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La agonía de una ilusión

Con el debido respeto a los invidentes, verdaderos héroes de la humanidad, me permito recordar un viejo refrán popular: no hay peor ciego que el que no quiere ver… Y muchos se resisten a ver las realidades que no sólo están claras ante sus ojos, sino que las hemos y estamos padeciendo de manera implacable.

Los que conciben la vida política, económica y social en términos de democracia, no porque lo hayan leído en libros sino porque así fueron formados en la vida, les cuesta mucho entender y confrontar a sistemas de hegemonía de poder, que sólo son democráticos en ciertas apariencias externas, más que todo con fines publicitarios, pero que al mismo tiempo se creen propietarios del mando y no están dispuestos a dejar sus privilegios.

A no todos les pasa eso. Hay algunos que entienden bien las cosas y las dicen  como son, pero hay otros que se hacen los desentendidos, quizá porque le quieren sacar provecho a la situación. ¿Cómo es posible, por ejemplo, que a estas alturas, todavía haya quienes desde las aceras opositoras hablen de “deterioro de la democracia”, o de “democracias maltrechas”, implicando que, después de todo, esto es una democracia? ¿Cómo es posible?

O por una incapacidad innata y acaso irremediable de comprender la realidad, o porque no quieren entender, tanto por razones de buena o de mala fe. Todo ello ayuda a explicar muchas cosas en Venezuela. La dificultad para definir una estrategia eficaz, que no se limite a obtener resultados electorales de carácter favorable, sino que los hagan valer, recurriendo, de ser posible, a todos los medios de participación y protesta popular que están consagrados en la Constitución, y que no son pocos.

La tramoya con la solicitud del referendo revocatorio es un buen caso para poner de manifiesto lo anterior. Los que manejan el poder –salvo los más importantes, los hermanos Castro Ruz, que han sido discretos al respecto–, han dicho y hecho de todo para que esa solicitud se materialice, si acaso, bien entrado el 2017, cuando ya no podría tener la misma eficacia, para decirlo con levedad.

Y eso se sabía perfectamente bien, porque los derechos constitucionales no se respetan en un sistema hegemónico y depredador que no tiene derechos constitucionales, sino puro afán de continuismo, con ciertos ropajes seudo-democráticos, como para salvar un tanto las apariencias. Puede que en diversos círculos de Hollywood, París o Madrid, esto no se tenga claro, o nada claro. ¿Pero en Venezuela, repito, a estas alturas?

Los que no pueden entender, probablemente no tienen remedio. Pero los que no quieren entender o no quieren ver, porque piensan que no les conviene políticamente, o incluso por motivos más materiales, tienen una gran responsabilidad en el desastre que acontece en Venezuela y en el que las salidas “ideales” como el RR se aprecian cada vez menos realistas. La agonía de esta ilusión nos debería abrir los ojos y poner los pies sobre la tierra.

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