les precedieron. Y eso es bueno, siempre que la voluntad regeneradora se contemple como un paso previo para la normalización de la vida política, y no como un fin en sí mismo.

Verse con el poder de un partido político en las manos, es un grave motivo de preocupación para cualquier persona prudente. Quien sea elegido por sus correligionarios como máximo dirigente político, no puede formarse ni una idea aproximada de la responsabilidad que acepta, hasta que se encuentra en la disyuntiva de tomar una decisión o la contraria, y con ello, resolver sobre vida de los demás. Y estas son decisiones cuya responsabilidad no cabe desplazarla sobre terceros, pero es precisamente en estas ocasiones en las que un insignificante hombrecillo se diferencia de un reputado dirigente.

Nadie que desee el bien para los demás, puede esquivar la responsabilidad de elegir, sólo porque implique inconveniencias o tribulaciones.

El intelecto no engaña, muestra el camino sin lugar a equívocos. Pero el insignificante hombrecillo carece de la gallardía del respetado dirigente para enfrentarse a la realidad. No quiere mirarse al espejo y ver la verdad de sí mismo. Es incapaz de asumir la realidad que le compete. En el fondo se sabe un insignificante hombrecillo que sueña, que una cabriola del destino, a lo sumo, le convierta en ese pequeño gran hombre que nunca imaginó poder llegar a ser.

Aquellos que le rodean y aplauden sus ocurrencias, los que detrás de él respaldan con un movimiento afirmativo de cabeza cualquiera de sus manifestaciones, no lo hacen porque sus razones hayan sido capaces de convencerles, sino por conservar la pequeña parcela de poder que a su sombra han obtenido, pero en el fondo le desestiman porque le conocen mejor que él a sí mismo. Aquellos a los que elevó al poder, son ahora los amos que le sostienen mientras pueda ser de utilidad a sus mezquinos intereses personales. Y para ello, mientras parece que le apoyan en su falta de responsabilidad, sutilmente, no dejan de recordarle quien verdaderamente es.

Todo esto demuestra una gran inmadurez nacida del complejo de inferioridad que produce el saberse un insignificante hombrecillo.

Estos figurantes, se convierten en intérpretes de la gran mascarada en que han convertido hoy la política por la incomparecencia de los hombres cualificados y prudentes, incapaces de practicar el oportunismo como estrategia de aquellos, que como Ícaro, con alas de cera, pretenden alcanzar el resplandor del sol.

Pánico me producen estos insignificantes hombrecillos cuando de ellos puede depender el destino de sus semejantes, porque su único objetivo es el hacer inviable cualquier proyecto que no sea el que el universo todo, gire en derredor de sí mismos. Ante ninguna circunstancia abandonarán su impertérrita postura porque no hay nada que les haga huir, más que de sí mismos. Solo los necios, o los que sufren alguna merma intelectual, se creen en posesión de la verdad, rechazan el diálogo y adoptan posiciones inamovibles. Pobres insignificantes hombrecillos. Quizá todo no sea culpa suya, pero si es suya la responsabilidad de enderezar el rumbo, porque ellos, y solamente ellos, son responsables de sus actos.

Pero antes debe comprender que aquellos a los que convirtió en su guardia pretoriana, al final se han convertido en sus propios carceleros, y escuchar a los que tuvieron auténtica visión de estado, los que le proporcionaron una base sólida y en plenitud sobre la que asentarse, y que en su día, intencionadamente, fueron radicalmente olvidados, excluidos, arrinconados, porque al ser leales, se negaron a ser sus palmeros.

Insignificante hombrecillo: desde la inmensa responsabilidad que recae sobre tus hombros, ¿Por qué no tienes los arrestos necesarios de mirarte directamente a los ojos y preguntarte si tu discurso es el correcto? ¿Si es el que la sociedad —no tu propia parroquia— espera de la responsabilidad que ostentas? ¿Si es el correcto, desde el punto de vista de los acontecimientos sociales de largo alcance y desde los muchos y muy graves problemas que España tiene planteados? No desde el de tu cada vez más exigua parcela de parroquianos, sino desde la generalidad de todos los españoles. Porque el agujero que se puede producir, puede ser de tal naturaleza, que todos podríamos caer por él.

No, tu falta de seguridad en ti mismo y como consecuencia, tu falta de argumentos racionales, te hizo atrincherarte en el NO radical, en el NO, nos conduzca a donde nos conduzca, callejón sin salida que te impidió cualquier posibilidad de preguntarte si tu pensamiento era erróneo. Pero claro, como en lo más profundo de tu ser eres consciente de que la incomparecencia de los grandes hombres, es la que te ha situado en un lugar, que con mucho excede tu propia capacidad, te centraste en el regate corto de la maniobra oportunista y demagógica, preguntándote únicamente qué es lo que tu vecino iba a decir sobre ello, o el costo puramente personal de optar por una decisión racional de largo alcance que beneficiara a toda la sociedad. Y ¿sabes lo que te digo, insignificante hombrecillo? Que ni siquiera vas a tener la gloria de que tus alas se derritan al calor del astro rey, sino que por volar demasiado bajo, la espuma del mar mojará tus alas, te impedirá volar y terminarás por hundirte en los océanos del olvido.

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